Enviado a la página web de Redes Cristianas
Por el comienzo del milenario los Indígenas del continente decían que estaba comenzando un nuevo tiempo de la Madre Tierra, en el que la humanidad y la naturaleza estamos íntimamente ligados para una nueva vida.
Muchos decimos que estamos en tiempos de crisis y crisis múltiple. Guerras de las más terribles en particular en Palestina donde domina la locura humana de un pueblo que está desapareciendo por la maldad de otro que asesina en nombre de Dios para un proyecto de extensión desmesurado??
Crisis climática porque destruimos la dinámica de la naturaleza al explotarla de manera desordenada. Crisis de convivencia internacional por relacionarnos desordenadamente entre todos los pueblos porque creamos una globalización desigual e irrespetuosa que provoca hambruna y migraciones crecientes. Crisis religiosa por entrar en una nueva cultura que deja atrás la cultura fundamentalmente agraria desde unos 7,000 años con sus ritmos, símbolos y religiones que no cuajan con las novedades culturales.
Crisis de identidad personal porque nos sentimos perdidos y huérfanos de lo que se fue construyendo durante siglos y milenios. Parece que la vorágine de las ambiciones desmedidas nos lleva a una catástrofe planetaria. Al mismo tiempo y como nunca nos damos cuenta cada vez más claramente que todo depende de nosotros los humanos para bien y para mal
Ayer nos habíamos inventado, según nuestro nivel de conciencia, a un dios que supuestamente arreglaba milagrosamente nuestros problemas cuando las cosas iban mal. Poco a poco nos hemos dado cuenta que Dios, el
gran Viviente que nos hace vivir y crecer, no habita fuera de nosotros, de nuestro mundo y de nuestro cosmos, sino que es la gran Energía que nos mueve. Pero eso no lo hace sin nuestro consentimiento y nunca sin nosotros ni contra nosotros.
?l anima la vida si la respetamos; él fomenta la fraternidad si la construimos. Allí está la contradicción: Esta vida, tanto de nosotros como de la naturaleza, es más grande que nosotros y nosotros nos queremos adueñar de ella y decidimos que va como no da la gana a nosotros. Esta fraternidad hecha del amor que se nos ha regalado con la existencia, la rechazamos y la pisoteamos. Descubrimos que somos nosotros y nadie más -ningún dios malicioso- quienes creamos el desorden y las catástrofes que nos abruman. Nosotros, por la fuerza de la vida y del amor, somos
los artesanos de las maravillas que nos rodean, al mismo tiempo que somos los artesanos- y nadie más- de las calamidades que nos destruyen: guerras, hambrunas, dominaciones, violencias de toda clase.
Tal vez el orgullo por no reconocer que somos los culpables de los males que nos asechan, nos proyecta hacia más odios, muertes y destrucciones que parecen imparables?? si nosotros mismos no paremos.
Por estos motivos escuchamos de todas partes los llamados a más responsabilidad personal y colectiva. Más responsabilidad con nosotros mismos individualmente, más responsabilidad con los demás, más responsabilidad con la naturaleza, más responsabilidad con la Vida y al Amor de los cuales no somos propietarios.
Estos llamados nos invitan, nos suplican para que emprendamos y confirmemos unos 3 caminos para defender y fomentar la vida y la
fraternidad.
Un primer camino es tomar conciencia de nuestra unidad existencial: humanos, naturaleza y cosmos somos la misma comunidad de vida y de destino. No estamos encima ni de la naturaleza ni del cosmos; más bien somos frutos de ellos e interrelacionados los unos con los otros, con la naturaleza y con el cosmos. Todo lo que pasa nos importa porque lo modelamos para bien o para mal, según nuestra manera buena o mala de actuar.
Todos somos responsables de lo que nos pasa en cualquier lugar del planeta por esta identidad y relación de vida y de amor que
nos hace existir y actuar. Nos ayudamos o nos destruimos según los actos individuales que producimos.
Esta responsabilidad, además de ser individual, es también colectiva, porque tenemos actividades comunitarias que involucran a varias personas, varios grupos, varios pueblos. Nos unimos que ser más fuertes, para
alcanzar mejores resultados, para lograr mayor sabiduría?? También nos unimos para detener, manchar y destruir la naturaleza, las personas y los proyectos comunes. Tenemos que descubrir y asumir las consecuencias, las unas buenas y las otras nocivas, de nuestras actuaciones colectivas.
Muchas veces no queremos darnos cuenta que nos hacemos cómplices e encubridores de inmensas maldades que causamos tantos por nuestros actas como por nuestras omisiones, indiferencias y pasividades.
El último camino a emprender, después del individual y del colectivo, es el espiritual. Llamamos la vida y el amor ?realidades espirituales? porque nos sobrepasan. Realmente ?no tenemos vida? porque no somos propietarios
de ella; la tenemos ?prestada? no más. No somos el amor porque es más grande que nosotros.
La verdad es que la Vida se encarna en nosotros y el Amor nos dinamiza para crecer sin cesar. La Vida y el Amor pertenecen a esta
entidad misteriosa que llamamos ?Dios?. Jesús de Nazaret es uno de estos personajes en quien la Vida y el Amor lucieron a lo máximo. A eso estamos llamados todos nosotros.
Somos grandes porque todas y todos somos capaces de lo mejor. Somos torpes, malos y culpables porque también somos capaces de lo peor. Lo peor triunfa cuando dejamos de hacer bien nuestras actividades y nuestras
relaciones, como también cuando dejamos que se cometa la maldad. Todos somos culpables de la maldad reinante.
Al mismo tiempo, tenemos que decir que todos somos capaces del bien y de lo mejor. Seamos más responsables individual y colectivamente?? Es el gran llamado, es la gran exigencia de nuestro tiempo para que cesen las
hambrunas, las guerras y las destrucciones, para que vivamos un ?tiempo nuevo? a la altura de la Vida, del Amor, de la Madre Naturaleza, del Cosmos en creación y de Dios. Eso depende de cada uno de nosotros porque todo eso está en nuestras manos.