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Espiritualidad para tiempos inciertos

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Tiempos inciertos

La historia se nos presenta como cambio permanente, pero hay tiempos en que esos cambios se acumulan y aceleran de manera particular. Y nos desconciertan, al sentirnos inseguros sobre una base que ya no sustenta nuestras certezas pasadas y ante un horizonte de futuro que desdibuja los objetivos por los que vivimos, personal y colectivamente.

Nos sentimos desconcertados por la contradicción entre la creciente conciencia de los derechos humanos, al tiempo que se mantienen y aumentan las situaciones de desigualdad, la grave crisis alimentaria mundial, políticas migratorias cada vez más restrictivas y mortíferas, la degradación de las condiciones laborales, la depredación de la naturaleza, la injusticia ecológica, la falta de información veraz etc. Ante tales contradicciones, el sistema capitalista globalizado no parece tener otros respuestas que el aumento de formas autoritarias de gobierno.

Los primeros meses de la pandemia, el parón de la actividad productiva parecía despertar una nueva sabiduría que valoraba las relaciones sociales y el respeto a la naturaleza, “que nadie quede atrás”, se decía. Pero los poderes realmente existentes y la maquinaria de persuasión mediática han recuperado sus “dogmas socio-culturales” y los han reorientado hacia un clima de miedo e individualismo, de incertidumbre y desasosiego. La comunidad humana se presenta así paralizada por un sinsentido global.

 

“Dios es Espíritu”

“Dios es Espíritu, y los que le adoran deben adorarle en espíritu y en verdad.” (Jn.4/24) recuerda Jesús a la samaritana. Pero …  ¿cuál es el Dios-Espíritu que anima la experiencia bíblica?. En la “tienda del encuentro” (Ex.33/7-11) el pueblo conocerá al Dios de Moisés: “el que te libró de la esclavitud” (Deut. 5/1)

Sus relatos presentan a los creyentes movidos por este Espíritu implicados en “el espesor de la realidad”. No se trata de un espíritu “espiritualista”: platonizante, maniqueo. El texto hebreo lo llama “ruah”: poderoso creador, transformador de la realidad histórica, social, material.

Y así, la historia del pueblo comienza en el “Éxodo” narrando la humillación socio-económica-política de ese pueblo y la intervención del Espíritu del Dios de Moisés: “He visto, he escuchado a mi pueblo, cuando lo maltratan sus mayordomos. He bajado para librarle de la opresión de los egipcios y llevarlo a un país grande y fértil;” (Ex. 3 / 7-8).

Y, en el Nuevo Testamento, las actuaciones de Jesús resultan escandalosas para una mentalidad “religiosa” (farisaica, sacerdotal) cuya imagen de Dios se reducía a la pureza ritual, a ser el garante último del orden (desorden más bien) socio-religioso y económico existente. El primer lugar de manifestación del Dios cristiano no es el templo, no es Jerusalén, sino el trabajo en el lago, la comida con publicanos y descreídos, la “Galilea de los paganos, el pueblo que habitaba en tinieblas” (Mat. 4 / 15)

De manera que los momentos de crisis, inciertos, incluso catastróficos, pueden vivirse como el alumbramiento de un mundo nuevo, de una nueva creación (Mc. 13 / 24-32). Las tinieblas, la caída del sol y las estrellas … no son signos más que del final de “un” mundo, no de “todos” los mundos. La imagen adecuada de este tiempo, no es la del invierno tenebroso, sino la de los brotes de la higuera que anuncian la llegada de una nueva primavera, de una nueva manifestación del “Hijo del Hombre”.

 

La pequeña esperanza

Esta perspectiva bíblica nos abre a la esperanza: “Una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos; – una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos – Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada -Esta pequeña niña esperanza, inmortal.” (Charles Peguy)

     Una esperanza creadora: Por su Palabra, el Espíritu pone su tienda de campaña entre los caminantes del mundo. El cristiano, al percibir las señales propias de cada tiempo, se pone en marcha con todos sus compañeros, en las luchas de la Historia, en el “cuidado de la casa común” abierto a un Mundo Nuevo, confiando que, a pesar de la evidencia del mal (“el príncipe de este mundo” lo llama Jesús) éste no tiene la última palabra.

“El riesgo del mundo actual es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no se escucha la voz de Dios …  Una auténtica fe implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra …” (Francisco, E.G.)

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