El juicio más duro, para los torturadores, es la mirada clara y el índice señalador de las nuevas generaciones. Almafuerte
5 de septiembre de 2010
Recibí este correo de mi hija: tiene 27 años y está indignada y llena de bronca, en primer lugar por tanta infamia que sale a la luz en estos días respecto de los verdugos de las dictaduras de nuestros países latinoamericanos, y de sus cómplices civiles.
Ella es abogada y tiene “la mirada clara y el dedo acusador” de la generación que tuvieron a su cargo el juicio del Goyo Álvarez, un asesino que torturaba y violaba a gente indefensa. Que hasta dejó morir a un compañero en el hospital militar sin asistencia. Pues bien: ese traidor y cobarde que deshonró el uniforme del ejército de Artigas, hace unos días recibió una condena de 25 años (la máxima pena) por sus crímenes. Todos esos que se llamaban con soberbia “militares”, los
uruguayos Gavazzo, Cordero, Arab… todos ellos hoy están en prisión junto con los argentinos Videla, Etchecolatz, Camps, Menéndez…
Ha llegado el tiempo en que estos “señores de la vida y de la muerte”, a ambas orillas de nuestro río marrón, que se presentan a los juicios como víctimas y que continúan reivindicando el Terrorismo de Estado que aniquiló la vida de toda una generación de militantes políticos y sociales comprometidos que denunciaban y empujaban un cambio radical de estructuras opresoras, estos asesinos, torturadores, violadores y apropiadores de chicos y de bienes, están siendo finalmente juzgados y condenados legítimamente y deberán cumplir sus condenas de por vida y sin ningún tipo de privilegio ni amnistía.
Los genocidas tienen las manos manchadas de sangre. Pero fracasaron. Tan rotundamente fracasaron que hoy no sólo son juzgados sus crímenes: también se juzga una forma de ejercer despóticamente el poder, y se comienza a tener conciencia clara acerca de una ideología económica que justificó el enriquecimiento, vil y a cualquier precio, de una oligarquía responsable y cómplice del Terrorismo de
Estado, esto es: de nuestros compatriotas terratenientes y empresarios, alentados y guarecidos por las directivas imperiales de Washington.
Es hora de que quienes se enriquecieron al amparo de torturas y asesinatos paguen su indignidad y sus crímenes de Lesa humanidad. Confiamos en que la justicia siempre llega. Tal vez por eso, cuando veo la mirada clara de mis hijas, pienso que a pesar de muchas dificultades y desafíos pendientes, ellas han podido crecer en un mundo mejor puesto que los torturadores y asesinos están siendo juzgados.
Estos jóvenes de mirada clara me recuerdan a aquellos muchachos y muchachas que ya no están. Y me recuerdan también aquella carta de Wilson a Videla en la que le advertía “…porque cuando le toque a usted el exilio, porque tenga claro, general, a usted le va a tocar”… Ahora sabemos que a Videla no le tocó el exilio sino la cárcel, y también: el desprecio de la historia, el juicio de horror de las nuevas generaciones, que con su mirada clara se levantan para gritar proféticamente y con
vehemencia