Enviado a la página web de Redes Cristianas
La Unión Europea está dando muestras de ineficacia. No hace falta que funcione bien cuando todas las cosas marchan viento en popa, sino cuando sopla de cara, y no solo impide el avance, sino que te tira para atrás. Lo que está sucediendo en Grecia, y en la Europa opulenta en relación a los griegos, no sólo no tiene corazón, sino que tampoco hace gala de mucha cabeza. Ya sabemos que en cada país los pobres, que son los que más trabajan, acaban sosteniendo la economía de la nación. Y esto, ¿Por qué puede suceder?
La respuesta es muy clara; por la miseria e injusticia de los salarios. Ya explicó y demostró Karl Marx que el capital gana mucho más que la mano de obra. Y si bien es verdad que en esa desproporción era abismal en los inicios de la era industrial, al finales del siglo XIX, las legislaciones de los países democráticos consiguieron rebajar esa distancia, sin llegar nunca a un nivel equilibrado, que sea justo con el riesgo que corre el capital inversor, y el esfuerzo físico o mental del trabajador. Parecía que se había rebajado esa infame diferencia, pero en las últimas décadas hemos asistido al alargamiento de la brecha, y al distanciamiento de ingresos entre los empresarios, y dueños de los lugares de producción que proporcionan empleo, y los propios desempleados.
El peligro que corre esta pequeña disertación que presento es que me la acusen de comunista. A mí no me importa, porque novamos a caer en la dialéctica de la derecha socio-económica que, cuando quiere excomulgar a un político, o economista, o líder sindical, lo califica con esa palabra maldita. La verdad lo es aunque el que la descubra y declare nos sea antipático y nos caiga mal. Pero si los asalariados habían estado más o menos satisfechos en los años de bonanza en toda Europa, a pesar de que la distancia, en su calidad de vida, con los ricos y poderosos, y con los asalariados de grandes sueldos, era inaceptable, ha sido cuando ha llegado la crisis que se ha apretado la soga a su cuello. Y eso ha sucedido, exactamente, porque las condiciones de trabajo, y, como consecuencia, de vida, han caído tanto que no se llega al nivel mínimo exigible de dignidad.
Me indigna, me enfurece, y me abochorna, que los políticos, los nuestros, y, me parece, los de todos los países, invoquen con fervor la importancia de las normas que todos aceptamos, la primera de todas las Constitución, y la prevalencia de los pactos y tratados, y después, cuando más falta hace ese respeto a lo prescrito, esos mismos dirigentes se lavan las manos. ¿Qué dice nuestra Constitución sobre la vida, las necesidades básicas de todos los ciudadanos, como su derecho a una vivienda digna? ¿Garantiza la Constitución el derecho a comer, a no morirse de hambre? Todos estamos de acuerdo en la respuesta positiva. Pero todos contemplamos cómo los más pobres, no solo los ciudadanos y las familias más necesitadas, sino los países mas atrasados, están sufriendo las consecuencias de la crisis.
¿Cuáles han sido las naciones que más están sintiendo el empeoramiento de sus condiciones de vida? Pues no es coincidencia que sean Grecia, España, Portugal, en parte Italia e Irlanda. Pero si para algo debería servir la UE era, sobre todos, para posibilitar un proceso de acercamiento de los parámetros sociales y económicos de todos los miembros participantes. Ya sabemos que la crisis de Grecia la ha empeorado hasta el paroxismo la ineptitud, ¿o la deshonestidad?, de sus dirigentes clásicos. Pero sus homólogos europeos eran conocedores de la pésima administración de los políticos helenos. Algunos opinan que se podría hablar de connivencia, o, por lo menos, de falta de diligencia ?in vigilando??; y yo diría más, en exigiendo. Lo que no puede ser justo, ni humano, ni bello, es que la factura la pague, por entero, la clase más humilde, la más empobrecida, la más abandonada a su suerte.
No deberíamos permitir la tiranía de la Economía de los mercados y de las grandes cifras, que sólo se alimentan y engordan con la desesperación, la humillación, y, a veces, hasta la sangre de los más pobres. ¿Quién ha dado delegación a los tecnócratas de la UE para exigir a los dirigentes griegos, la bajada, -¡una más!, es desesperante-, de los ya deprimidos e insultantes salarios? No nos interesa esa economía. Y poco ayuda a nuestros conciudadanos la percepción de la ansiedad que tienen algunos dirigentes patrios porque ?los griegos nos paguen el préstamo que les hicimos??. Yo no digo que no. Pero hay modos y maneras de exigirlo, y también de no sofocar al deudor ni de acorralarlo contra las tablas. ¿Se acuerda nuestro ministro de economía cuando sobrevivimos, después de la guerra, ¡y la culpa había sido solo nuestra!, por la generosidad de Argentina, Portugal, y de Brasil a través de esta última?