Lo que más me gusta del «Corpus Cristi» es la palabra «cuerpo» del título -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Corpus ChristiCSe lo insisto todos los años a la gente. Ha habido en la Iglesia, a través de los siglos, una deriva a un falso espiritualismo, y no me refiero directamente a las expresiones místicas de tantos hombre y mujeres de Iglesia, que, en ese terreno, han alcanzado cotas de una altura antes inimaginable, en le campo de la Teología, de la Poesía, y de las más profundas y entrañables señas de identidad de la fe cristina.

Así que olvidan, los que esto leen, ese horizonte de la literatura y pensamiento místicos. Me refiero, mucho más a una cierta concepción antropológica, es decir, a una teoría sobre el ser humano, que ha lastrado a la Teología, en ciertos casos límite, hasta a la fe, en sus expresiones dogmáticas. Se trata de la famosa aplicación de la definición de Aristóteles, hoy puesta seriamente en solfa, del ser humano como «animal racional».

Es decir, como muchos la entienden, el ser humano estaría compuesto, al 50%, de dos elementos: cuerpo, -animal-, y alma, racional. Algunos, más de los que sería menester, lo entienden más o menos así: elaboramos un cuerpo, después le infundimos un alma, y resulta el hombre, hombre y mujer. Algo que resulta fácil de entender, pero dificilísimo, ¡imposible!, de argumentar. Yo no tengo cuerpo, : soy cuerpo. Yo no tengo alma: soy alma, (0 conciencia, como se prefiere decir hoy día).

La misma gramática lo explicita muy bien: si yo tengo cuerpo, el cuerpo es un complemento, se trata de una oración transitiva, el complemento no se identifica con el sujeto, yo. Lo correcto es afirmar, yo soy cuerpo, entonces sí, el sujeto yo está identificado con cuerpo. Y lo mismo poderos decir del alma, o la conciencia. Y hasta es posible pensar con Heidegger, de amanera contradictoria o antinómica, -las antinomias son el campo abonado para hablar de la complejidad del ser humano-. que somo cuerpo al 100%, y alma, o conciencia, igualmente, al 100%. Y concluir con él que el ser humano es 200%, que, como el filósofo existencialista alemán expresa con una mezcla de entusiasmo e ironía, «el ser humano excede». El que no entienda esta aparente exageración, no va a entender la real naturaleza del ser humano.

A mí me no me sorprende nada que Jesús nunca hablara de «la salvación de las almas». El anunciaba, ofrecía y prometía «el Reino de Dios». El cuidado extremo y delicado de los judíos en no profanar el nombre de Dios, ni de usarlo sin necesidad, hizo que San Mateo, autor del Evangelio del mismo nombre, el único dedicado, dirigido y pensado para una comunidad 100% compuesta por cristianos procedentes del judaísmo, hizo que donde Marcos y Lucas hablaban del «Reino de Dios», el evangelista jefe de publicanos anotara la expresión «el Reino de los Cielos», a la que la ignorancia bíblica que atravesó casi toda la Edad Media, hasta llegar a la moderna, acabaron entendiendo como el cielo, lugar donde recibirán el premio gratuito que Dios prepara para los salvados. Es bueno reseñar que entre los hebreos la distinción aristotélica «cuerpo y alma» no era muy común, y preferían hablar del ser humano como de ese ser que se mueve, habla, se comunica, trabaja, se ve y se siente como un cuerpo no muy diferente del de otros mamíferos, con su cabeza y su corazón dispuestos para ejercer el mandato de otro tipo de vida, la que llamamos vida humana. Nunca vemos, en las imágenes que ellos delinean para escribir la vida tras la muerte que se refieran a los hombres o mujeres como a las «almas». De hecho la preocupación cotidiana de la vida pública de Jesús no fue el que consideramos como lado espiritual del ser humano, su alma, sino del lado corporal: lo curaba, le daba de comer, lo limpiaba de sus impurezas, puramente legales, o también físicas, se ocupaba de resolver el tremendo borrón de quedarse sin vino en una boda, etc.

Es muy posible que los que idearon la fiesta, el misterio, y la solemnidad del «Corpus Christi» no tuvieran en cuanta las consideraciones previas que he presentado, sino que entendieran la palabra «cuerpo» en el sentido más común de la corporeidad humana en nuestra cultura, como un sustentáculo del alma, aunque es posible que Santo Tomás de Aquino, a quien se encomendó la tarea de componer los textos no bíblicos de la fiesta que estrenaron en su tiempo, tuviera una percepción más adecuada y completa de la corporeidad. De hecho la expresión «la salvación de las almas» es tan conocida, estimada y usada en la literatura eclesiástica que es con la que termina y cierra el Derecho Canónico de la Iglesia. Esa división, artificial, ¡y superficial!, entre alma y cuerpo ha dado pie a un sin fin de equívocos. ¿Cómo es posible que durante siglos no hayan caído en la cuenta tantos autores, a los que no se puede negar la profundidad y la perspicacia, de que es imposible que las almas, que son espirituales, se puedan quemar en le purgatorio o en el infierno, sin consumirse, ¡claro!?

El cuidado y la finura que demostró el Señor al dejarnos su presencia real en el envoltorio corporal de su cuerpo es la demostración de la importancia decisiva de éste. Además de prestar visibilidad a la profunda y esencial realidad humana, aprovecha también la cercanía e inmediatez corporal para hacerse presente entre nosotros en los sacramentos. Y ala hora del juicio, nos juzgarán por haber visto, y encontrado, y percibido a Jesús en el cuerpo de los hambrientos, de los encarcelados, de los prisioneros, de los que se quedan helados por las inclemencias del tiempo y de la vida, a los que atendimos, a pesar de no estar seguros de la presencia del Señor en ellos. Pero actuando con aquella sensibilidad de quienes, por haber prestado atención a las palabra de Jesús, acaban por actuar hacia los cuerpos de sus prójimos, es decir, en sus cuerpos carcomidos y maltratados por los vaivenes de la Vida, con aquella intuición que tienen los que han percibido el cuidado que tiene el Señor por los pobres y derrengados de la vida. Y es nuestra corporeidad la que hace de vínculo y de trasmisión de nuestro cuidado fraterno.

Por todo ello es por lo que comenzaba mi artículo con la observación de que se había producido en la Iglesia una deriva, un desvío, a horizontes falsa y artificialmente espiritualistas, que la fiesta del Corpus Christi ha servido para traer a su justo enfoque. No me extraña que el papa Francisco considere el texto de Mateo, 25, que proclama: «Venid, benditos de mi padre, porque tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber, etc, ??., sí, porque cuando hicisteis esto con mis pobres hermanos, conmigo lo hicisteis», el centro de su predicación, y de la vida cristiana.