Los celiacos se alzan contra la severidad de la Iglesia -- Juan Ruiz Sierra

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El Periódico

«Cristo no se nubla por comulgar con maíz», dice una religiosa que sufre la dolencia. Para ser monja y celiaca, María José Cánovas lleva su difícil doble condición sin dramas. Cánovas, de 42 años, monja desde los 29 y celiaca desde que nació, comulga solo con vino, pues las obleas fabricadas con trigo, las únicas que según la Conferencia Episcopal Española (CEE) son susceptibles de convertirse en el cuerpo de Cristo, cuentan con gluten, hacen que se inflame su intestino delgado y le causan diarrea y fatiga. Pero eso es ahora que vive en Soria, porque cuando estaba en Madrid, esta monja murciana, como muchos otros que padecen su misma enfermedad -unos 45.000 diagnosticados en España-, celebraba una eucaristía ‘fuera de la ley’.

Es decir, tomaba la comunión con maíz, con unas obleas de maíz que le daba la muy activa Asociación de Celiacos de Madrid, cuya directora, Manuela Márquez, suele remitir a aquellas personas que insisten en recibir a Dios como todos los demás -solo que con un grano distinto- a una parroquia de la capital, San Gabriel de la Dolorosa, donde el padre José Hernández del Cacho no pone ningún problema porque, según dice, «Cristo no se encuentra en una fórmula química». La mayor parte de quienes piden este tipo de hostias a Márquez son padres de niños celiacos que se oponen a la severidad de la CEE -que en el 2003 permitió que quienes padecen esta dolencia pudieran comulgar solo con vino- por dos motivos distintos. Uno: no quieren que sus hijos se sientan discriminados al no recibir la sagrada forma. Y dos: no estiman conveniente que los menores consuman alcohol.

Poco a poco, de forma silenciosa como la hermana Cánovas o sonora como los padres del niño que denunciaron públicamente la semana pasada que la diócesis de Huesca no permitía que su hijo comulgara con una hostia sin gluten, los celiacos católicos se están alzando contra una Iglesia que, según ellos, les impide desarrollar su vida espiritual.

AHÍ FUERA ES DISTINTO
«En mi comunidad no me impiden comulgar con maíz, pero ahí fuera es distinto -cuenta Cánovas, de las Hijas de la Caridad de San Vicente Paul-. Me parecería estupendo que la Iglesia cambiara los requisitos para celebrar la eucaristía, porque el sacramento no se va a nublar por eso. Jesús es mucho más grande». Esta monja conoce a unas cuantas hermanas que también son celiacas, pero cuando le preguntan si se ha topado alguna vez con un sacerdote que sufra esta dolencia contesta que no. Hasta hace pocos días, Cánovas desconocía a qué se debía la ausencia de celiacos en el sacerdocio. Ahora sabe que obedece a una orden de Joseph Ratzinger.

En 1995, el ahora Papa, entonces al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe -sucesora de la temible Santa Inquisición-, ordenó a través de un documento que «los aspirantes al sacerdocio afectados de celiaca, alcoholismo o enfermedades análogas, dada la centralidad de la celebración eucarística en la vida sacerdotal, no puedan ser admitidos a las órdenes sagradas». El malestar fue mayúsculo entre los celiacos, cuya enfermedad poco tiene que ver con la dipsomanía. De hecho, aún perdura.