Agradecimiento y compromiso. Estas son las dos palabras que más hemos repetido en este XX Fòrum.
Damos gracias a Dios porque durante veinte años hemos sido capaces de reunirnos, año tras año, en estos encuentros de reflexión, plegaria y convivencia fraternal, y proclamar nuestra convicción de que estos tiempos civiles y eclesiales, tan llenos de pragmatismo político y restauracionismo eclesiástico, han sido, también, una fuente de gracia y de libertad; y porque, a pesar de las deficiencias personales y colectivas que sin duda hemos tenido, nos hemos mantenido fieles a los principios que dieron origen a esta iniciativa eclesial. Los nuevos aires que entraron en la Iglesia por la ventana abierta por Juan XXIII continúan estimulándonos a quitarle el polvo del autoritarismo, del clericalismo y del machismo, que aún se manifiestan no sólo en determinadas actuaciones de la jerarquía sino, a veces, en nuestros mismos grupos y comunidades.
Conducidos en todo momento por la espiritualidad cristiana de “la levadura que se mezcla en la masa hasta que toda ella fermenta” y fieles a nuestra tierra, nos comprometemos a continuar presentes en la sociedad laica, plural y democrática y, con los mismos derechos y deberes de todos los ciudadanos, colaborar con lealtad en todos aquellos proyectos, vengan de donde vengan, que son fuente de justicia, verdad, libertad y humanización integral, especialmente de los más pobres y desamparados.
Porque creemos que Jesús Resucitado es el fundamento de nuestra fe y esperanza, al terminar este XX Fòrum, queremos proclamar con toda fuerza que otro mundo y otra Iglesia son posibles:
Un mundo que ya no estará en guerra contra los pueblos pobres, sino contra toda clase de pobreza de cualquier lugar del mundo, y en el que la industria mi9litar no tendrá más remedio que desaparecer.
Un mundo donde nadie morirá de hambre, porque tampoco podrá morir nadie de un hartazgo.
Un mundo donde nadie se verá obligado a emigrar y a vivir en clandestinidad, porque a toda persona se le reconocerán sus derechos humanos y todos gozarán de la plena ciudadanía en un mundo que respete la pluralidad cultural, lingüística y política de los diversos pueblos y naciones de la tierra.
Donde la libertad y la seguridad, condenadas ahora a vivir separadas, volverán a juntarse y ningún político las utilizará para meter miedo en el corazón de las personas y las instituciones.
Una Iglesia más evangélica, libre y liberadora, potenciadora de la felicidad de las personas y animadora de gozar del cuerpo, como obra del Buen Dios, Padre-Madre.
Que interpretará como se debe el precepto divino “amarás la naturaleza”, de la cual la persona humana forma parte, y no la someterá ni explotará.
Una Iglesia en la que la unidad no será sinónimo de uniformidad ni la persona estará al servicio del derecho canónico ni de las rúbricas litúrgicas; en la que la comunión será bidireccional, no únicamente de arriba a abajo.
Soñamos con un mundo y una Iglesia donde nadie podrá trabajar, a la vez, para la gloria de Dios y para los propios bolsillos, prestigio y poder; donde ningún político triunfará sirviéndose de agua bendita.
Un mundo y una Iglesia que con humildad se dejen salvar aprendiendo de la solidaridad, la estima, la alegría y los valores humanos y evangélicos que nos aporten todos los crucificados por un sistema económico perverso.
En este mundo nuevo y en esta Iglesia nueva, todas las personas que tengan voluntad de justicia y voluntad de paz convivirán y tendrán las mismas oportunidades, sin que importen en absoluto las fronteras del mapa o del tiempo, de la lengua o del sexo, de la raza o de la creencia.
¿Un sueño, una utopía?. Quizás. Lo bien cierto es que “més lluny, hem d’anar més lluny”(“más lejos, hemos de ir más lejos”) si queremos llegar a la “Itaca” del Reino de Dios. “Dejemos el pesimismo para días mejores” y, sin mirar hacia atrás, continuemos avanzando con la fuerza que nos dan la fe y la hermandad que nos vienen del Cristo Resucitado y que en estos días de Pascua estamos actualizando.
València 13 de abril de 2008