Las beatificaciones de Tarragona (y II).

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Con respeto pero con firmeza,  tenemos que descalificar, desde los más hondos sentimientos humanos, el bochorno que la jerarquía católica ha hecho pasar a la Iglesia en España en las beatificaciones de Tarragona. De una fecha que pudiera haber sido de reconciliación y  alegría para todo el pueblo se hizo un acto  en el que no faltó ninguno de los elementos  rituales del franquismo: el religioso, el político y el militar. Una nueva repetición  de la ?santa alianza??.

 Según sus organizadores, se intentaba solo un acto religioso  de reconocimiento de la heroicidad de 522 ?mártires del siglo XX??. Un gesto que ?no iba contra nadie??. Y en esta línea, nuestro juicio, severamente crítico con el acto, no quiere introducir la más mínima sombra a la dignidad, admiración y heroicidad de las víctimas. Al contrario, por el respeto que nos merecen, levantamos nuestra voz.  Pero  los hechos de las personas y de las colectividades son siempre muy tercos, y, por más que uno lo pretenda, no son nunca tan neutros como se quisiera. En este sentido, el acto de las beatificaciones de Tarragona está envuelto en un significado que, objetivamente considerado,  supera las intenciones expresadas  y el mismo ámbito religioso en que pretendió moverse.

En primer lugar, estas  beatificaciones representan un modelo de Iglesia parcial  que los papas conciliares (Juan XXIII y Pablo VI) trataron de evitar. Sólo han sido posibles con la llegada a Roma de los papas revisionistas o restauradores. En este sentido, la imagen que proyecta en su homilía el cardenal Angelo Amato, representante del papa en la celebración, sobre la ?persecución religiosa en la España de los años 30, envuelta en la niebla diabólica de una ideología?? ? lo que,  aunque no se dice se sobreentiende: justifica el alzamiento de los militares rebeldes, la guerra civil y la posterior dictadura?  es cuando menos una imagen ideologizada y muy poco ajustada a la historia. Alguien debería suplir generosamente la ignorancia del  cardenal  y, quizás, exigirle cuentas por una homilía apologética muy poco reconciliadora. De hecho, se cubrió con un manto de silencio a las víctimas del otro bando que murieron ?presumiblemente también desde su fe reforzada con la Doctrina Social de la Iglesia? defendiendo la legalidad de la República, la libertad del pueblo y la democracia. Se trata, pues, de una imagen de Iglesia, la que se proyecta desde la beatificaciones de Tarragona, parcial y sectaria, difícilmente reconciliadora.

Y, en segundo lugar, nos preguntamos por el significado de los representantes políticos y militares en un gesto de una institución privada. Es cierto que no estuvo la Casa Real, pero la presencia de los Ministros del Gobierno, del Presidente de la Cortes y del President de la Generalitat de Catalunya  fue suficiente para completar el más brillante escenario de un nacionalcatolicismo que ya creíamos superado. Es la nueva ?santa alianza?? político-militar y religiosa  contra la aconfesionalidad o laicidad que se dio el pueblo español en la Constitución de 1979: ?Ninguna confesión tendrá carácter estatal?? (art. 16.3).

Aunque las palabras por video-conferencia del papa Francisco fueron estudiadamente rutinarias y frías, no nos ha gustado verlo asociado a este gesto. Hubiéramos preferido de alguien como él,  que tiene también una amarga experiencia de la dictadura militar en Argentina,  un reconocimiento y una  petición oficial de perdón al pueblo español por las enormes torpezas que cometió la jerarquía católica española  durante la década de los años 30. Esta petición de perdón, junto con el apoyo a la recuperación de toda la Memoria Histórica, seguirá siendo una reivindicación permanente y un símbolo de reconciliación y de justicia.  En este sentido,  consideramos  muy  positiva la propuesta del obispo de Tarragona de impulsar la petición de perdón por parte de la Conferencia Episcopal Tarraconense.