PECADO ORIGINAL, ¿HOMBRE-MUJER, CONDICI?N HUMANA?.Xavier Pikaza

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Religión Digital

Recuerdo que el tema comenzo con los árboles gallegos; de los árboles pasamos al árbol sagrado, a la diosa-madre-mujer-árbol del Oriente bíblico… Y hemos terminado en el pecado. He presentado una larga reflexión sobre Eva, entendida como origen simbólico de la vida, desde una perspectiva bíblica (Gen 2-3). Ahora quiero profundizar sobre el pecado en cuanto tal, teniendo en cuentas las reflexiones que se vienen haciendo en el blog con la ayuda de todos los que están participando, especialmente de B. Andrade, cuyo libro preenté ayer.

Principios
He hablado de Eva en Gen 2-3. No he querido decir lo que yo pienso, ni lo que es el «pecado» en sí, sino ofrecer «una» lectura del pasaje bíblico. Sigue habiendo muchas cosas discutibles, gracias a Dios, pero el texto presenta algunas que parecen claras:
1. Nos sitúa ante el árbol, como signo de bien-mal y de vida. ¿Recordáis lo de Testos sobre el árbol-hongo como principio del conocimiento. Le he pedido un trabajo sobre el tema… y se lo voy a pedir a un amigo director de una revista holandesa esdpecializada en esas cuestiones. Podremos seguir penando).

2. Presenta al primer hombre «Adán» como alquien que «despierta» al ver a la mujer. Este tema sigue abierto… Más difícil que el origen y sentido de Eva es el Adán, que nace (creo) y sigue viviendo (creo) sin saber quién es.
3. Presenta a la mujer «Eva» como alguien que despierta en relación con los poderes del bien-mal y de la vida… En ese aspecto, ella es la primera vida humana, el primer pensamiento.
4. La relación entre el bien-mal y la vida define la trama del texto y de la humanidad. Ese sigue siendo el tema clave de la economía y la política, de la religión y de la vida personal.
5. En el fondo está una «serpiente» que parece que proviene de los cultos de la fertilidad y con la búsqueda de la sabiduría, estando vinculada también probalemene con la diosa (con la religión cananea que el texto quiere condenar). Trataremos de ella. Yo mismo ofreceré una página y pediré a un amigo especialista (Ariel) que precise el tema.

7. En el principio de la cultura histórica de la humanidad está la mujer… Ella es la que ha decidido la «marcha» de la vida. El hombre ha tomado «el poder» en un momento posterior, dominando a la mujer.
8. El texto no condena el «matriarcado»… ni aprueba el patriarcaliwmo. Más aún, parece que siente una «nostalgia» por la mujer poderosa sabia-buscadora universal del principio… Pero acepta este orden como un «hecho»… como algoque está «abierto»…
9. Lo que ofrezco (todo lo que ofrezco) son hipótesis para un camino, un camino en el nosotros mismos «vamor escribiendo» aquella historia de Adán-Eva. No es historia de un libro fijado en el pasado… El nuestra historia. El tema no es lo que yo diga sobre el texto pasado, sino la forma en que nosotros (sociedad, igglesia del siglo XXI) lo interpretamos con la vida.

Desarrollo teórico

´Soy básicamente un teólogo… y así, de un modo aproximado, desde la pura teología, quiero hacer una reflexión sobre lo que se ha visto al fondo de ese «pecado» de Eva, asumido por Adán (al fondo de esa vida de Eva, asumida por Adán). Esta página es algo difícil y muy discutible. No es necesario entrar en ella, pero puede iluminar. Es una página escrita desde una perspectiva «creyente» (asume el símbolo del Dios de la Biblia)

1. Pecado es desobediencia, dejar de escuchar (obedecer, ob-audire) y de dialogar con Dios. El hombre debería haber acogido la voz de gracia que le sostiene e impulsa; pero escucha otra voz de sospecha que le dice: Dios quiere engañarte, vive y decide por ti mismo. El verdadero Dios es principio de diálogo: nos funda en su palabra y en ella (con ella) nos impulsa a responderle. Por el pecado, Adam rechaza el diálogo con Dios y queda solo, queriendo hacerse principio de sí mismo y de todo lo que existe.

2. Pecado es envidia. No soporto que haya Dios y que sea divino por gracia. No me amo como soy, no quiero realizarme como dependiente, esto es, por gracia. Por eso, todo aquello que descubro que no tengo y tienen otro me revuelve y me rebela. Quiero hacerme Dios: echarle de su trono y colocarme allí por fuerza (sin advertir que un Dios por fuerza no sería divino). No quiero que la vida sea don, no quiero recibirla de los otros ni tampoco soportar que ellos posean algo que me falta. La riqueza de los otros me amenaza y por eso necesito rechazarlos, para estar así seguro de mí mismo. Eso es envidia, pecado originario.

3. Pecado es comer la vida de los otros, querer apoderarse del árbol del conocimiento del bien/mal en forma impositiva, haciendo así que el mundo sea nuestro, objeto de rapiña y de conquista. Frente a la palabra que se comparte, frente a los bienes que se regalan de un modo gratuito y enriquecen de esa forma a muchos, están aquellos objetos de consumo propio que se «comen» de un modo egoísta, dividiendo y separando de esa forma a unos hombres de los otros. En el fondo de todos los pecados está según eso la (cf. Col 3, 5): es buscar la forma de «comerlo todo», para que todos sea nuestro, negando así a los otros.

4. Pecado es mentira, como muestra la palabra de la serpiente: «Cuando comáis del árbol seréis como Elohim, versados en el bien y el mal» (Gen 3, 3). No es que esa palabra sea plenamente falsa, pero rompe el diálogo con Dios, de donde todo brota, y así engaña, como indicará más tarde Jn 8, 44, pues el verdadero Dios está versado en el bien y el mal, pero sólo por gracia, no por imposición o deseo de conquista. Mentira es lo que oculta nuestro fundamento, no dejándonos vivir en trasparencia: es el deseo de existir a solas, rechazando la gracia que nos funda, acompaña y trasciende, y engañando a los demás; es aparentar que existo por mí mismo, negando lo que debo a los demás y, sobre todo, al Dios me da la Vida.

5. Pecado es dominio violento de los otros. Dios ha dado al hombre propiedad sobre las cosas, haciéndole señor de plantas y animales, conforme a un señorío bueno, en línea de gracia. Pero hay un tipo de dominio que se expresa como imposición, de manera que convierto aquello que era don, regalo o gracia de Dios en algo que yo quiero asegurar de un modo posesivo, con violencia. De esa forma introduzco un germen de batalla sobre el mundo: miro las cosas como objeto de conquista, para hacerlas ansiosamente mías, descubriendo sin embargo que ellas me dominan: me limitan y me duelen. El mundo del que quiero hacerme dueño en gesto posesivo se me vuelve ambivalente, campo de batalla: salí del barro por gracia de Dios (elevado por su aliento), pero, al centrarme de nuevo en mí mismo, descubro que soy solamente barro.

6. Pecado es soledad ansiosa
. El hombre existe porque ha sido llamado, como un viviente a quien el mismo Dios abre un espacio de comunicación y futuro a través de su palabra. Fundados en Dios podríamos haber crecido en gratuidad compartida y, de esa forma, en actitud de diálogo, seríamos Vida recibida, acogida y regalada, vivientes cuya existencia entera es gracia y comunicación de gracia. En contra de eso, el pecado es separación: deseo de dominio que me aísla de los otros al juzgarles. De esa forma acabamos cayendo en manos de nuestra soledad vacía, dominados por la angustia. Para el diálogo se hizo nuestra vida, de manera que ella sólo nace y se despliega como gracia. Donde el diálogo se rompe, los hombres chocamos con nuestra propia soledad y nuestros deseos siempre insatisfechos, pues nunca llegamos a ser lo que queremos.

7. Signo del pecado ajeno es la desnudez de aquellos que aparecen sin vestido o dignidad,
no pudiendo soportar ya la mirada y presencia de los otros (cf. Gen 3, 7-12). La desnudez forma parte de un fenómeno más amplio de opresión e impotencia. El hombre ha querido hacerse dueño de todo y al fin queda impotente, en manos aquellos que le miran o vigilan. Por un lado, no queremos exponer los signos corporales más íntimos pues ellos nos vuelven indefensos, indican una especie de deseo que nosotros no podemos controlar y nos colocan en manos del deseo de los otros. Por eso nos tenemos que cubrir, ofreciendo por encima de la naturaleza (cuerpo) una segunda naturaleza fijada ya por normas culturales y sociales. Por otro lado tenemos el deseo de mirar, vinculado al sexo.

Ciertamente, el pecado el cuanto tal no es sexo, sino algo más profundo: el rechazo de la gracia, el deseo de convertir la vida en juicio; pero, dicho eso, añadimos que el pecado se expresa de manera fuerte en el deseo cubierto y encubierto del poder del sexo, tanto en la violencia del que quiere violar o provocar a los demás como en la impotencia de aquellos que se sienten desnudados ante la mirada inquisidora, deshumanizante de los otros.

8. Pecado es la violencia que nace de la envidia, como dice Sab 2, 24: «Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo…». Dios regala gratuitamente todo y existe de esa forma regalando, creando relaciones gratuitas de Vida. Diablo, en cambio, es aquel que no teniendo nada por sí mismo y no queriendo recibir nada por gracia, tienta a los demás y vive siempre del ansia de lo ajeno. Desde ese fondo ha de entenderse la violencia del pecado. No agradezco lo que soy, lo que me han dado, y así quiero adueñarme por la fuerza de aquello que es del otro, para ser por mí mismo, aunque nunca lo consiga. Hay una dependencia buena y necesaria que nos hace libres: ella consiste en recibir la vida como gracia y devolverla también gratuitamente. En contra de eso, hay una dependencia mala, que se impone con violencia, convirtiendo la humanidad en gran batalla. Eso es pecado .

9. Pecado es la opresión interhumana. Al no aceptar la vida como don, al no encontrar consuelo en lo que tengo y comparto (recibo y regalo), acabo tansformando todo en campo de batalla. En lugar de la existencia compartida (creación), surge la lucha: en el lugar del señorío o posesión gratuita de aquello que yo tengo, en comunicación con los demás, se introduce la sospecha; por eso deseo todo aquello que los otros tienen y combato por hacerlo mío, en gesto de opresión. Así lo ha señalado, con exacta precisión, Gen 4, 1-6 (tema de Caín y Abel), como seguiremos viendo. El asesino no soporta el pensamiento de que otros tenga aquello que a él le falta. La desigualdad lleva a la envidia y la envidia se convierte en homicidio. El que ha intentado hacerse Dios en clave de dominio, queriéndose hacer dueño del juicio y suponiendo que ser es dominar, acaba siendo un asesino.

10. Pecado es muerte. Como hemos venido señalando, Dios es la vida y su rechazo deja al hombre en manos de su fragilidad. Como barro del mundo somos seres de muerte, pero Dios nos ha ofrecido la gracia de su Vida. Por eso, allí donde negamos la gracia nos domina el miedo de la muerte que nace del pecado (como sabe Pablo, Rom 5). El pecado es siempre muerte: querer matar a los demás para vivir así nosotros, negando de esa forma al mismo Dios que es vida gratuita y quedando así nosotros en manos de nuestra propia muerte. Ese deseo de muerte se expresa en los diversos mitos que hablan del asesinato del padre y de la madre, del hijo o del hermano etc. Gen 2-3 nos sitúa todavía en un nivel más hondo: la Biblia supone que al principio los hombres quisieron asesinar al mismo Dios que les había creado, para volverse de esa forma independientes, sin advertir que así cortaban la raíz del árbol de su vida. Matar es no aceptar la gracia, rechazar la fuente de la vida, para quedar en manos de una ley controlada por la muerte .

11 Pecado es negación de amor. En el fondo de la vida se ha instalado la sospecha (voz de la serpiente): dudo de Dios y pienso que su voz (palabra de mandato) se encuentra envenenada; desconfío de Dios y pienso que quiere utilizarme con propósito mezquino y así le rechazo. Niego mi origen y de esa forma intento hacerme dueño de mi vida. Pienso que el diálogo destruye, y yo no quiero depender en diálogo de nadie. Esta es una actitud infantil. El hombre maduro no necesita negar las dependencias: sabe que su vida es don y así la admite sin sentirse herido o relegado: se deja querer, acoge la palabra que le ofrecen y se deja madurar por ella. En contra de eso, el hombre inmaduro o incapaz de gracia necesita romper con todo lazo o dependencia: no soporta hallarse en manos de los otros, debe rebelarse. Esta es la des-gracia del pecado: sentir que nos desean manejar, pensar que Dios es pura potencia de opresión, buscar la forma de evadirnos y librarnos, teniendo así que cartar con la propia soledad desamorada.

12. Pecado es falta de gratuidad. Así culminan los momentos anteriores. En el plano de la naturaleza, Dios (la vida) nos ha impuesto la existencia dentro de un despliegue biológico y nacemos sin buscarlo ni quererlo. Pero en el plano de la libertad personal, el verdadero Dios no puede ni quiere imponernos la existencia. Podemos matarnos, si queremos, podemos rechazarle, pero él nos deja siempre en el espacio de su amor, permitiendo que escojamos aquello que seremos, aun allí donde queremos adueñarnos (sin lograrlo) del árbol del bien/mal, de la vida/muerte. O vivimos abiertos a la gracia (y así nos realizamos plenamente como humanos) o acabamos destruyendo nuestra vida, en manos de un Dios que, a pesar de todo, nos sigue queriendo.

Este es el drama. No somos naturaleza, no tenemos un ser independiente de la gracia. O aceptamos y desarrollamos la vida como un don, superando el orden de la naturaleza, o volvemos al polvo de la tierra, donde, sin el aliento de Dios, todo es necesidad biológica y muerte. Lo natural fue siempre nacer y morir (generación y corrupción), el sometimiento del hombre a los ritmos de la tierra, como certifica Gen 3, 19. Por eso decimos que nuestra identidad como seres personales, abiertos a la vida de Dios, pertenece al nivel de la gracia.

Nunca fuimos inmortales por esencia en gesto de riqueza propia o de conquista. El «paraíso» de Gen 2 era una intensa invitación de gracia. De ella hemos nacido y en ella estamos sustentados, a pesar del pecado. Hemos roto el camino recto del amor que nos prometía vencer a la muerte y entramos en la muerte que nosotros mismos escogemos. Pues bien, en medio ella, Dios sigue ofreciéndonos su gracia como amor que vencerá a la muerte. Esta es la paradoja: seguimos abiertos a la gracia, al don de la vida que supera la muerte. Pero hemos recibido ese don en vasijas de barro, en una forma de existencia que parece dominada, destruida por la muerte .