Ya se alzan algunas voces para proclamar que las distintas elecciones previstas en la República Democrática de Congo van a servir para muy poco. No queremos compartir el pesimismo de los agoreros, porque creemos que los congoleños se merecen esta oportunidad para vivir en paz y en democracia. Han padecido demasiados años de guerras, de explotación y de dictadura. Los han invadido, les han saqueado los recursos, han matado a más de cuatro millones de personas en la última década. Tienen derecho a ser libres y a vivir en paz.
El aplazamiento de las elecciones presidenciales y legislativas al 30 de julio se debe, como ha explicado el P. Apollinaire Malumalu, presidente de la Comisión Electoral Independiente, a razones puramente logísticas. Las urnas y las papeletas con las distintas candidaturas se han tenido que hacer en plazos muy cortos de tiempo. Hay demasiados candidatos tanto para las presidenciales como para las legislativas. Después vendrán las elecciones al Senado y las municipales. Se completará así el ciclo de un año electoral, cargado de muchos sueños hasta ahora imposibles.Nadie tiene derecho a cercenar este sueño. Por primera vez desde que se proclamó la independencia del país, el 30 de junio de 1960, los congoleños podrán elegir democráticamente a sus dirigentes. Puede que no sean lo mejor del mundo, ni siquiera los mejores del propio país, pero son los únicos que, hoy por hoy, se pueden elegir.
Su responsabilidad es precisamente, cuando asuman el poder, no defraudar las expectivas y las ilusiones de un pueblo machacado por la adversidad, los politiqueos de baja estofa, las corrupciones sin cuento, los capitostes y explotadores de dentro y de fuera.
Es verdad que el pueblo congoleño carece de experiencia electoral, pero no es suya la culpa.
En otros países africanos, como Benín o Ghana, se han producido en los últimos quince años varios procesos electorales. El caso congoleño es singular y anómalo, porque lleva varios años de retraso, con el agravante de una guerra atroz. Y queremos subrayar, una vez más, que esta guerra no ha sido la consecuencia de disensiones internas, sino que ha estado provocada por fuerzas extranjeras con el único propósito de debilitar el país para apropiarse de sus recursos. El coltan, el oro, los diamantes, el cobalto y otros minerales estratégicos han sido los grandes objetos del deseo de las potencias extranjeas y de las multinacionales. La República Democrática de Congo se ha convertido, de algún modo, en el paradigma de África: un territorio inmensamente rico y empobrecido.
Nadie duda que el camino de la reconstrucción de la República Democrática de Congo será muy largo y tortuoso, pero no se podrá llevar a cabo sin unas elecciones democráticas. Sólo con ellas se acabará con el caos y con la discordia. La responsabilidad no va a ser sólo de los congoleños. Organismos internacionales como la ONU y la propia Unión Africana tienen la obligación de respaldar la normalización política en el país y facilitar la reconstrucción económica y social.
Hay que acabar, de una vez por todas, con las distintas milicias que operan en las regiones del este y de Katanga, provocando el éxodo de miles de personas. Es preciso favorecer la vuelta de los desplazados y garantizarles la seguridad en sus poblados. Se tiene que obligar al Gobierno de Ruanda a que deje de extorsionar a los congoleños de Kivu y exigirle respetar la integridad territorial de la República Democrática de Congo. Se acabó la época de los engaños y de la mentira, que tanto ha beneficiado a un régimen tan sanguinario como el Paul Kagame.
Ha llegado la hora de los congoleños. Nosotros apostamos por ellos.