Muy poca gente hoy en la plaza de colón. Casi todos «kikos». Se notaba la falta de ánimo en el carácter del siempre apocado Rouco Varela. No se pudieron repetir los éxitos de la JMJ y de ocasiones anteriores. Muchos debieron pensar que «muerto el perro, se acabó la rabia», y lo cierto es que, sin la presión del Gobierno socialista, las palabras del cardenal de Madrid también se movieron en las declaraciones generales. Algo que, por otro lado, se agradece, pues la fiesta de las familias cristianas jamás debió convertirse en un ariete de ataque contra el Ejecutivo o contra otros modelos de convivencia.
Por no decir, ni siquiera Kiko Argüello lanzó su afamada predicación. Eso sí: el protagonismo de los kikos fue absolutamente excesivo. Muchos huecos y muchos silencios en Colón. Tal vez haya llegado la hora de echar el cierre a esta iniciativa, que nació viciada desde el principio y que, desde su primera edición, fue concebida como una respuesta a supuestos ataques de los enemigos de la Iglesia. Ya no es hora de enseñar «músculo», sino de ponerse a trabajar.
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