Cada cultura y sistema social genera en el colectivo que la constituye una resistencia a su evolución, un rechazo instintivo e inconsciente a cambios sustanciales. El sistema socioeconómico dominante se beneficia de esa inercia humana a conservar las tradiciones recibidas. Por eso las revoluciones no abundan en la historia humana; se producen sólo cuando se produce una crisis social que no tiene otra salida. Fuera de esos casos especiales es muy estable la escala de valores en la que se basa toda sociedad. Por eso la esclavitud y el patriarcado tuvieron una larga duración, el feudalismo duró más de un milenio, y el actual sistema burgués capitalista, aunque muy dinámico por su progreso técnico y científico, es muy estable e inmovilista en lo que se refiere a la base económica sobre la que se asienta.
Los valores esenciales sobre los que se basa este sistema en el que nacimos y nos educamos son la propiedad privada y sus instrumentos: el dinero, el mercado… y el clasismo que todo eso produce. Incluso a personas conscientes de los dramas y tragedias que genera la desigualdad que ese sistema establece entre los humanos, nos resulta inconcebible una forma de sociedad que funcione sin esos elementos. Pero para evitar la injusticia no es solución suficiente poner límites al imperio del mercado. El mercado y su instrumento el dinero, someten el corazón humano si se intenta convivir con ellos, como lo demuestra el curso de la historia humana hasta la actual situación infernal del mundo.
El asunto comenzó de una manera bastante inocente: los humanos que, con la aparición de la agricultura, se apropiaron de manera privada de partes del territorio, el único medio de producción entonces existente, necesitaron hacer intercambio de las diferentes cosas que producían, y esto requirió fijar un valor a los productos intercambiables. Desde ese punto sólo fue necesario un pequeño paso para concebir una medida abstracta del valor de los diversos productos y servicios: ¡acababa de nacer el dinero! Desde entonces ese ente satánico se hizo el tiránico dominador de toda actividad y relación humana. Por medio de ese dinero se puede comprar todo, incluso seres humanos (esclavitud), seguridad (mercenarios, guardaespaldas), trabajo humano (asalariados), rango, conciencias humanas (corrupción). El dinero interfiere también en las relaciones familiares (dotes, separación de bienes de los esposos, testamentos, herencias…) e incluso en las relaciones sexuales (prostitución), y otras muchas cosas: sanidad, ocio, incluso servicios religiosos. El hecho de que fracasaron todos los intentos que se hicieron hasta ahora para limitar el poder del mercado muestra su carácter incontrolable. A la aparición del dinero siguieron otros pasos para que fueran apareciendo las sociedades por acciones, la bolsa de valores, los holdings, el blanqueo de capitales, la evasión de impuestos, los paraísos fiscales, las tarjetas black, las sociedades offshore, los fondos buitre… y la globalización. Actualmente, cuando la humanidad sigue dividida en países, naciones, religiones, sistemas políticos, lenguas… el mercado funciona fluidamente saltándose todas esas barreras.
El único poder que puede hacer frente al dinero y al mercado por él generado es el de la autoridad, el Estado, un poder estatal con consciencia y voluntad de cumplir su rol, que es el de la organización y realización de las tareas que son necesarias pero que las personas no pueden realizar personal y privadamente (justicia, defensa, obras públicas…). En las recientes crisis de la pandemia y del volcán de La Palma se puso de manifiesto lo necesaria que es la acción estatal para hacer frente a problemas que las personas no podemos resolver aisladamente. Incluso los beneficiarios del sistema del mercado requieren y postulan la acción del Estado cuando peligra el desarrollo de la actividad productiva que es la base de todo sistema. Así pues, la clase dominante que se beneficia del mercado respeta y utiliza al Estado pero controlándolo y limitándolo para que la gestión de los asuntos públicos y comunes no perjudique sus intereses mercantiles. Pero resulta que el común interés de la humanidad es precisamente la anulación del mercado que la divide en clases antagónicas para sustituirlo por un sistema de producción y distribución igualitario. Y precisamente esa tarea de supresión del mercado es algo que los humanos no podemos realizar de forma privada, por tanto el Estado debe asumir su realización.
Y aquí vienen las dificultades para la realización de ese proceso imprescindible: estamos tan acostumbrados a este sistema que se basa en la propiedad privada, con la desigualdades y clasismo que genera, que somos incapaces de concebir su sustitución por una gestión pública, estatal, que organice la producción y la distribución de los medios de vida necesarios para toda la humanidad de manera igualitaria. En todo caso, la autoridad estatal, pública, que tiene que asumir el control de proceso transformativo, a menudo está gestionada por individuos que no son verdaderos hombres de Estado sino mercenarios de la política, lacayos al servicio de los poderes que dominan en el mundo, como los que aparecen en los Papeles de Bárcena, de Panamá, de Pandora… Pero en el caso de que algún gobernante tenga la osadía de desafiar a esos poderes, vienen los embargos económicos como los que sufren los regímenes de Cuba, Venezuela… y el que hizo fracasar el proyecto reformista de Grecia hace varios años.
Y cuando no basta con eso, la clase dominante, a la que le conviene que el sistema perdure tal como es, utiliza todos sus recursos para impedir cualquier cambio que la perjudique. Le interesa que las clases dominadas no tengan consciencia de su condición e ignoren incluso que se encuentran en una lucha de clases en la que se decide la esencia misma de la sociedad. Fomenta la ignorancia de las clases explotadas y en caso de necesidad sabe movilizar en su favor a los miembros menos instruidos de esas clases, como ocurre con los movimientos fascistas. E incluso sin llegar a tanto, dispone de los medios de formación e información que controla para modelar el pensamiento de las masas populares y apartarlas de objetivos de liberación. En realidad también la información, las películas, todo lo publicable, aún cuando no se refieran a asuntos políticos, portan un mesaje subliminal, imperceptible, que contribuye a mantener en la mente del público una aceptación tácita, inconsciente, del sistema y sus valores. Todo ese conglomerado de elementos formativos es lo que se suele llamar “el aparato ideológico del sistema”.
Ahora nos interesa prestar atención a otro elemento influyente del aparato ideológico del sistema: la religión, la iglesias en nuestro ámbito europeo, y concretamente la Católica en el caso concreto de España. Quien se interese por la historia podrá comprobar que esta Iglesia apoyó siempre a la clase dominante de turno, primero a la aristocracia feudal, de la que formaba parte la propia jerarquía eclesial, y actualmente a la burguesía capitalista. El precio de tal apoyo fueron beneficios y privilegios para esa jerarquía. La última tanda de beneficios fueron, y aún son, las inmatriculaciones de inmuebles públicos. El servicio que presta la Iglesia al sistema dominante es impartir a la membresía eclesial una formación espiritual que no cuestione al sistema. La clase dominante y su instrumento de dominio, el mercado, no tienen nada que temer de esos “pastores” que conducen al “rebaño” por sendas que no conducen a la liberación del pueblo oprimido. Los epíscopos que eligió Rouco Varela, en su etapa de vicepapa en España, a imagen y semejanza de él mismo, son un puntal que con los otros mencionados contribuye al mantenimiento de este tinglado inhumano que generó tanta desigualdad y tanta injusticia en el mundo.
Lo que nos tenemos que preguntar, quienes nos consideramos seguidores de Jesús de Nazaret, es si esa acción pastoral de la Iglesia, que le tiene como referente, responde a las enseñanzas del Maestro. Pues ocurre que Jesús sí se posicionó claramente en la cuestión del Estado y el mercado. En relación al mercado, es significativo que el único personal al que Jesús expulsó del Templo fueron precisamente los mercaderes. En realidad, no fue las personas de los mercaderes, lo que Jesús expulsaba, sino su instrumento, el dinero. En el Reino que él quería instaurar la relación entre las personas no habría de ser mercantil sino de otra naturaleza en la entraban componentes como el amor, la comprensión, el perdón, la sencillez, la compasión el servicio desinteresado al prójimo…
Sin embargo vemos que aún actualmente el dinero y el mercantilismo que comporta siguen en el templo y en la sociedad, y con intención de quedarse. Se dio el caso de predicadores que estando sermoneando sobre el “Magnificat”, que es el canto que el evangelista Lucas pone en labios de la madre de Jesús, dan por terminado su discurso antes de llegar al párrafo que dice: Él (se refiere a Dios) hizo proezas con su brazo: dispersó a los soberbios de corazón, derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos. (Lucas 1:51-53). Ese párrafo es políticamente incorrecto para esa gente, inoportuno para exponerlo a un público burgués o aburguesado. Además de tener la impertinencia de referirse a la lucha de clases, mostrando la contradicción entre los intereses de los poderosos, los ricos, por una parte, y los humildes, los hambrientos, por otra, el Altísimo tiene la desfachatez de tomar partido a favor de los pobres. ¡Intolerable para los dominadores del sistema y sus lacayos religiosos! Pero hay más. Jesús mismo constató, después de ver la reacción del joven rico que no se sentía dispuesto a trabajar por el Reino de Dios, que la riqueza, el dinero, era una dificultad para acometer esa tarea: ¡Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas! (Marcos 10:23). Más rotundo fue su aserto de que: No podéis servir a Dios y al dinero. (Mateo 6:24).
Y ahora veamos la posición de Jesús en relación al poder político. Él no rechazó la función de la autoridad, lo que ahora llamamos el Estado, pero expresó su criterio acerca de cómo se debía realizar esa función. A la pregunta de Pilatos de si era rey, respondió: Tú lo dices, soy rey, para esto he nacido y para esto he venido al mundo… Mi reino no es de este mundo… (Juan 18:36-37). Marcaba la diferencia entre los reinos de este mundo, hoy diríamos el sistema dominante, y el Reino que él deseaba implantar. Pilatos representaba a un poder imperialista y esclavista que no tenía como objetivo el servicio a la humanidad sino el beneficio de unos pocos a costa de sojuzgar a la mayoría de la población. En cambio el programa del Reino que Jesús traía son la Bienaventuranzas, es decir, dar prioridad a los que sufren, a los que aman la paz, a los pobres, a los limpios de corazón, a los que tienen hambre y sed de justicia… Ese Reino no es de este mundo, pero el objetivo es implantarlo en este mundo.
Y él no rechazaba ejercer la función política con ese objetivo, como lo muestra su lamento sobre Jerusalén: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como junta la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! (Mateo 23:37). Ese lamento tiene lugar unos días despés de su entrada triunfal en Jerusalén y antes de su arresto. Usaba el símbolo de la gallina que protege a sus polluelos, y el del pastor que cuida del rabaño, que para la cultura de su tiempo significaba el cuidado y atención que el gobernante debe dedicar a sus súbditos. Y aunque él sabía que su proyecto chocaba con ideología dominante y que corría el riesgo de ser perseguido como los profetas que fueron antes de él, asumió el rol que le asignaba la multitud que lo saludó a su entrada en Jerusalén con el título mesiánico de “Hijo de David”. Y como Mesías, es decir, Rey, entró en el Templo y actuó con autoridad expulsando los símbolos del mercado. Este acto tenía una enorme importancia como lo demuestra el hecho de que lo narran los cuatro evangelistas, cosa que no ocurre con otros hechos de Jesús. En esas narraciones se especifica que desparramó el dinero y volcó las mesas de los cambistas, y comparó sus lugares de reunión con “cueva de ladrones”.
La población de Jerusalén, que vivía del templo y del comercio que generaba la enorme peregrinación que recibía sin cesar, no podía aceptar un mesías que contemplaba una devoción no ligada a ese lugar de culto y rechazaba lo relacionado con la compra-venta. Al igual que a los judíos de entonces, también a las generaciones cristianas que existieron hasta hoy les resultó y les resulta inasumible un mundo sin compra-venta, sin comercio, sin mercado. Para que exista compra-venta debe existir la propiedad privada, pues lo que se compra y vende son productos que cambian de mano, es decir de propietario. Ese mercadeo es lo que acaba generando, a través de los pasos que antes vimos, la enorme desigualdad e injusticia que impera en el mundo. Es posible otro mundo en que que no funcione ese engendro de Satán. Se evitan las nefastas consecuencias del mercado con una forma de satisfacción de las necesidad humanas basada en un proceso de producción-distribución, tareas que pueden ser gestionadas perfectamente por el Estado, un Estado que no estaría al servicio de las clases dominantes sino de la igualdad entre los humanos. Si ese ideal no se realizó aún es porque las masas populares, que no conocen el poder que tienen, se lo asigna a políticos que son servidores del sistema, de los reinos de este mundo. Cada vez que en unas elecciones se vota mayoritariamente a fuerzas políticas que tienen como vocación la conservación del sistema tal como es, se está haciendo una elección tan desgraciada como la que hizo la población de Jerusalén que prefirió a Barrabás antes que a Jesús. En esa ocasión preferir Barrabás representaba aceptar lo conocido, lo de siempre: el Templo, el mercado, el Sanedrín como clase dirigente, Roma como imperio dominante… los reinos de este mundo, el sistema. Jesús representaba una revolución que nadie se atrevía y aún hoy nadie se atreve a emprender.
Concluyendo, podemos decir que si el mundo del mercado es irrecuperable para el Reino de Dios, – No podéis servir a Dios y al dinero- el de la autoridad, el Estado, el poder político, o como se le quiera llamar, puede ser un buen instrumento de servicio a la humanidad si se libra de su dependencia de las clases dominantes y cumple su función primordial de organizar la vida en común y suplir las insuficiencias de la acción privada. Librarse de la influencia cultural de lo establecido, de las tradiciones que se oponen a esa realización, puede responder a lo que Jesús, cuando hablaba con Nicodemo, decía: De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios.
Faustino Castaño, miembro del Foro Gaspar García Laviana y de las Comunidades de Base de Gijón.
Gijón, 6 de octubre – 2021