MONSE?OR URIARTE, OBISPO DE S. SEBASTIÁN PIDE QUE «LA VIOLENCIA QUE MATA Y CAUSA MIEDO SEA ENTERRADA PARA SIEMPRE»

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El País

El obispo de San Sebastián, monseñor Juan María Uriarte, ha pedido hoy que «la violencia que mata, hiere y causa miedo sea enterrada para siempre» y ha manifestado que «este pueblo no quiere ni necesita tutelas de nadie para ser él mismo». Además, ha reclamado «respeto escrupuloso» de los derechos incluso de las personas «que tienen sus manos manchadas por las más graves acciones delictivas».

También ha insistido en que la paz «es posible» y propuso, en este sentido, mantener «una esperanza inquebrantable» ante la actual «grave decepción». Asimismo, ha pedido que la ética guíe la labor política, insistiendo en que no debe ser «un intercambio de arcabuces en forma de improperios», sino una aportación «al bien común».

Uriarte ha presidido la Eucaristía en la Basílica de San Ignacio de Loyola, a la que asistieron el lehendakari, Juan José Ibarretxe, el diputado general de Guipúzcoa, Markel Olano, la presidenta de las Juntas guipuzcoanas, Rafaela Romero, o la portavoz del Gobierno vasco, Miren Azkarate, entre otros representantes institucionales.

En su homilía, el obispo de San Sebastián ha reconocido que la sociedad «no está en su mejor momento», destacando en este sentido la «grave decepción» de la «gran mayoría de este pueblo» al ver «desfallecer paso a paso una acariciada expectativa de paz».

De esta manera, ha indicado que «el retorno de ETA a la amenaza y al uso de las armas, la distancia creciente entre el pueblo y los responsables políticos, la desconfianza y las invectivas continuas entre los partidos son algunos de los indicadores y motivadores de la decepción antedicha» y ha añadido, en la misma línea, que «nos afecta también tanto sufrimiento provocado por esta inacabable confrontación en las víctimas, en los amenazados, en los presos, en los exiliados».

«Esperanza inquebrantable»

A su entender, la primera de estas vías consiste en «superar la decepción con el aliento de una esperanza inquebrantable» porque «lo merece y lo necesita nuestro pueblo». En este sentido, ha asegurado que la paz «no es un puro horizonte utópico inalcanzable», sino que, por el contrario, «es posible». De este modo, ha considerado que es posible «recortar» los «desacuerdos» de forma que «podamos convivir en paz» y que «la palabra, en su aparente debilidad, es más resistente que la violencia».

Asimismo, ha subrayado que esta esperanza debe ir de la mano de la ética, que exige, entre otros requisitos, que «la violencia que mata, hiere y provoca miedo quede enterrada desde ahora y para siempre». En este contexto, ha inistido en que «nadie tiene derecho a someter a otro a la amenaza de su vida, de su integridad, de su seguridad» y que «este pueblo no quiere ni necesita tutelas de nadie para ser él mismo», por lo que «quien no lo reconoce ni lo manifiesta pierde autoridad moral para denunciar otras injusticias».

Además, ha reclamado el respeto «escrupuloso» de los derechos personales «intangibles» que persisten incluso en aquellos que «tienen sus manos manchadas por las más graves acciones delictivas». En este sentido, ha adevrtido de que «ni el oportunismo político ni el temor a la opinión pública ni cualquier consideración utilitaria y calculadora ni siquiera las mismas leyes autorizan la violación de tales derechos».

Por otro lado, ha opinado que la esperanza y la ética deben ir acompañadas por «un sólido sentimiento de pertenecer a la misma comunidad». «Somos un solo pueblo plural. Los bienes que tenemos en común son más amplios que las legítimas particularidades de cada uno de los grupos