Pare Manel, ¿el último excomulgado? -- José Manuel Vidal

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Religión Digital

«Mi misión es salvar vidas: nunca he sido partidario del aborto»
El caonista Díaz Moreno: «No será fácil probar que fue un cooperador necesario en el aborto» .- La simple mención de la palabra parece una bofetada procedente de la noche de los tiempos. Suena a rancio, a épocas negra, a Inquisición y paso previo a la hoguera. Y huele a enigma, si el auto sacramental es para un cura del barrio obrero barcelonés de Verdun, al que llaman el ?ángel de los pobres’. Pero el caso es que el arzobispado de Barcelona ha abierto un proceso de excomunión al sacerdote Manuel Pousa (Granada, 1945), el sacerdote al que todos conocen como ?Pare Manel’. Por «cooperar en un aborto».

La Iglesia católica suele tener manga ancha con las debilidades de sus curas, siempre que no crucen la línea roja del aborto. Y Pousa la ha cruzado y, además, lo ha confesado públicamente. Y por dos veces. La primera el 21 de febrero de 2008, en una entrevista a Sara González en El Periódico, cuyo titular destacaba: «Yo pagué abortos». Un titular provocó una primera llamada al orden por parte del cardenal de Barcelona, Lluis Martínez Sistach.

«Fue una frase sacada de contexto», le dijo entonces a su arzobispo y repite ahora en un libro sobre su vida que se acaba de publicar. Se titula «Pare Manel, más cerca de la tierra que del cielo» (Angle Editorial) del periodista Francesc Buxeda. Pero, al precisar el contexto, el cura se ha vuelto a autoinculpar ante sus superiores eclesiásticos, que le han abierto un «proceso administrativo». Un paso previo a la declaración de excomunión, para confirmar si es cierto que, como reitera en su biografía, pagó el aborto de dos chicas menores.

Los ultracatólicos le llaman el «cura abortero», pero nada más lejos de la dinámica vital del padre Pousa, que lleva décadas ayudando a vivir a los chavales de la cárcel que hay en su barrio y a todos los escupidos por la sociedad del bienestar a las cunetas de la existencia. «Mi misión es salvar vidas: nunca he sido partidario del aborto», confiesa entristecido. Y se sumerge en sus recuerdos, para contar en el libro (por ahora no quiere hablar con nadie del tema por prudencia y por no echar a los medios contra su amigo, el cardenal Sistach), el cómo y el por qué de una decisión que atenta contra su propia conciencia.

Tanto en la Fundación Pare Manel como en la parroquia de la Trinidad, el cura y sus colaboradores se encuentran a menudo con embarazos no deseados de menores de familias desestructuradas. El cura es el padre y el amigo al que acuden en esos momentos cruciales. ?ltimamente se le presentaron dos casos. El primero, «el de una niña de 14 años, embarazada en su primera relación», sin familia y con un novio que no quiso saber nada. El segundo, otra chica de 15 años, en las mismas circunstancias.

Pousa, que siempre trata de dar respuestas realistas a los problemas reales de la gente, les ofreció, de entrada, dos opciones: ayudarlas en el embarazo y que donasen sus hijos en adopción o cuidar de ellas hasta que sus hijos cumpliesen los 18 años.

Pero las chicas estaban absolutamente decididas a abortar. Entonces, el pare Manel recordó a otra menor, a la que acababa de enterrar, porque se había desangrado al abortar sola en su casa. Y decidió darles el dinero para abortar. Porque «la vida es así y no se pueden resolver los problemas de la gente, aplicando los esquemas de un grupo de cabezas cuadradas». Es la defensa de la vida a través del criterio moral del mal menor.

Pero los sectores ultracatólicos se le echan de nuevo encima, lo eligen como blanco permanente de sus ataques y colocan al cardenal Sistach entre la espada de Roma y la pared de un cura entregado, cuya labor social y religiosa admira. Y el cardenal de Barcelona le llama al orden, le abronca y le comunica que se le abre un proceso canónico de excomunión.

Por eso y sólo por eso. Aunque Pousa es, como todos los curas proféticos y embarrados con los pobres, un pastor heterodoxo. Con el credo de los progresistas: aboga por el sacerdocio femenino, pide a la jerarquía que no se meta en la alcoba de la gente, no cree en el celibato obligatorio y vive, desde hace años, con Conxita. Eso sí, como dos hermanos y sin «mantener relaciones sexuales», aunque, a veces, salen a dar un paseo y «ella me coge del brazo».

El proceso de excomunión del pare Manel seguirá escrupulosamente la normativa canónica. No en vano el cardenal Sistach es uno de los mejores canonistas de la Iglesia. Como establece el derecho eclesiástico, el arzobispo encomendará el caso a un experto. Lo más probable es que sea el actual vicario judicial, Joan Benito, asesorado por dos especialistas.

El canonista da la curia barcelonesa no quiere pronunciarse al respecto, pero explica a Religion Digital que se trata de un proceso «administrativo», que se «incoa, porque no es evidente que el sacerdote investigado haya sido cooperador necesario en el aborto». Una vez hecha la investigación, se le pasa al cardenal, que es el que toma la decisión de excomulgar o no.

Porque ésa es la madre del cordero del proceso y una puerta abierta a la esperanza de que, finalmente, no se le aplique la excomunión al pare Manel. «No será fácil probar que fue un cooperador necesario en el aborto. Incluso el dinero entregado puede jugar como atenuante a favor del sacerdote, porque evita lo que él juzga un mal mayor. Y, además, el cardenal Sistach es uno de los mejores canonistas de la Iglesia e hilará muy fino, como siempre hace», asegura el jesuita José María Díaz Moreno, una de las máximas autoridades canónicas españolas.

Si no se activa la excomunión, será un susto más en la vida siempre al límite de este cura especial, al que, según su biógrafo, «la gente quiere con locura». Un cura que tiene en su haber premios como la Cruz de Sant Jordi y que se desgasta por los pobres con el reconocimiento de los ricos y de los artistas.

Amigos suyos son desde Serrat a Carles Flaviá, pasando por Tricicle, Tortell Poltrona, Buenafuente o Pepe Rubianes. Un cura melómano, que corrió, hace 30 años, la maratón de Nueva York en 3 horas y 11 minutos, que bendijo el matrimonios de dos lesbianas o que recoge en su propia casa a drogadictos, reclusos salidos de la cárcel o víctimas del Sida.

Si lo condenan, pasará a los anales de la historia eclesiástica como el último excomulgado español desde 1988, fecha en la que Juan Pablo II excomulgó a los cuatro obispos ordenados por el cismático monseñor Lefebvre, entre ellos el español Alfonso de Galarreta. Una excomunión que su sucesor, Benedicto XVI, levantó en 2009. Casos, pues, contados, desde que se abolió oficialmente el Tribunal de la Inquisición, el 15 de julio de 1834.

Tarancón, con la excomunión en el bolsillo para Arias Navarro

¿Se paseó durante varios días el cardenal Tarancón con la excomunión de Franco en el bolsillo? José María Díaz Moreno, el canonista jesuita, fue el encargado de redactar la pena canónica, junto a Fernando Sebastián y al entonces secretario del episcopado, Jesús Iribarren.

«Es cierto que redactamos la excomunión y que el cardenal Tarancón se paseó con ella varios días en el bolsillo. Pero no iba dirigida a Franco, sino al entonces presidente del gobierno, Arias Navarro, y a su ministro de Justicia. Afortunadamente no se declaró la excomunión. El presidente de las Cortes, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, amigo personal de Tarancón, se lo dijo a Franco, que llamó a Arias Navarro para ordenarle: «Deje en paz al obispo o ¿es que quiere meterme en un lio’?».

El obispo era el de Bilbao, monseñor Añoveros, puesto bajo arresto domiciliario y amenazado de expulsión por haber propiciado la lectura de una pastoral en las parroquias de la diócesis, en la que se pedía una organización socio-política que garantizase la justa libertad del pueblo vasco.