Enviado a la página web de Redes Cristianas
Es menudo, cojea ligeramente y aparenta unos sesenta años. Tiene el pelo largo, barba canosa y poblada y aspecto general desaliñado. Ya lo había visto un par de veces, casi siempre recostado en la puerta de un supermercado.
Dias atrás, tomaba yo cafe y hojeaba el periódico en un bar cuando, de pronto, entró el susodicho. Mejor dicho, no llegó a entrar del todo, pues, en cuanto asomó por la puerta, el empleado del establecimiento le hizo retroceder al instante con un: ?No puede estar aquí, salga inmediatamente??. Humildemente o, mejor dicho, humillado, el hombre masculló unas palabras y, como si de un perro se tratara, fue puesto de nuevo a la intemperie en un día frío y lluvioso.
La escena me produjo desazón y sentí una punzada en mi conciencia. Tal vez, pensé yo, le apetecía comprar un bocadillo o reconfortarse con un cafe o un trago de vino con las monedas mendigadas. Pero yo, al igual que las otras personas que allí estábamos, nada hicimos ni dijimos y todos seguimos a lo nuestro. Y, en cuanto al camarero, ¿cómo atrevernos a censurar su actitud inmisericorde, cuando, en realidad, era a nosotros a quienes intentaba proteger de la desagradable presencia de un indigente?
No somos conscientes, pero todos estamos a un paso de la línea que separa a los excluidos de los excluyentes. Un par de golpes de mala suerte bastan para cambiar de bando, para salir de nuestro particular paraíso y entrar en el inframundo del que pocos suelen volver.
. Valladolid