Enviado a la página web de Redes Cristianas
España está hasta la corona de corrupción. Tenemos tantos imputados que los pobres jueces ya no dan abasto a investigar. Para vergüenza personal y nacional, ya no hay día que no tengamos noticia de algún nuevo presunto. De no remitir pronto esta crecida de fango, que ya ha llegado a lo más alto de nuestros cuerpos sociales, nos va a ahogar a todos.
Ahora, el juez Castro, para coronar el mogote de presuntos, ha imputado a la infanta Cristina, que se suma y acompaña a la imputación de su marido Iñaqui Urdangarin. Todavía me acuerdo de la boda de esta insigne pareja. Ella, nada menos que la hija del Rey; él, un deportista de élite e hijo de una aristócrata y de un empresario. ¡Eran tan rubios, tan altos, tan modélicos! A los dos les consiguieron buenos puestos pródigamente remunerados; y, por si todo eso fuera poco, como muestra de afecto y consideración, también les fue regalado el título de duques de Palma. ¿Qué más se podía pedir?
Al parecer, todo es poco para algunas personas. Y todo debe ser poco, también, para aplicar la justicia escrupulosamente y con rigor democrático a todos los ciudadanos por igual sea cual sea su cuna, categoría social o la institución a la que pertenezcan o representen. Ya que no nacemos iguales, al menos que lo seamos ante la ley. La inquietante coyuntura de crisis y corrupción que nos asfixia está elevando el nivel de exigencia democrática y los ciudadanos no entenderíamos que la justicia se aplicara de otra manera.
Valladolid