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La corrupción pervierte la cohesión social

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Uno de los pilares de la democracia es el pacto social, basado en el reconocimiento de la autoridad y el respeto de las normas que nos hemos dado para ordenar la convivencia y garantizar el respeto, entre otros valores, de los derechos humanos. Para que este contrato funcione es necesario un consenso que establece lo que entendemos como justo, lo que es el respeto y la máxima del interés común como guía de la acción política.

Los cristianos hemos colaborado a esta construcción de la sociedad, basada en el consenso y en el pacto, pero también hemos participado de la ruptura cuando hemos colaborado con el poder totalitario o hemos mirado solo al propio  el interés individualista.

La corrupción es una de las formas de ruptura del pacto y un uso perverso de la autoridad y del poder que amenaza el consenso social y contribuye directamente a la discriminación y a la exclusión.

Un grupo de cristianos nos hemos reunido en el día internacional de la corrupción el pasado 9 de diciembre para denunciar la situación en nuestro país donde más de 1.700 procesos de corrupción no pueden dejarnos callados. No podemos ocultar la indignación que nos provocan los casos particulares de corrupción sean Bárcenas o Matas, Fabra o Rato, etc. o la que afecta a organismos semipúblicos con Bankia y el organismo bancario en general.  Pero nos indigna más y nos preocupa la corrupción que ha llegado a instalarse en las instituciones públicas como la monarquía y el gobierno, los partidos políticos las administraciones autonómicas y locales.  Y en este contexto hemos pedido: “Hay que sanar el tejido social desde el asociacionismo, la ciudadanía activa y participativa. Es urgente promover una ciudadanía justa y formada que sepa pedir responsabilidades”.

Los valores cristianos de la fraternidad y el respeto nos llaman a una mayor responsabilidad contra esta podredumbre que está pervirtiendo la articulación de la sociedad.  No podemos seguir colaborando con nuestro silencio en este estado de cosas y tenemos que ejercer una seria autocrítica apelando a los valores fundamentales y a la defensa radical de los derechos humanos. Necesitamos defender la democracia devaluada y acosada colaborando en la edificación de  una ciudadanía de personas responsables que puedan ejercer el control de lo político.

Sólo desde una  ética seria lograremos sacar adelante la cohesión social necesaria para que nadie quede excluido de nuestra convivencia.

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