Son, aunque no quieran, como las dos caras de una moneda o de una medalla. Las biografías de Hans Küng y de Joseph Ratzinger se entrelazan y discurren unidas un cierto tiempo, para después separarse y ocupar, cada cual, su espacio en la Iglesia y en la sociedad. Uno en las antípodas del otro. Sin ánimo de enfrentar sus biografías, como pide el teólogo y filósofo Manuel Fraijó, el caso es que son dos personajes eclesiales enfrentados en el fondo y en la forma. Dos pensadores referenciales. Y que marcan el devenir de la institución, cada cual a su manera.
Dicen los entendidos en la materia que los dos, Ratzinger y Küng, son grandes teólogos. Quizás no de la talla de Rahner, pero en un escalón inmediatamente posterior en la historia reciente de la Teología. Sin que ambos llegasen a cuajar lo mejor de su pensamiento. Ratzinger, como es obvio, porque optó por el «camino romano» de servicio a la Iglesia primero como arzobispo y, después, como prefecto del ex Santo Oficio. Y Küng, porque, después de su «condena romana», se pasa al ámbito de la reflexión sobre las religiones en general y, especialmente, sobre la ?tica.
Uno extrovertido y el otro introvertido, fueron amigos y participaron juntos, como peritos, en las sesiones del Concilio Vaticano II. En esa época, comulgaban en casi todo. Después, sus caminos se separaron y hasta se enfrentaron públicamente. Con la llegada de Ratzinger al solio pontificio parecía que se iban a restablecer los puentes tanto tiempo rotos. Y de hecho, el Papa invitó a Küng a Castelgandolfo, donde mantuvieron un encuentro largo y amistoso. Pero sin consecuencias posteriores. Las posisciones de ambos están muy sedimentadas y, al parecer, sin posibilidad de encuentro.
Dos grandes lumbreras eclesiales. ¡Ojalá que ambas puedan seguir dando luz! Ratzinger desde la cátedra de Pedro. Küng, desde la cátedra de la ciencia y del prestigio universal. Dos grandes pensadores eclesiásticos, de los que cada vez van quedando menos. También la Iglesia pierde altura intelectual, como toda la sociedad en general. Es el mal de nuestros tiempos.
Sería un bien gesto de comunión eclesial que los dos amigos, ya ancianos, volviesen a encontrarse y a escenificar públicamente que, en la Iglesia, se puede discrepar y estar en comunión, a pesar de mantener tesis eclesiales diferentes. Escenificar que la Iglesia es una institución intelectualmente habitable. Con todas las consecuencias teóricas y prácticas.