Monjes y hippies: necesarias semejanzas a rescatar en la era de la incipiente transmodernidad -- Nacho Dueñas, cantautor e historiador

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

1. El monje y el hippie como figuras aparentemente contradictorias:
Monje, como es sabido, es la persona que, por razones religiosas y espirituales, vive apartada de la sociedad, sola o en comunidad de semejantes, dedicada al trabajo, a la oración y al activismo religioso (ora et labora).

En nuestra tradición cristiana, el monacato surge en
torno al siglo IV en los desiertos egipcios impulsado por figuras tales San Pacomio, San Antonio, San Jerónimo o San Benito de Nursia, siendo canónica y eclesialmente estructurado mediante órdenes religiosas (cluniacenses, cistercienses, franciscanos, cartujos??) en los que,
por lo general, se profesan votos de pobreza, castidad y obediencia en unos monasterios que a lo largo de tiempo han generado un modus vivendi cuya consecuencia ha sido el surgimiento de unos estilos artísticos de indudable valor cultural (románico, gótico, renacentista,
barroco??) a lo largo de numerosas artes (arquitectura, escultura, pintura, música, poesía??).

El monacato no es un fenómeno católico, ni siquiera únicamente cristiano, pues ya taoístas y budistas, así como otras religiones asiáticas de la Antigüedad, conocían al interior de
sus tradiciones monjes de vida comunitaria y de oración o meditación. Ciertos filósofos presocráticos de la Grecia Antigua vivían en común con compañeros y discípulos, caso de Pitágoras, en unas estructuras no muy distintas a las monásticas, como posteriormente los sufíes se agruparon en cofradías o tariqas.

En nuestros días, los monjes, sin duda influidos por el Concilio Vaticano II y por la secularización de la sociedad, en buena medida han reorientado su identidad monástica hacia un mayor activismo social, si no explícitamente político (caso del dominico Frei Betto, autor
del best-seller Fidel y la religión, exasesor del presidente brasileño Lula y acompañante del MST de Brasil), cuando no han dejado los monasterios para insertarse en los barrios populares
donde está la gente sencilla, que es pobre sin haber hecho voto de pobreza.

Hippie en el perteneciente al movimiento social así llamado, juvenil, contracultural, contestatario, antiautoritario y antimaterialista emergido en la Norteamérica de la opulencia keynesiana de los años 60 de la anterior centuria, y pronto difundido por Europa y por otras
partes del mundo. Hastiados de una sociedad superficial y materialista, rompieron con sus valores éticos, estéticos y políticos, apostando por una vida basada en el vitalismo, en la ingesta de las drogas, en el sexo libre, en una indumentaria informal (amplias ropas de colores,
cabello largo, sandalias, abundancia de collares y pulseras), el comunalismo, el viaje a dedo, el pacifismo (fueron los más radicales oponentes a la guerra de Vietnam), ciertas espiritualidades
orientales y determinados referentes culturales (la poesía de Ginsberg, la prosa de Kerouac, la música de Joplin, los textos de Castaneda??).

Más allá de la percepción distorsionada (que no totalmente falsa) de los hippies como niños de papá con cuyos cheques subvencionaban las comunas, el ácido y la píldora, llegaron a constituir un movimiento social de masas en toda regla (solo en San Francisco había treinta mil y en Woodstock casi medio millón), por lo que el presidente Nixon aplicó una represión de
varias dimensiones (policial, jurídica, mediática, militar, narcótica??) para desactivarlo.

Probablemente Nixon, desde su lógica de administrador del statu quo, tenía razón: se opusieron a la guerra de Vietnam, al racismo, al industrialismo y al materialismo, pero también a los autoritarismos del socialismo real y del estalinismo, por lo que su influencia se dejó ver en las juventudes que a lo largo de 1968 se rebelaron en París, Washington, Praga,
Madrid o México DF.

Finalmente, el movimiento se diluyó no solo por la represión sino por la deriva comercial y esteticista que experimentó, si bien ha llegado a nuestros días algunas de sus aportaciones éticas (el pacifismo, la liberación sexual), estéticas (la informalidad en el vestir,
el rock y determinadas tendencias poéticas) o políticas (el veganismo, el ecologismo, las ecoaldeas??).

2. Semejanzas entre monjes y hippies:
Thomas Merton, monje trapense norteamericano, cuya muerte en Bangkok se atribuye a la CIA, sostuvo que a los monasterios de religiosos le sustituirían pequeñas comunas. Y si bien de facto esto solo se ha cumplido en las casas donde algunos religiosos viven juntos en los barrios marginales, es cierto que, en el pasado, ello sí que ha podido ser así. Y aún más, la historia nos muestra numerosos ejemplos de lo que estamos afirmando.

Para empezar, el movimiento hippie, en cuanto que contracultura, es heredero de algunas iniciativas, precisamente muy vinculadas a la religión y al monacato. Así, en la China milenaria, la revuelta de los Turbantes Amarillos contra la dinastía Han, a causa de la hambruna generalizada, fue organizada por activistas taoístas quienes, tras la consiguiente
represión, se organizaron en comunas autogestionadas.

Los cínicos, en tiempos de la Grecia Helenística, eran, inspirados por Sócrates y Antístenes, una minoría que desafiaba las convenciones higiénicas, estéticas y morales, hacían música, eran nómadas y rechazaban el dinero y las riquezas, caso de Diógenes.

Posteriormente, Jesús de Nazaret, predicador nómada quien, opuesto a las riquezas y al poder y defensor de los humildes, atacó con violencia el templo de Jerusalén (núcleo simbólico, económico y religioso del poder hebreo de su tiempo), y adoptó un modo de vida no convencional, llegando a ser considerado loco, siendo comparado de algún modo con los
hippies por el teólogo Hans Küng. Sus primeros seguidores, según el poeta revolucionario Ernesto Cardenal, no debieron estar lejos de lo que luego fue el movimiento hippie.

El surgimiento del primer monacato cristiano presenta algunas concomitancias que la historia, nunca neutral so capa de objetivismo academicista, ha obviado. Así, el estudioso José María Blázquez, en su obra ?El monacato de los siglos VI, V y VI, como contracultura civil y
religiosa??, sostiene que los monjes surgieron como rebeldía religiosa y civil mediante la actitud de rechazo a los cargos, a los honores, y a los valores de la cultura oficial, así como a la riqueza (incluso en lo indumentario). Por todo ello, fue un auténtico movimiento contracultural
de masas protagonizado por gente idealista que, huyendo de la corrupción de la Iglesia (causada por la absorción de ella por el establishment romano por medio de los emperadores Constantino y Teodosio) y la del Imperio Romano, adoptó un modo de vida alternativo, austero, sencillo y comunitario.

En el siglo XIII, en plena corrupción del feudalismo, de las monarquías y de un monacato ya absorbido por el poder eclesial (y por tanto desprovisto de su radicalidad), surgen como alternativa las órdenes mendicantes (¿harían auto-stop hoy día?). Su epítome son los franciscanos, cuyo fundador, San Francisco de Asís, huyendo de una vida vacía, superficial y
materialista, experimentó un conflicto generacional contra los valores de su familia, y se decidió a dejarlo todo y experimentar una vida alternativa y marginal, comenzando por desnudarse, en sentido literal, ante su padre y el obispo de su diócesis, muy en consonancia
con los valores contraculturales de los hippies.

En semejante centuria, más radicales aún fueron otras iniciativas, como las de los cátaros, los valdenses y los humilliari, en cuyo seno se contaba con pobres, mujeres y marginados, y donde se cuestionaban las jerarquías y la explotación en pro de la fraternidad y el igualitarismo, y donde figuras como Gerardo Segarelli de Parma y fray Dolcino de Novara
predicaban contra el matrimonio y la propiedad privada. A su vez, los qalandars, como apunta Carl W. Ernst, era una rama radical del sufismo (a su vez rama mística del islam), cuyos miembros eran nómadas, practicaban nudismo, rompían las convenciones en la indumentaria y consumían sustancias enteógenas, a semejanza de los contraculturales sesenteros.
Por tanto, las principales semejanzas entre estos dos ámbitos son las siguientes:

?? Ruptura con los valores de la sociedad del momento.
?? Huida del mundo por centrarse en la búsqueda espiritual.
?? Actitud de pureza, inconformismo y sentido crítico.
?? Experiencias místicas en algunos de sus miembros.
?? Pobreza comunitaria e igualitarismo.

Las diferencias serían las siguientes:

?? En el sexo (los unos castos y los otros promiscuos).
?? En la vía mística (la ascesis para unos y la sobreabundancia sensualista y los enteógenos para los otros).
?? En cuanto a los placeres (rigoristas los unos y epicúreos y hedonistas los otros).
?? En la lucha social (ausentes los unos y comprometidos los otros).
?? En el concepto de divinidad (teístas los unos y cercanos al panteísmo
oriental los otros).

3. ¿Por qué los monjes y los hippies se bifurcaron a los largo de la historia?
Consideremos pues, que el hippie no es solo el sesentero que tomaba ácidos
escuchando a Bob Dylan sino que, a lo largo de la historia, como hemos visto, cínicos, primeros cristianos, primer monacato cristiano, monacato medieval y qalandars, junto con otras iniciativas más, como el romanticismo y el trascendentalismo, pueden ser calificados en su contexto como hippies. Y, sin embargo, a día de hoy, los unos y los otros ni se consideran cercanos ni la sociedad así los considera. ¿Qué es lo que ha sucedido para ello?

Probablemente, la causa principal sea que la Iglesia, ya en el siglo IV es convertida en un poder mundano, contrariando los valores del Evangelio, al adoptar las categorías conceptuales de Grecia y los criterios administrativos romanos (vicarios, diócesis, pontífices??), pasando a ser un poder establecido, y en cuanto tal, corrupto y rico, siendo a su
vez el brazo doctrinal y por tanto justificativo de unos poderes opresivos y por tanto carentes de espiritualidad.

En dicho marco, toda apuesta que cuestionara el orden establecido debía ser domesticada o reprimida. Así, el movimiento de San Francisco de Asís se transformó en una orden religiosa al uso (en contra del criterio su impulsor) que sublimó su dimensión contracultural. Cátaros, valdenses y humilliari no se dejaron domesticar, y fueron reprimidos a
sangre y fuego, mediante una interpretación canonista y no espiritual del concepto de obediencia, elevada además a la categoría de voto. Pero es una obviedad que el monje, constitutivamente hablando, es contracultural, pero la represión o la absorción de dicho monje por parte del poder, le arrebataron tal característica.

En sentido contrario, cínicos, románticos, trascendentalistas y hippies, al no constituirse ni integrarse en estructura administrativa y doctrinal alguna de naturaleza opresiva, pudieron evolucionar con libertad en dirección a sus valores contraculturales, sin excluir represiones externas o corrupciones y abandonos internos.

4. El hippie en el posteismo de la actual transmodernidad:
La transmodernidad es el novedoso paradigma, aún incipiente y minoritario que, desde finales del siglo XX está sustituyendo a la modernidad y su epígono, la postmodernidad. La modernidad, que emergió en el siglo XVI, a partir del racionalismo de Descartes, el método científico de Bacon y el modelo físico de Newton, configuró una mentalidad objetivista,
individualista, materialista y racionalista, cuyas consecuencias fueron el industrialismo, el capitalismo y el marxismo. Su fracaso (evidenciado por el emerger de la física moderna que ha refutado la epistemología generada por Descartes, Bacon y Newton), supuso el emerger de la
postmodernidad, ya a mediados del siglo XIX, caracterizada por un escapismo esteticista y hedonista con respecto a los grandes relatos de la modernidad (la justicia, la revolución, los derechos humanos??).

Contra esto dos paradigmas surge la transmodernidad, en su pretensión de volver a construir los grandes relatos, pero ahora con los elementos constitutivos de la realidad según la nueva física (la física cuántica, la teoría de la relatividad y el principio de indeterminación
de la materia), que son la unicidad, la flexibilidad, la integralidad, la supra-racionalidad y la meta-materialidad, entre otros. En otra acepción del término, Enrique Dussel la considera como el referente historiográfico que debe superar el eurocentrismo epistémico de la modernidad, y reconstruir y generar unas epistemologías autóctonas y no eurocéntricas.
Ahora bien, la transmodernidad aplicada a la teología determina el paso del teísmo (Dios como ser sentiente, amante, castigador y premiador) al posteismo (Dios como representación de la energía vital universal), y en cuanto tal, no sería un ser personal sino una dinámica, un principio o un arjé de vida, lo cual nos recuerda al tao, al panteísmo o a la
consideración de Empédocles de que ?Dios es una círculo cuyo centro esta en todas partes y cuya circunferencia en ninguna??.

En las últimas décadas se viene desarrollando una teología posteista a partir de estudiosos como Lanaers, O?Murchu, Spong, Vigil, Villamayor, Arregi y otros, que están elaborando una visión de la transcendencia acorde a la nueva caracterización de la realidad mostrada por la física moderna. Dicha visión es concomitante con la espiritualidad del
movimiento hippie, en cuanto que este bebe de las religiones orientales panteístas, y es uno de los pioneros de la transmodernidad.

Además, si el paradigma emancipatorio de la modernidad era la revolución (o creación de un orden social justo), el de la transmodernidad es la contracultura, la cual integra a la revolución pero la transciende, al atacar toda cultura (que en cuanto tal históricamente ha
reprimido los instintos necesarios para la felicidad de la especie) y en especial la de la modernidad y sus valores blancos, masculinos, occidentales, heterosexuales, productivistas,
materialistas y racionalistas.

5. El hippie como trasunto del monje en el marco de la transmodernidad:
El monje, debido a ciertas características (podía leer, tenía tiempo para pensar, tenía una ética y una espiritualidad que se lo posibilitaba), contaba con todos los requisitos para hacer la revolución. Sin embargo, el proceso evolutivo del cristianismo, que adoptó un dualismo espiritualista originario de Grecia y ajeno al mensaje de Cristo, consideró que el
hambre y la desigualdad eran asuntos inmanentes, y que lo único importante era lo transcendente, o la salvación del alma. Sin embargo, a la hora de acumular riquezas, poseer feudos o latifundios o reprimir revueltas sociales, ya el monje no fue tan dualista.

De este modo, para hacer la revolución, ya a partir del siglo XVIII, se echó mano de intelectuales y activistas (Babeuf, Blanc, Marx??) cuya primera labor fue combatir el papel de la religión como freno de los procesos sociales y liberadores. Con razón sostuvo Ernesto
Cardenal que si la revolución fue anticristiana es porque el cristianismo fue contrarrevolucionario.

El pensamiento racionalista y materialista de la modernidad, aplicado a la revolución, olvidó la dimensión cordial del ser humano y de la realidad (al cogito ergo sum de Descartes, Leonardo Boff le replicó con el sentio ergo sum), desperdiciando la capacidad suprarracional
del ser humano, desde la fuerza de la espiritualidad a la de la voluntad, pasando por la del amor y la del entusiasmo.

Así, si el monacato hubiese elaborado una reflexión más lúcida acerca de las enseñanzas de Jesús de Nazaret, los monjes hubiesen sido los abanderados de una revolución que además no hubiese sido racionalista, cientificista y materialista (algo que hoy día ni Marcuse ni Fromm ni tal vez el joven Marx hubiesen dudado), y la revolución se hubiese
hecho con el cristianismo y no contra él.

Hoy día, debelados los valores de la modernidad, el hecho de la necesidad de sustituir este paradigma lleva a la necesidad de transcender todo estos valores, constitutivos de la cultura occidental y que, como toda cultura, ha supuesto la innecesaria infelicidad estructural
de la especie al reprimir los instintos naturales por imponer los criterios normativos sociales y culturales.

Es decir, que la cultura se ha venido construyendo, a lo largo de la historia de la
humanidad, no en armonía con la naturaleza sino a costa de ella. Y los monjes traicionaron su vocación de levantar una contracultura (u orden social lo más sencillo posible para no sofocar los instintos naturales de manera represiva). Los hippies de cada tiempo, desde los cínicos y
los taoístas hasta los resistentes a la guerra de Vietnam son los que, al respecto, han estado del lado correcto de la historia.

Ante la nueva guerra fría EEUU-Rusia-China, ante la creciente desigualdad, pobreza y hambre, ante el colapso ecológico ya casi irreversible, ante las infelicidades intrahistóricas (adicciones, consumismo, violencia, hedonismo??), se impone la espiritualidad transmoderna
del hippie como sustituto de la espiritualidad medieval y moderna del monje. Si el agente de la revolución debió ser (y no fue) el monje, y lo fue el intelectual y el activista, el agente de la
contracultura (que, recordemos, incluye a la revolución) será el hippie.
No habrá, consideramos, salvación de la humanidad sin superar los valores del racionalismo, el cientificismo, el materialismo y el patriarcado. Y por ello se necesita un movimiento de masas contracultural (que profundice elementos como el ecologismo biocéntrico e integral, el feminismo radical, el anticonsumismo, las ecoaldeas o las economías en transición), unos 1500 años más tarde de aquel otro movimiento contracultural de masas
que fue el primer monacato cristiano surgido en Egipto. Y que, además, a diferencia de este, no se deje con el tiempo domesticar por el poder.