Enviado a la página web de Redes Cristianas
Estamos viviendo tiempos de un laicismo furibundo que no quiere ver otra cosa que una
Iglesia católica como una institución del pasado, llena de privilegios y convertida en una
rémora para el progreso, la libertad y la felicidad. Por otro lado, están los católicos que
se sienten víctimas de una gran injusticia en forma de un ataque sistemático a la religión
que provoca una sociedad empobrecida espiritualmente, sin moral, y persigue arrumbar
los valores más esenciales del ser humano.
Ambas posturas no tratan de escucharse ni tampoco quieren ver lo que de verdadero hay
en esas críticas ni sobre lo que tienen de bueno quienes piensan y sienten en el otro
extremo. Nuestra Iglesia aporta un gran bien a la sociedad y es causa de escándalo; esta
es la doble verdad. La autocrítica no es nuestra especialidad ni tampoco la
comunicación de todo lo bueno que hacemos a la sociedad en nombre de Cristo -ya lo
expuse en otra reflexión anterior- más allá de Cáritas y algunas onl´s muy conocidas,
que son una parte pequeña de la inmensa labor eclesial de construcción del Reino en
muchísimos campos de la exclusión social con los más desfavorecidos.
La Iglesia es la comunidad de seguidores de Jesús iluminada por el Espíritu Santo. Pero
cuando hacemos de la institución un poder humano, nos alejamos de la comunidad
continuadora de la obra de Cristo; y escandalizamos, claro que sí. El teólogo José
Antonio Pagola ha escrito recientemente que ?Una de las herejías más graves es hacer
de la Iglesia el 'sustitutivo' del reino de Dios??. Algo parecido le ocurrió a aquella Iglesia
judía que no aceptó a Jesús porque suponía desmontar todo el poder acumulado en
forma de una institución teocrática y ajena a la esencia de Dios Amor y de su proyecto.
Como afirma Pagola, cuando Dios reina en el mundo, la humanidad progresa en
justicia, solidaridad, compasión, fraternidad y paz. A esto se dedicó Jesús con verdadera
pasión. Por ello fue perseguido, torturado y ejecutado. En lugar de mirar la vida como la
miraba Jesús y de sentir y actuar como ?l para construir un mundo más solidario y
fraterno, la Iglesia vive en una grave herejía al primar la institución eclesial como un
absoluto que sustituye, en la práctica, al reino de Dios descentrando su misión y
espantando a muchos buscadores de buena fe.
Las tres grandes tentaciones de poder, vanagloria y dinero han calado muy hondo en la
institución confundiéndose con el Pueblo de Dios al que hemos sido llamados. Todo es
Iglesia, pero no podemos defender desde el evangelio a semejante estructura, incluido el
Estado Vaticano y a las jerarquías locales que asfixian la autocrítica y la acción
liberadora del Espíritu. El Papa lo intenta y ¡hay que ver las resistencias!
Dicho lo anterior, son muchos los que se niegan a reconocer el bien que la Iglesia aporta
a la sociedad. A veces por su mezquindad y defensa de intereses inconfesables; otras
veces es por nuestro pésimo ejemplo al sustituir la autoridad del servicio y del amor por
el poder y sus lamentables escándalos llenos de soberbia. Para visualizar el bien que
hace la Iglesia en el mundo, hay que escuchar las voces de los obispos de Irak, de Siria,
hasta hace poco de Pedro Casaldáliga (Brasil) y Santiago Agrelo (Tánger), que
denuncian constantemente las atrocidades a manos de los poderosos y son verdaderos
pastores de amor con los que sufren. Son profetas que defienden la dignidad del ser
humano puestos los ojos en Cristo Jesús. Pero de estos salen pocas noticias y nosotros
tampoco propalamos las nuestras como parte de la evangelización.
Si somos Buena Noticia para el mundo, debemos mostrar nuestras estructuras solidarias
que tanto aportan al PIB estatal de manera voluntaria y solidaria. No es un ejercicio de
vanagloria sino de evangelización, de mostrar lo que ofrecemos en hospitales, cárceles,
comedores asistenciales, barrios maltratados, colectivos expulsados a las cunetas
sociales. Muchos no nos conocen en lo bueno. Pero hoy es imposible saberlo pues no
hay un lugar en el que podamos conocer la organización solidaria de la Iglesia, lo
diocesano y lo que hacen las onl´s de las órdenes religiosas.
Mientras tanto, solo nos destacan lo malo y nosotros no sabemos hacer una sana
autocrítica institucional, al menos en la línea de Francisco, empezando por muchos
obispos y curas que parecen pagados por quienes no quieren una Iglesia basada en las
actitudes de Jesús de Nazaret. Somos, en definitiva, nuestro propio enemigo.