¿Navidad del silencio de Dios? ¿Dónde está Dios cuando la gente sufre?, se preguntan algunos. ¿Dios calla? ¿Qué es el silencio de Dios? ¿Sigue hablando Dios en el siglo XXI? Muchos se hacen estas preguntas, pero el silencio de Dios es interior a toda experiencia humana. Si Dios es un Dios vivo, habla hoy a cada uno, y seguirá hablando.
Su mensaje es siempre nuevo. No se repite. Cada uno podemos y debemos decirnos: ?Sé que todavía hay cosas que ?l no me ha dicho??que guarda para mí en reserva y me las irá diciendo?? Y la humanidad entera debe también poder vivir esta esperanza. Nadie puede decir que ya Dios nos ha dicho todo lo que tenía que decirnos. Nuestra relación con Dios es una relación nueva. Por eso la religión cristiana es viva.
Sin embargo, podemos afirmar que Dios nos ha entregado ya el fondo de su misterio, Dios se ha manifestado totalmente en su Hijo; nos ha manifestado un secreto tan importante que podríamos decir que ya no tiene nada nuevo que decirnos. Pero eso sería una forma de suprimir radicalmente en la vida de fe todo dinamismo y todo interés para seguir buscando a Dios. Podemos afirmar que la revelación no cae del cielo para comunicar a los seres humanos, desde fuera y desde arriba, misterios transcendentales. Dios habla al ser humano desde el interior del mundo y desde los humanos y partiendo de sus experiencias
En Navidad, el Verbo se hace Carne. Dios, con el Nacimiento en Belén y en todas partes, toma una experiencia humana no para manifestarse simplemente, sino para transformar profundamente la naturaleza humana. Y el ser humano, gracias a esta experiencia nueva, será más capaz de captar lo que Dios dice de sí mismo y verá rápidamente renovarse desde lo divino su concepción primera. Esto quiere decir sencillamente que el ser humano al desarrollarse históricamente se convierte en una especie de diccionario que Dios utiliza para comunicarse. Pero también el ser humano al conocer, con más precisión, el rostro de Dios, se ve a sí mismo con más claridad y franqueza como un umbral de humanidad que le pone, a su vez, en una situación nueva para volver a profundizar en su representación de Dios.
Pero, también es muy cierto que podemos decir que el rostro de Dios que conocemos depende siempre un poco del ser humano que somos nosotros y, al mismo tiempo, el ser humano que somos depende un poco del rostro de Dios que conocemos. En estos días de Navidad y siempre, hemos de leer el Evangelio alternando cada vez una página del libro y una pagina de nuestra historia personal y colectiva. Es en la historia del ser humano y en su manera de pensar donde se toman las palabras que designarán y hablarán del rostro de Dios. Si aceptamos esta manera de ver, tendremos muchas menos dificultades para pensar que Dios continúa hablándonos.
Lo que Dios reveló de una vez para siempre, en Jesucristo, su Hijo, se arraiga progresivamente en nuestro espíritu, significando poco a poco lo que ha querido decir a la medida del desarrollo histórico del ser humano y según la libre acción del Espíritu Santo. Y lo que sirve de mediación de lenguaje entre lo que Dios nos ha dicho y lo que nosotros comprendemos, es justamente la idea que el ser humano se hace de sí mismo y de Dios. Nuestro Dios es tan cercano, sencillo y profundo, al mismo tiempo, que habla en nuestro silencio con un lenguaje tan humano que se hace uno de nosotros.
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