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Juan José Tamayo, teólogo, acaba de publicar «Otra teología es posible». «El Estado laico es misión imposible, la propia Constitución lo impide» -- Andrés Montes

Publicado en

La Nueva España

«La jerarquía eclesiástica se siente incómoda cuando la teología abandona el lenguaje sacral para dialogar con los saberes de su tiempo» «Los responsables eclesiales atribuyen
a los gobiernos de Zapatero un comportamiento persecutorio, cuando es todo lo contrario: les ha concedido más favores y privilegios»

La cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones que Juan José Tamayo (Amusco, Palencia, 1946) dirige en la Universidad Carlos III de Madrid lleva el nombre de Ignacio Ellacuría, el jesuita asesinado en El Salvador en 1989, lo que constituye toda una declaración de principios. Tamayo elabora un teología con los pies en la tierra y defiende su disciplina como un saber crítico frente a quienes
la tienen por una fuente del dogma.

Ahí reside su condición de teólogo incómodo para la jerarquía, lo que le ha propiciado, como hecho más reciente, el que días atrás no haya podido presentar su último libro, «Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y feminismo» (Herder) en unos locales parroquiales en Barcelona.
En medio de un intento ajetreo de clases, viajes y conferencias, Tamayo habla aquí del origen de ese malestar eclesial y de los cambios que la religión ha experimentado en España en los últimos años.

–Puede parecer que lo de la teología se trata de una actividad relajada, pero lo suyo es un no parar…

–La teología en este momento está en una actividad bastante intensa. Siempre es itinerante, nómada y, como el pensamiento, no tiene asiento. Una teología instalada no sirve, tiene que estar siempre de camino.

Cuando se asienta en las instituciones oficiales o en cualquier lugar fijo, mala señal.
Decía Bernanos que los cristianos somos capaces de instalarnos cómodamente incluso bajo la cruz de Cristo, y eso le ha pasado a la teología durante muchos siglos, un tiempo en el que ha dado respuestas del pasado a preguntas del presente. Muchos colegas padecen de tortícolis de tanto mirar al Vaticano y tienen los pies anquilosados por no caminar.

–¿Cual es esa alternativa teológica que sugiere el título de su libro?

–Es una teología con antenas para detectar los problemas de nuestro tiempo y que responda a los desafíos del actual momento cultural.
El primero de ellos es que ésta no es una sociedad de religión y de cultura únicas.
Además, no vivimos en tiempos de patriarcado, con las mujeres sometidas, y tampoco este es un período de parálisis científica. Muy al contrario, nuestra sociedad es plural y hay avances científicos que con toda razón se llaman revoluciones, porque han mutado totalmente la conciencia humana y los procesos vitales.

Las mujeres han pasado de ser mayoría silenciosa y silenciada a protagonistas y sujetos de la historia. A esos desafíos tiene que responder la teología si quiere tener relevancia en el concierto de los saberes.
Por el contrario, si prefiere quedarse en el pasado y repetir los enunciados anteriores de manera escolástica y acrítica, la propia teología se habrá hecho el haraquiri.

–Esa visión rompe con el concepto que podemos tener de la teología como conocimiento abstracto o profundización en torno a la fe, con menos implicaciones en el vivir diario.

–La teología siempre se ha considerado como la ciencia perenne sobre Dios y sobre la religión. Como Dios es inmutable y la religión se reproduce de generación en generación, se cree que la teología tiene que reflejar la inmutabilidad de Dios. A mí me parece una concepción muy anacrónica e incorrecta. La teología, en primer lugar, es una teoría crítica. En los sectores en los que yo me muevo es una de las disciplinas que cuestiona de manera radical muchos de los principios religiosos del imaginario colectivo que son de naturaleza mágica o supersticiosa.

La teología lo primero que hace es cuestionar la fe crédula y potenciar el pensamiento crítico desde dentro de la propia fe, cuestionar los cimientos religiosos fundados en principios metafísicos y buscando más bases históricas de la religión, de la fe y, en concreto, del cristianismo. El cristianismo
no es una religión mítica ni ancestral, sino histórica. Por tanto, tiene que traducirse a través de formulaciones históricas, en cualquier caso simbólicas y nunca dogmáticas, míticas o atávicas.

La teología es heredera de un género literario que se llama el Catecismo, una simplificación de las cuestiones complejas. A la complejidad de nuestro tiempo no podemos responder teológicamente con afirmaciones simples, escuetas y esquemáticas. Hay que ser sensibles a la complejidad del mundo para que la teología pueda primero aprender y después aportar algo de luz.

–Eso significa que la teología opera como una fuerza crítica en el seno de la propia Iglesia, lo cual explicaría la incomodidad de la jerarquía eclesial ante ciertos supuestos teológicos.

–En la historia de la Iglesia ha habido dos polos, el de la jerarquía, que es reproductivo de la propia institución, y el de teología, que ha actuado como elemento crítico. Ahora eso ocurre de manera más acusada. La jerarquía católica se siente más a gusto con una teología legitimadora del propio sistema eclesiástico, que es vertical, patriarcal y autoritario. Por eso se siente muy incómoda cuando la teología ejerce su función crítica y abandona el leguaje sacral, que no sintoniza con los climas
de nuestro tiempo, para optar por una lenguaje secular y dialoga con los saberes de su tiempo, se deja interpelar y elabora las formulaciones doctrinales de manera histórica. La teología nunca es un pensamiento perenne.

–Benedicto XVI está considerado como un gran intelectual, un Papa con una amplia formación teológica…

–Que a mí me conste, Ratzinger rompe con la investigación teológica en 1977, cuando lo nombran arzobispo de Múnich. Fue profesor hasta ese momento, durante más de veinte años, y él mismo confiesa en «Mi vida», un libro autobiográfico, que a partir de entonces no siguió investigando, como no puede ser de otra manera, porque las tareas pastorales le impidieron seguir el trabajo teológico.
Sólo pudo terminar un libro que se llama «La escatología», que he leído y conozco bien. A comienzos de los años ochenta se convirtió en presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y durante
esos años no ejerció la teología, sino que funcionó como crítico y juez de las diferentes tendencias teológicas, condenando incluso aquellas que se desviaban de la ortodoxia de la que él era guardián.

Ahí estuvo 24 años, hasta que fue elegido Papa hace seis años y medio. Es decir que desde hace 34 años no ejerce como teólogo.

–Éste es el Papa que ha declarado España como una nueva tierra de misión.

–Ésa es la percepción que él tiene, y por eso ese interés en venir a España con tanta reiteración y tanta frecuencia. No estoy en la mente del Papa, pero por las declaraciones que hace considera que España ha pasado de reserva espiritual de Occidente a un país perdido para el cristianismo. Y además tiene la imagen de que desde las instancias gubernamentales, al menos el año pasado así lo
expresó, se está desarrollando un laicismo agresivo, muy similar al que pudo darse durante la República, ésos son juicios muy personales, que merecen todo el respeto pero que no son propios de alguien que conozca la situación sociorreligiosa de nuestro país.

Ni España fue siempre la reserva espiritual ni es ahora un espacio de increencia, de secularización y de laicismo exacerbado.
Más bien se ha producido, desde el punto de vista político, un proceso sereno y tranquilo de paso del nacionalcatolisicismo a un Estado cada vez menos confesional. Desde la perspectiva religiosa, lo que ocurrió fue la transición de una sociedad marcada por las creencias católicas a una secularizada, que a la hora de decidir en cuestiones fundamentales de su vida opta por seguir su conciencia y no regirse por las orientaciones del magisterio eclesiástico o del episcopado.

Se ha pasado de una conciencia cautiva a una libre, que puede equivocarse, pero ése es uno de
los principios fundamentales del ser humano como ser moral, que asume responsablemente sus actos aceptando que pueden ser inadecuados o incorrectos. No creo que los juicios extremos sobre la realidad española, que cargan las tintas sobre la increencia o sobre el laicismo, se atengan a la realidad.

–… Pero sí existe un desapego de los fieles, de los españoles que se identifican como católicos y viven al margen de las pautas que impone la Iglesia y ajenos a todo tipo de práctica religiosa. ¿A qué
atribuye esta feligresía descreída?

–En el clima sociorreligioso de nuestro país permanece un resto importante de religiosidad popular muy vinculado a determinados acontecimientos y momentos de la vida social. Junto a ello hay una práctica religiosa decreciente, sobre todo, en el catolicismo.
Y también una amplia franja de personas que verbalmente se declaran creyentes pero que no tienen ninguna expresión práctica de esa fe. En conjunto conformarían lo que podríamos llamar el catolicismo cultural o social, la religión como un componente de la vida social en torno a las celebraciones de las fiestas o acontecimientos locales sacralizados.

Es evidente que hay un creciente desapego, un distanciamiento de la religión en general y de la mediación de las instituciones religiosas. Por eso hay un movimiento muy creciente de creyentes sin Iglesia, de creyentes sin práctica religiosa. A ello hay que añadir otro sector creciente de personas que se declaran no creyentes en sus distintas modales: agnosticismo, ateísmo. El clima más
generalizado es el de la indiferencia religiosa, gente que no tiene oído para lo religioso, igual que hay quien no lo tiene para la música.

Creo que esto tiene una explicación cultural: el proceso de secularización ha avanzado
e implica una desvinculación de las creencias, cualesquiera fueren. Hay una segunda razón, que consiste en que la jerarquía eclesiástica tiene unos enfoques sobre determinadas cuestiones que la gente considera anacrónicos y no responden a las preocupaciones de los hombres y mujeres de
nuestro tiempo. Y la tercera razón para que crezca el fenómeno de la increencia es el antitestimonio de las instituciones religiosas que no viven aquello que predican, se mueven en un terreno que poco tiene que ver en el caso del cristianismo con la pobreza evangélica y los valores de solidaridad y de justicia.

Se los ve más preocupados por reproducir la institución y conseguir favores de los distintos poderes que por estar cerca de los pobres. Éste es un elemento importantísimo para explicar el abandono de la religión. La jerarquía eclesial está más preocupada por cuestiones de moral sexual, relaciones de
pareja, problemas que pertenecen a la conciencia y hay menos inquietud por los problemas sociales.

–En relación, con esa continua exigencia de la jerarquía eclesial a otros poderes se constata un fracaso de cualquier intento de que la Iglesia deje de estar abonada al Presupuesto del Estado.

–La valoración que la Iglesia hace de los dos últimos gobiernos socialistas no me parece nada rigurosa y es claramente injusta. Han atribuido a los gobiernos de Zapatero unos comportamientos persecutorios y discriminatorios, cuando ha sido todo lo contrario. Estos gobiernos han sido escrupulosos en el cumplimiento de los acuerdos con la Santa Sede de 1979, no han transgredido ni la letra grande ni la letra pequeña. Muy al contrario, han concedido más favores y privilegios en todo
lo que tiene que ver con la asignación tributaria.

Antes a quien ponía la «x» en la casilla de la Iglesia católica se le detraía el 0,5 por ciento, y ahora se le detrae el 0,7, lo que ha supuesto pingües ingresos y beneficios para la institución eclesial, hasta 250 millones de euros en algunos ejercicios. Además, se han mantenido intactos los privilegios fiscales,
los beneficios de los centros concertados, la graduación militar de los capellanes castrenses,
algo que me parece antievangélico y que refleja una militarización de la Iglesia, por eso me parece injusto que se califique a estos gobiernos de fundamentalistas laicistas.

–Usted sostiene que el Estado laico no es viable con la Constitución actual.

–El Estado laico es una misión imposible, la propia Constitución es la que frustra el principio de igualdad de las religiones. Tenemos garantizada la libertad religiosa, pero no existe equidad entre confesiones desde el momento en que el Estado no es neutral y facilita y amplifica la presencia pública de una de ellas.

Artículo publicado en La Nueva España el 27/11/2011

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