Marta: la hermana de todos en los barrios pobres -- Nelson Lista

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Chasque

Su acción religiosa resulta inseparable de su clara opción por los pobres
La Congregación Hermanitas de la Asunción se funda en 1865 para servir a las familias obreras
En el año 1945 se integró a la Juventud Obrera Cristiana
El prójimo, al que hay que socorrer, lo encuentra en los barrios pobres
En Bolivia, trabajaba con los obreros de la mina
«Eramos muy ingenuas: en una manifestación quisimos interceder y separar a los obreros y el ejército, cuando estaban en pleno enfrentamiento… entre balas y dinamita»
En Uruguay trabaja en barrios populares (Cerro, Cerrito y Las Acacias) desde su Comunidad

«Fue el mes de julio del año 1972, cuando ya estábamos en Las Acacias, que me detuvieron»

«Me tuvieron un tiempo en el Batallón de Infantería N° 1, kilómetro 14??luego en Punta Rieles»

Nelson Lista / periódico barrial Periscopio en intercambio con vecinet
El pasado 24 de agosto (2005) la Hermana Marta(1) cumplió 81 años, es maragata (nativa del Dpto. de San José), y fue allá en su departamento natal (San José, Uruguay) donde por primera vez se iluminó su rostro ante la injusticia y la miseria. Desde esos primeros tiempos, nunca dejó de entregar su energía por el bien de los demás. Hasta hoy, que dedica sus esfuerzos a los niños y las madres del Centro Educativo Abuelo Oscar, de la calle Itacumbú. Hablar con ella es un verdadero placer; de ojos claros y vivaces, de sonrisa cómplice y haciendo gala de un fino humor, Marta irradia calma: una condición reservada a aquellas personas que han sabido honrar la vida.

Su nombre real es Nilda Echarte Arrizabalaga, pero para todos es la Hermana Marta, que es su nombre religioso. Quería llamarse «Magdalena», pero ya había varias en su congregación -Hermanitas de la Asunción(2)-, y le quedó Marta por la santa «María Marta de Betania».

Su acción religiosa resulta inseparable de su clara opción por los pobres.
Lo llamativo es que Marta comenzó en esa línea, antes del Concilio Vaticano II, promulgado por el Papa Juan XXIII, que removió las estructuras de catolicismo y tras el cual surge la «Teología de la Liberación», en aquella América Latina de los 60.
Muchos han sido los destinatarios de su trabajo solidario y espíritu organizativo: desde los obreros pobres de la periferia de San José, o las prostitutas de Juan Lacaze; los Cañeros de Artigas, acampados en el Cerro, luego de las marchas desde el Norte y los enfrentamientos con la policía.

Pero su acción trascendió fronteras, y llegó a otros hermanos latinoamericanos, como los sufridos mineros bolivianos, que fueron atendidos y curados por Marta.
El prójimo al que hay que socorrer se lo puede encontrar en todos lados, también aquí en los barrios pobres de la Zona 11 (de Montevideo): Casavalle, Cópola, Aparicio Saravia, Marconi… Marta trabajó mucho con ellos. Junto al padre Cacho, al doctor Misurraco -en atención primaria de la salud, en la policlínica Santa Rita-. Tuvo también su «trinchera de lucha», codo a codo con (el Padre) Pablo Bonavía, en la parroquia de Possolo, quince veces allanada por las Fuerzas Conjuntas (FFAA y la Policía).

Los comienzos en San José
«Fui sólo a la escuela primaria, al liceo no fui porque no me lo exigieron.
Mi hermana mayor sí fue. Ella, a los 16 años se vino a estudiar magisterio a Montevideo, se recibió de maestra y de educadora rural. Yo me quedé a trabajar en el pueblo, en los barrios. Yo sentía una felicidad tan grande cuando salía a la calle… cuando sentía que podía darme a la gente. Ahora mis sobrinas se alarman ¡Y cómo no seguiste estudiando!, me preguntan. Yo les digo que no me hacía problema por eso, yo sentía el llamado desde los barrios más periféricos, los más lejanos. Nosotros vivíamos a una cuadra de la catedral, pero no, no era ahí donde quería estar. Yo me iba al barrio Cementerio, allá, atrás de todo…»

– ¿Tus padres participaban en política, eran católicos?
«Mi padre era colorado y mi madre de Aparicio, ellos habían vivido la época de la guerra de 1904. En los campos de mis abuelos había habido batallas. En mi casa se discutía política. Pero además papá era muy creyente. Fijate que los masones lo quisieron reclutar, pero él no quiso. La masonería en esa época era muy atea. A la escuela no se podía llevar ningún signo religioso, pero muchos padres querían que sus hijos tuvieran contacto con la religión.

En el año 1945 me integré a la Juventud Obrera Cristiana (JOC), me gustaba trabajar en política, en los sindicatos, pero eso era en la ciudad. Pero a mí ¿quién me llevó al campo? Sí, a mí me llevó Cristo, él fue quien me llevó.
Un día yo estaba orando frente al Señor, y le dije ¡hacé de mí lo que tú quieras! Y bueno, después no podía reprocharle nada (risas)».

– Tus convicciones religiosas vienen desde tu juventud…
«Sí. Es que yo sentí ese llamado desde la calle, una cosa tan grande, tan especial… Yo me iba a recorrer la campaña y la periferia de San José; barrios como Cagancha Chico, Cagancha Grande, Rincón de la Torre, Rincón de Albano, todos lugares de mucha pobreza.

Mi primera clase de catecismo fue en el campo: «por piso el pasto, por techo el cielo». Después lo hacíamos en un ranchito donde primero comenzaron a venir los niños, después las muchachas del pago. De tardecita, llegaban los muchachos. Todos se fueron preparando, y a fin de año nos fuimos al pueblo de Rodríguez a hacer la Comunión».

– ¿Pero vos querías ser monja?
«No, ¡que iba a querer! No, yo sólo quería estar entre los pobres, no en un convento encerrada, y menos usar hábito (me imagino que nada de eso vas a poner ¿No?).
Bueno, pero ahí llega al pueblo la congregación Hermanitas de la Asunción -que nació en Francia en 1865- que se funda con el objetivo de servir a las familias de los trabajadores. Y nosotras íbamos a los barrios periféricos de San José, -nosotras y los comunistas-, a cuidar a las familias de los obreros. Muchas veces a mujeres que estaban enfermas, les atendíamos la casa, a sus hijos, hacíamos la comida. Pero también íbamos a los prostíbulos, para rescatar aquellas chiquilinas de esos lugares».

Un Montevideo agitado
«Llegué en el año 50. Enseguida nos fuimos un tiempito a Buenos Aires a prepararnos, y después trabajamos en el Cerro, y luego en el convento que había en la calle Chimborazo casi General Flores, donde ahora hay un local del INAU. Allí pegado vivía Líber Arce(3)… si me acordaré de él… Yo fui a donar sangre, y fue justo cuando murió. Después me fui a Francia y finalmente a Bolivia».

Estaño y muerte en la mina «Siglo XX»
Del fondo de la mina Siglo XX, y la confraternización con los mineros y sus mujeres, Marta guarda también recuerdos imborrables.
Corría el año 59 (año del Concilio Vaticano II) y ya habían pasado siete desde la revolución de 1952, cuando mineros y campesinos destruyeron al ejército en combates callejeros, conduciendo a la victoria la primera revolución progresista de América Latina.
«Estábamos en Llallagua(4), Potosí, a cuatro mil metros de altura» -recuerda.
«Trabajábamos con los obreros de la mina. Ellos me conscientizaron, me hicieron descubrir América Latina. Nosotras entrábamos al interior de las minas, allí el sindicato tenía mucha fuerza.

El gobierno de Víctor Paz Estenssoro había nacionalizado las minas, pero no las socializó. Uno de los dirigentes que traté en esa etapa fue a Federico Escobar, que tenía una visión muy clara; era comunista, pero cuestionador del partido. Yo fui a cuidar a su mujer cuando nació su hijo, al que llamaron Fidel Camilo.
La congregación en esa época estaba muy ligada en todas partes al tema de la salud de la gente obrera. El gran problema sanitario era, en Bolivia y en las minas, la enfermedad llamada silicosis, que afecta los pulmones, dejándolos como papel de lija. Esa patología del trabajo diezmaba a los mineros. También a los que no lo eran, pues estaba en el aire. Los obreros terminaban tuberculosos. La gente vivía en campamentos y allí tenían sus policlínicas. Los indiecitos pobres, que no tenían nada, venían a atenderse con nosotras a lomo de burro, y se quedaban allí hasta que se curaban.

Eramos unas seis o siete monjas, argentinas y uruguayas.
Llegamos a participar en los grandes conflictos obreros. Pero éramos muy ingenuas: en una manifestación quisimos interceder y separar a los obreros y el ejército, cuando estaban en pleno enfrentamiento… entre balas y dinamita.
Nosotras no predicábamos allí. Fueron diez años dedicándonos a la tarea social. Todos los niños que nacían pasaban por nuestras manos. Son tantas las anécdotas para contar… por ejemplo, los hombres se emborrachaban y le pegaban mucho a las mujeres, y nosotras las visitábamos y veíamos el estado en que se encontraban. Si les preguntábamos algo nos decían que se habían caído. Cuando al fin nos contaban qué había pasado, les insistíamos que tenían que defenderse… Una vez, los mineros llegaron a hacer una asamblea por ese motivo en la mina.

El tema era: las madrecitas (nosotras) incitan a las mujeres a pegarle a los hombres. Ellas les decían después a los hombres: Pegame nomás, que están las madrecitas para defendernos».

Del altiplano al Cerro de Montevideo
Cuando llegué de Bolivia me mandaron al Cerro ¡justo llego en medio de las marchas cañeras! Era la época de Pacheco (1968 predictadura), que yo creo que allí fue cuando comenzó la Dictadura. La Chela, que era la compañera del Cholo -el que quedó después en lugar de Sendic-, comía en casa. Me acuerdo que Margarita Michelini y tantos otros estudiantes que venían al Cerro, se reunían en casa. También los dirigentes sindicales de la (central obrera uruguaya) CNT, que estaban clandestinos por las Medidas Prontas de Seguridad. Bueno, a nosotros nos tocó ir a hablar con políticos y militares para conseguir la libertad de muchos de ellos. Y claro, en cada lado `la hermanita´ tenía que presentar la cédula (de identidad)… Y nos iban fichando. Siempre estábamos rodeadas de `tiras´ (policías de particular). Enfrente a casa en la vereda, disimulaban como si fueran parejas, pero nosotros ya sabíamos que eran `tiras´».

La monja presa
«Fue el mes de julio del año 1972, cuando ya estábamos en Las Acacias, que me detuvieron. Llegamos de una reunión de reflexión con un grupo del Movimiento Obrero de Acción Católica (MOAC). Estábamos mirando la tele -me acuerdo que era una película con Marlon Brando, Nido de Ratas. Y a la una de la mañana golpearon la puerta: me venían a buscar. Me llevaron detenida `por averiguaciones´, sin embargo me trasladaron encapuchada y me hicieron llevar el colchón y todo. Después me interrogaban con unos focos, yo no les veía la cara, sólo los galones, y yo estaba con el hábito.

Me acuerdo que el comandante De Navas, que fue uno que de los que me interrogó, cuando yo le decía que no pertenecía a ninguna organización (política), que yo no había hecho nada, se ponía furioso y me gritaba: `¡Pero usted concientiza!¡(Al Evangelizar) usted concientiza! ¡Y no hay que concientizar!´

La tenía clara… (risas)
Después me soltaron, y me recomendaban que no me metiera en nada, que me dedicara a la congregación… Pero en marzo del 73, un viernes, llegaron de nuevo a casa. Hicieron un despliegue por todo el barrio: milicos por todos lados, arriba de los techos, y muchos vehículos. Yo creo que querían dejarnos pegadas (dejarnos mal) con la gente.

Mientras me llevaban para el juzgado me dijeron que seguramente me darían la libertad, pero cuando estábamos allá, llegó (el Cnel.) Silva Ledesma (juez militar), y bueno… me dejó adentro.
Me tuvieron un tiempo en el Batallón de Infantería N° 1, kilómetro 14, en un barracón, y después 14 meses en la cárcel de Punta de Rieles. Después quedé con `libertad vigilada´ un año y medio. Tuve que ir a firmar todas las semanas.

En (la cárcel de) Punta de Rieles no había comunistas todavía, había gente del MLN, de los Grupos de Acción Unificadora, y de otros grupos. Todas las compañeras discutían mucho de política, las distintas tendencias, mientras yo les cebaba mate dulce. Ellas intercambiaban sus diferentes visiones, pero yo era una confidente de todas, y aprendía.
Y la tercera vez que caí fue casi al final de la Dictadura… Fui detenida en el 25 de agosto del 82, antes de las elecciones internas de los partidos. Nos llevaron del Cristo Rey. Para realizar el operativo ¡interrumpieron el tránsito de General Flores! Nosotras rezamos el Padre Nuestro en la vereda. Esa vez fue la Metroplitana la que me llevó `para interrogarme´.»

La fuga de «Las Tres»(5)

«En el 73, en Punta de Rieles no había visitas. Nos llevaban a Jefatura en unos carromatos, para ver a nuestros familiares.
En uno de esos traslados -íbamos seis mujeres- a poco de andar, una compañera se dio cuenta de que atrás de la camioneta no venía ningún vehículo custodiando. Y entonces, las tres `más pesadas´ (las que si no se fugaban podían morir o estar 30 años presas) no sé cómo fue que abrieron la puerta -porque yo no quise mirar ¡para no tener que mentir después!- y saltaron. Cuando llegamos a Jefatura, la puerta del carromato todavía estaba abierta. Dijimos que se habían caído, que estaban recostadas y se cayeron.

Claro que no nos creían ¿pero qué iban a hacer? Se pusieron muy furiosos.
Cuando nos llevaron al cuartel, nos interrogaron durante toda la noche, nos pusieron largas horas de plantón».
La entrevista termina en el patio soleado, en medio del bullicio de los chiquitos. Marta tiene el pelo blanco, no usa hábito, pero su cruz de plata le brilla en el pecho. (Periscopio) (vecinet)