Muchas personas sienten escepticismo cuando oyen hablar de terapias alternativas o de curaciones que se dan fuera de la medicina científica. Surge la desconfianza, el pensar que tal vez sea todo un engaño o una forma de obtener dinero, cosas de charlatanes o curanderos. Pero, ¿qué pensaríamos si quien aplica dichas terapias es un sacerdote católico?
Ese fue el caso del Padre Mario Pantaleo, un sacerdote italiano emigrado a Argentina a quien, a lo largo de su vida, acudieron cientos de personas para buscar curación para sus enfermedades. De esta forma se convirtió en uno de los hombres que más fe y devoción suscitan en el seno de dicho país.
Hoy por hoy, quince años después de su muerte, aún sigue sanando, ?aunque de otra forma? a través de la Obra del Padre Mario, una gran labor por la que luchó y trabajó en vida y ahora continúa existiendo para luchar contra la pobreza y la exclusión social en la provincia de Buenos Aires.
Giuseppe Mario Pantaleo (Italia, 1915 – Buenos Aires, 1992), tuvo vocación sacerdotal desde que era un niño. Y fue también en su infancia cuando empezó a intuir que tenía una capacidad especial, tal vez un don, tal vez una misión, o quizá casualidad. Cuentan que a los cinco años, viviendo en Pistoia, un pueblo de la provincia de Florencia, el gato de la familia ?compañero inseparable del pequeño Mario? estaba muy enfermo y le habían dicho que moriría. El niño se acercó al felino que estaba tendido en el suelo, moribundo y le acarició el lomo como señal de despedida. Apenas dos horas después, el gato corría por la casa y por los techos, y no quedaba ni rastro enfermedad.
Esa fue la primera curación por imposición de manos que la tradición atribuye a Mario Pantaleo. Debido a las consecuencias de la I Guerra Mundial, emigró con su familia rumbo a Argentina. Allí Mario quedó a cargo de los hermanos salesianos, incluso cuando sus padres regresaron a Italia al finalizar el conflicto bélico. Pasado el tiempo, los salesianos no tuvieron más noticias de los padres y recurrieron a las autoridades italianas para solicitar la repatriación del pequeño. El único familiar que habían logrado localizar era una tía, quien se haría cargo de su destino.
Así fue como Mario volvió solo a Italia en un barco y al llegar a Génova fue internado en un seminario en Arezzo donde continuó con su formación religiosa. Ya como seminarista pasó por distintos centros de formación y, a la edad de 20 años, se encontró con el Padre Pío de Pietrelcina ?recientemente beatificado por el Vaticano? quien se convirtió en confesor del joven Pantaleo.
Una persona con un don
Una vez ordenado sacerdote, volvió a Argentina, ante el llamamiento de Monseñor Caggiano, titular máximo de la Iglesia rioplatense, quien había solicitado al Papa Pío XII que le enviara ministros. Mario decidió que ése era su destino y fue animado a ello también por el Padre Pío quien le dijo: ?Ve, hijo mío, estás en tu camino. Tú también has sido elegido para una singular misión??.
Así, regresó a Argentina en 1948 donde ya se quedaría para siempre. Su fama comenzó a extenderse años después, cuando fue destinado a Buenos Aires. Decenas de personas se agolpaban para que el Padre Mario les impusiera las manos y existen numerosos testimonios de curaciones realizadas por él. Personas que acudían sin esperanza, buscando una última alternativa, obtenían en las palabras y en las manos de Mario las fuerzas para seguir adelante.
Se calcula que, en los últimos treinta años de su vida, atendió a un promedio de 2.000 personas por semana, a los que imponía sus manos y un péndulo, gracias al cual podía conocer las dolencias de quienes se acercaban a visitarlo. Una de estas personas fue Aracelis Gallardo, actual presidenta de la Obra del Padre Mario y luchadora incondicional de todas las acciones sociales de este sacerdote.
?Yo conozco al Padre Mario en el año 1968 aquejada de un mal que consideraban incurable. Entonces me daban tres meses de vida y mi esposo, que era médico, me pidió que fuera a consultar a un sacerdote que se llamaba Mario Pantaleo que tenía el don de curar. Me pareció extraño que mi marido médico me comentara esta posibilidad.
«Yo me mostré reacia porque lo que quería era estar con mis hijos, pero finalmente, animada por el más pequeño, decidí ir a visitarlo??, explica Aracelis, más conocida por todos y todas como Perla.
El Padre Mario solía acoger a las personas que le iban a visitar en casas de amigos y amigas que le prestaban un espacio de su hogar para sus atenciones. ?Acudo donde está el Padre ? cuenta Aracelis ? y entro en la habitación sin que él se de cuenta. De pronto, sin hablarme, sin mirarme, sin saludarme me puso la mano frente al vientre que es donde yo tenía mi tumor. Me quedé asombrada, sentí que la hemorragia que me había acompañado durante tanto tiempo dejaba de fluir??. Con ésta y otras sesiones, fue como Perla, la mujer que apoyó al Padre Mario a que construyera su Obra, se curó del cáncer que padecía desde hace años.
El Padre y la Iglesia
Sus facultades para realizar curaciones milagrosas generaban comentarios de todo tipo. Entre los miembros del clero había muchos que lo comprendían y lo escuchaban. Sin embargo, existían autoridades eclesiales que no estaban de acuerdo con las sanaciones del Padre Mario. ?Creo que hubo miembros de la Iglesia que no supieron comprenderlo. Tal y como él me dijo el primer día que lo conocí, el de arriba es quien escribe las cartas, yo sólo soy un postino, el que reparte las cartas. Si hay alguien que cura ése es Dios??, narra Perla recordando la singularidad del Padre al mezclar el español y el italiano cuando hablaba.
Al margen de las curaciones, las autoridades eclesiales argentinas sí que se vieron obligadas a suspender al Padre Mario de sus oficios. ??l no prestaba atención a los trámites burocráticos. Cuando decidió venirse a Argentina como sacerdote no le pidió autorización a su obispo. Los prelados argentinos le concedieron un permiso de un año cuanto mucho y como el Padre no gestionó sus papeles se vieron en la tesitura de suspenderlo??, describe Perla con detalle.
Una misión
Pese a ello, él continuaba imparable con el deseo que albergaba desde hacía años en su corazón. El Padre Mario no quería ni un céntimo por sus curaciones, toda su ilusión era crear una obra social donde poder atender a los más necesitados. Fue así como acabó en González Catán, una pequeña y pobre localidad de la provincia de Buenos Aires, donde de la nada, ?era un lugar solo, alejado y prácticamente sin urbanizar??, cuenta Perla; creó una obra social muy importante.
El Padre Mario, junto a su incondicional Aracelis y otros colaboradores y colaboradoras, creó la Fundación Pbro José Mario Pantaleo con la que logró abrir una guardería, un centro para mayores y otro para discapacitados. Tras esto tres primeros peldaños de la obra, nace la segunda Fundación Nuestra Señora del Hogar, al abrigo de la cual construyen una escuela de Primaria, Secundaria y Terciaria, de acuerdo con el sistema educativo argentino. La acción social de la Obra del Padre Mario es hoy en día una de las misiones más destacadas de la zona.
Entre asalariados y asalariadas, junto con el equipo de voluntariado, son 500 personas las que trabajan en cada una de las áreas de atención de la obra. Financiada con fondos privados, públicos y de Cooperación Internacional, esta misión se enfrenta ahora a nuevos retos. ?Después de que el Padre Mario me pidiera a través de su testamento que continuase al frente de la obra, nuestro objetivo como fundación es llevar adelante esta misión y hacerla crecer con las dos áreas que el Padre no pudo ver construidas, la biblioteca y la Universidad??, explica Perla.
Para esta tarea cuentan con la ayuda del organismo de la Iglesia Comunión y Liberación, encomendados por el Papa Juan Pablo II, quienes aportan su experiencia y carisma en esta labor. Junto a estos objetivos, las dos Fundaciones que existen bajo el paraguas de la Obra del Padreo Mario, desean que este sacerdote italiano sea beatificado. El Padre Pantaleo, tal como declaró en una ocasión, ?No soy sin el otro??, porque pese a las dificultades que enfrentaba, no renunció a lo que él sentía como su misión. Permanentemente en la disyuntiva, cuestionado y aclamado, continuó brindando su ayuda a todas aquellas personas que acudían a consultarle sus enfermedades, en vida y después de su fallecimiento, pero sobre todo colaborando con la población más necesitada.