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Las fratrías o hermandades paganas son agrupaciones de amigos o simpatizantes de composición intermasculina, en torno a un objetivo o tarea común de tipo político o social. Es Sócrates quien eleva la fratría política a fratría filosófica o cultural, más amplia, propia de un discipulado que sigue siendo masculino. Pero será el cristianismo el que desborde la vieja fratría intermasculina, abriéndola no solo a la mujer sino a la universalidad. En Jesús la fratría particular se desborda en Fratria universal, Iglesia ecuménica, aunque sus sucesores no se hayan enterado y se hallen divididos inhóspitamente.
Hay un tránsito de la fratría filosófica y amorosa de Sócrates a la Fratria amorosa y religiosa de Jesús, una apertura trascendental y una universalidad que recogerá la Ilustración en su visión democrática de la libertad y la igualdad en fraternidad. Esta fraternidad es universal porque universal es la razón común que comparte el hombre con el hombre y la mujer, una racionalidad a la que el romanticismo dará un toque romántico al adjetivar la razón común interhumana como afectiva y aún pasional, como razón consentimental, hoy decimos inteligencia emocional.
La fraternidad nace pues entre las fratrías paganas y se universaliza como Fratria abierta a partir del cristianismo. Pienso que hoy en día deberíamos dar un paso más y hablar de fraternidad trascendental. En efecto, la fraternidad no es un mero concepto antropológico sino radical, ya que define al propio ser y su logos o lenguaje en cuanto lazo o junción, entrelazamiento, de los seres. La fraternidad radical es el entrelazamiento de los seres en el ser, de todas las cosas en el todo. Por ella hay ser y no nada, por una fraternidad ontológica y cosmológica, capaz de articular el caos en cosmos a través de su religación cuasi religiosa.
Así que la fraternidad es radical y universal, aunque esté en conflicto, y hunde sus raíces en un eros cosmogónico. El amor encarna la fraternidad universal a través de la relación o relaciones que establece entre los contrarios, como sabían Laotsé y Heráclito. Pero es el amor fraterno el que desborda las categorías familiares abriéndolas a la universalidad, la fraternidad que procede de la relación familiar y la desborda culturalmente, la hermandad capaz de hermanar los opuestos. De ahí que sea la fraternidad o hermandad la fundadora de la democracia, basada en un familiarismo que procede de la sangre pero que se abre al espíritu. La democracia es la política propia de la clase media, y uno piensa en su ingenuidad pequeño-burguesa que solo la clase media puede mediar y remediar la brutal escisión entre los extremos tan ricos y tan pobres.
La identidad radical del hombre es la fraternidad. Ahora bien, uno postula la hermandad con el hombre no en plan heroico, sino pragmática y democráticamente, precisamente para no hacer el primo. Hoy tenemos planteado cruelmente el tema de las pateras y la inmigración, en medio de la pandemia del coronavirus, cuya solución debe ser democrática y fratriarcal, pero no caótica o suicida, articulando políticamente un devenir en efervescencia. Por si no ha quedado claro, diría que la política está para solucionar todo lo posible, pero que la cultura está para plantear aún lo imposible. Hablemos pues de la fraternidad posible, pero sin olvidarnos de la fraternidad imposible. Pues como decía Martin L. King, quiero ser un hermano del hombre blanco, pero no un mero hermano político.
Así que ni pariente ni contrapariente, ni primo ni hermano político. La fraternidad es la hermandad propia de una democracia interhumana, radical y universal, posible en parte o partida en partidos e imposible entera, total o totalitaria. Porque en definitiva la democracia encarna la fraternidad entre la igualdad interpersonal y la libertad personal, la mediación entre la extrema igualdad y la extrema libertad, entre lo común y lo propio. Digámoslo más claro, la fraternidad y su realización no es objeto de revolución ni sujeto de involución, sino que es objetivo de una evolución acelerada. Propugnamos así un planteamiento más racional y razonable, pero sensible, que utópico o melopeico.