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En la historia de los bibliófilos españoles ocupa un lugar importante el extremeño Bartolomé José Gallardo. Fue bibliotecario de las Cortes de Cádiz y durante la reunión de las mismas publicó una obra, muy celebrada entre los liberales, titulada Diccionario crítico-burlesco, que no era sino una respuesta a otro publicado de manera anónima, si bien parece que la autoría se puede atribuir a algún diputado de tendencia absolutista.
El texto de Gallardo fue definido por Cánovas del Castillo en 1851 como ?un folleto irreligioso y revolucionario, donde campea un deseo inconcebible de destruir todas las creencias, de acabar con todos los principios??. En realidad la obra del eminente bibliófilo está llena de ironía y no faltan las referencias anticlericales, dentro de la mejor tradición de la literatura de este tipo en España.
Así, cuando define la voz ?Cristianismo?? afirma: ?El cristianismo de muchos cristianos es en el día como el patriotismo de algunos patriotas, en quienes el ponderado amor a la patria, no es más que el puro amor a su conveniencia: esto ni más ni menos es el amor de la religión en ciertos cristianos taumaturgos. Bueno sería juntar estos cristianos con aquellos patriotas, y a las órdenes del diccionarista enviarlos todos al polo ártico con una propaganda; para que en aquellos helados desiertos desfogasen su ardiente celo??.
Las recientes declaraciones del Papa acerca del preservativo, casi coincidentes con el inicio de la campaña episcopal en España en relación con el proyecto de ley sobre regulación de la interrupción del embarazo, induce a pensar que el clero aún mantiene en su comportamiento parámetros idénticos a los de siglos pasados, de modo que plantean las cuestiones no de acuerdo con el interés general, sino en función de su conveniencia, en este caso la de tratar de imponer a la sociedad una norma que es la derivada de su propia y particular moral.
Todos admitimos que en esta cuestión hay aspectos relacionados con las convicciones de cada uno que no se pueden ignorar, pero quienes se colocan frente a la norma legal, ciudadanos cuya opinión respetamos, siempre olvidan el problema social, real, de mujeres que a diario abortan en malas condiciones. Todo no se resuelve, como dicen algunos, con la castidad, con la monogamia o con la entrega en adopción de los niños.
Y por supuesto, no todo vale. No vale una campaña basada en la demagogia como la de los obispos españoles. Cuando veía al portavoz de la Conferencia episcopal presentar su campaña en la que pide para un niño la misma protección que para el lince, no pude evitar pensar si de verdad aquel señor estaba convencido de que con el apoyo del Estado español se procede a la eliminación física de seres humanos. Trataba de ponerme en su lugar y sacar algunas conclusiones. Entre otras, que la Iglesia a la que ese señor representa recibe una importante asignación económica del Estado, e imagino cómo deberán de sentirse cuando les llega el dinero procedente de una institución que, a su entender, autoriza el asesinato de seres humanos.
Deduje que si yo estuviera en su lugar, y además tuviera sus creencias, al mismo tiempo que daba a conocer la campaña haría público que, en un ejercicio de coherencia, la Iglesia católica renunciaba a recibir cualquier compensación económica del Estado español, al menos mientras que se mantuviese la legislación sobre la interrupción del embarazo, no sólo la que está por venir, sino la ya existente.
Ya sé que no obtendré respuesta a esa incoherencia de los obispos, pero mientras mantengo esta duda, me pregunto también por qué nunca se colocan en el lugar de las mujeres, por qué les niegan la capacidad para decidir en una cuestión de tanta importancia como esta, quizá porque aún sigue abierta la pregunta que se formulaba en una poesía anticlerical de 1893: ?¿Quiénes son esos teólogos,/ pontífices, ulemas y santones,/ de todas las iglesias y opiniones,/ que a los mortales explicar pretenden/ glorias y arcanos que ni ven ni entienden??? .
José Luis Casas Sánchez es profesor de Historia