Los nombramientos episcopales como paradigma -- José María Castillo, teólogo

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El reciente nombramiento del obispo de San Segastián, y la reacción de más de 130 curas de su diócesis, es un hecho paradigmático. En estas ocasiones es cuando mejor se ve cómo funciona la Iglesia: los procedimientos que usa el Vaticano para mantener intacta su estructura piramidal; y las reacciones que tales procedimientos desencadenan.

Lo que interesa es mantener, a toda costa, la mentalidad sumisa. Por eso se nombran los obispos que se nombran: hombres incondicionalmente obedientes a Roma, ya que no pueden hacer de obispos sino «en comunión jerárquica con la cabeza y con los miembros del Colegio» (episcopal) (can. 375). Esto se justifica porque la obediencia se considera indispensable para mantener la unidad. Lo que en realidad se pretende, sin embargo, es asegurar la sumisión, en un régimen que funciona sobre la base de la exaltación del poder papal.

De donde resulta inevitablemente que la Iglesia católica funciona como una fabulosa institución represiva. Se reprime el pensamiento mediante los dogmas. Se reprime la libertad mediante la obediencia. Se reprime el amor y las relaciones humanas mediante el celibato, el voto de castidad, la moral sexual, con la eficaz colaboración de los predicadores, los confesores y los directores espirituales. Todo esto no se dice nunca, tal como lo estoy diciendo aquí. Porque una institución represiva, para poder funcionar, tiene que ser evidentemente «una gran máquina de disimular la verdad», a base de proponer siempre cosas sublimes, en lugar de presentar la realidad del deseo más clamoroso que brota de nuestra intimidad profunda (cf. Pierre Legendre).

Ahora bien, todo esto entraña una consecuencia terrible: para que un sistema así, funcione bien, se necesitan gobernantes que, ellos a su vez, sean auténticos esclavos. Porque, como se ha dicho acertadamente, «sólo los esclavos son aptos para la represión». Como se sabe, los atenienses sólo empleaban a esclavos en la policía. Quien practica la represión como oficio tiene que ser él mismo un represor ejemplar. Esta es la causa profunda de que la obediencia ciega y los ejercicios absurdos de instrucción desempeñen un papel tan importante en el ejército y en la policía. De ahí también que, como se sabe, entre los vigilantes más fieles y seguros de los campos de concentradicón nazis estaban los propios prisioneros (cf. Vicente Romano).

Yo entiendo perfectamente el nombramiento del obispo Munilla. Entiendo que ese hombre, no obstante la reacción de la mayoría del clero donostiarra, esté dispuesto a «gobernar» una diócesis en tales condiciones. Y entiendo la reacción de los 131 curas que han firmado el escrito que conocemos. A esos curas se les echa en cara ahora que son todos pro-etarras. Que todos sean así, es una mentira y una calumnia. Sin embargo, lo que dicen en su escrito es impecablemente cierto, a saber: que en el nombramiento del nuevo obispo no se les ha conusltado, ni se ha sondeado tampoco el parecer de los fieles a los que Munilla va a pastorear.

Y es que, efectivamente, esta Iglesia funciona como una excelente máquina de ocultar la verdad. Digo esto con pena, con dolor, con temor de escandalizar a algunas personas. Pero creo que, si nos seguimos callando en estos casos, lo único que conseguimos es perpetuar la mentalidad sumisa, no (en modo alguno) manifestar nuestro amor a la Iglesia y al Evangelio que la Iglesia debe presentar y explicar a la gente