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Estamos todavía en el contexto de la elección del nuevo Papa León XIV que en su discurso inaugural habló 6 veces de paz, tema urgente. Sucede, sin embargo, que hay por todas partes una ola mundial de odio, discriminaciones y varios lugares en guerra. Dado que Donald Trump antepuso la fuerza a la diplomacia y la utilización de medios violentos para establecer el nuevo orden mundial, comprendemos la importancia que el actual Papa da a la paz.
Profundicemos un poco en este tema de la paz. Empiezo recordando el intercambio de cartas entre Einstein y Freud sobre la guerra y la paz el 30 de julio de 1932. Einstein le pregunta a Freud: «¿hay un modo de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra? ¿Existe la posibilidad de dirigir la evolución psíquica para que los seres humanos sean más capaces de resistir a la psicosis del odio y de la destrucción?» Freud le responde: «No existe la esperanza de poder suprimir de modo directo la agresividad de los seres humanos».
Después de consideraciones que daban alguna esperanza a la pulsión de vida, y así a la paz posible, Freud termina escéptica y resignadamente con esta famosa frase: «hambrientos, pensamos en el molino que muele tan lentamente que podríamos morir de hambre antes de recibir la harina». O sea, que la paz permanece en el ámbito de la esperanza esperante y debe ser construida día a día.
No obstante esta dura constatación, seguimos buscando la paz y jamás desistiremos de hacerlo aunque la paz no sea un estado permanente, negado a los mortales. Por lo menos alimentamos sin cesar un espíritu o un modo de ser que nos hace preferir el diálogo a la confrontación, la estrategia del gana-gana al gana-pierde, y la búsqueda cordial de puntos en común a un enfrentamiento conflictivo. Es el legado que nos ha dejado el fallecido Papa Francisco, renovado por el nuevo Papa.
Nos atrevemos, con esperanza, a establecer algunas condiciones previas, que de algún modo o por momentos harían alcanzable la paz. Veo cuatro condiciones previas:
La primera es que acojamos con la máxima seriedad la polaridad sapiens/demens, amor-odio, bondad-maldad, luz-sombra como pertenecientes a la estructura de la realidad universal, inherente también a la condición humana: somos la unidad viva de los contrarios. Esto no es un defecto de la evolución, sino la situación concreta de la condición humana, tal como hoy existe. Esto vale para lo personal y también para lo social.
El ser humano proviene de la primera singularidad, una inimaginable violencia, el big bang, seguida de la confrontación violentísima entre materia y anti-materia, de la que quedó un mínimo de materia, algo como el 0,00000001% que dio origen al actual universo conocido. El ruido de este estruendo, una onda electromagnética bajísima, la radiación cósmica de fondo, pudo ser constatada en 1964 por Arno Penzias y Robert Wilson. Tomando como referencia la galaxia más distante, en ruta de fuga, permitió datar la edad del universo en 13.700 millones de años.
La segunda es reforzar de tal manera y por todos los medios el polo positivo y luminoso de esta contradicción, de tal modo que pueda mantener bajo control, limitar e integrar el polo negativo en el positivo y de ahí hacer surgir, por momentos, una paz frágil pero posible, aunque siempre amenazada de disolución. El 12 de mayo, el Papa León XIV hablando a los periodistas fue claro: “La paz empieza con cada uno de nosotros, en la forma como miramos a los otros, oímos a los otros y hablamos de los otros”.
La tercera es rehacer el contrato natural con la naturaleza, que ha sido violado, y rescatar la Matriz Relacional que existe entre todos los seres y hace de nosotros seres de relación en todas las direcciones. Solamente nos realizamos en la medida en que vivimos y expandimos estas relaciones. La historia, sin embargo, ha mostrado que «ese ser, el humano, es altamente creativo, agitado, agresivo y poco dispuesto a la medida. Por esta razón, modificará la faz del planeta, pero está destinado a tener vida corta sobre la Tierra», dice Georgescu-Roegen, economista ecólogo (The entropy law and the economic process. Cambridge: Harvard Univ.Press,1971,p.127).
No obstante este “fracaso histórico” debemos reconocer que de esta estructura relacional recuperada puede nacer la paz como la comprendió la Carta de la Tierra en una famosa definición: «la paz es la plenitud que resulta de las relaciones correctas consigo mismo, con otras personas, otras culturas, otras vidas, con la Tierra y con el gran Todo del cual somos parte» (n.16 b). Por tanto, la paz tiene su base en nuestra propia realidad relacional, por frágil y casi siempre rota que sea. Nótese que la paz no existe en sí misma. Es el resultado de relaciones correctas, en la medida en que son posibles a los degradados hijos e hijas de Adán y de Eva.
La cuarta condición previa es la justicia. Lo que más rompe la estructura relacional es la injusticia. Ética es fundamentalmente justicia. Significa reconocer el derecho y la dignidad de cada ser humano y de cada ser de la creación y obrar de conformidad con este reconocimiento. En otras palabras: justicia es aquel amor mínimo que debemos dedicar al otro y a los otros, sin el cual nos apartamos de todos los demás seres e introducimos desigualdades, jerarquizaciones, marginaciones y sometimientos y nos transformamos en amenaza para las demás especies. Jamás habrá paz en una sociedad de injusticia. Los que sufren la injusticia reaccionan, se rebelan, hacen guerras en lo micro y en lo macro.
Bien advertía el revolucionario mexicano Emiliano Zapata: “Si no hay justicia, no se debe dar paz al gobierno”. Brasil nunca tendrá paz mientras siga siendo una de las sociedades más desiguales, es decir, más injustas del mundo.
Ese camino de paz ha sido ensayado por pocos humanos y testimoniado por sus mejores líderes espirituales actuales como Gandhi, el Papa Juan XXIII, Dom Helder Câmara, Martin Luther King Jr, el Papa Francisco y retomado fuertemente por el actual Papa León XIV, sin mencionar a otras personas en la historia, especialmente Francisco de Asís.
La teología suele decir que la paz es un bien escatológico, o sea, comienza seminalmente aquí, pero solo se realizará cuando la historia llegue a su culminación. Por tanto, sigamos sembrando esa semilla de la paz posible.
*Leonardo Boff ha escrito La oración de San Francisco, un mensaje de paz para el mundo actual, Sal Terrae 2014.
Traducción de Mª José Gavito Milano