Joseba Segura Etxezarraga siempre ha pasado por ser uno de los miembros de la curia vizcaína con más futuro. Nacido en Bilbao hace 47 años, su peso en la diócesis fue subiendo enteros tras su ordenación en 1985. Su padrino, Juan María Uriarte -ahora obispo de San Sebastián y antes auxiliar en Bilbao- le envió a Estados Unidos para fortalecer su formación con un máster en Economía en el Boston College.
Profesor de Teología en la Universidad de Deusto, brillante y reconocido intelectual, políglota, ha desarrollado muchas tareas, la última al frente del Secretariado Social, una de las ‘carteras’ estratégicas del Obispado.
Su nombre se vinculó ya hace siete años con los esfuerzos de buscar una salida a la violencia en Euskadi. Los canales que se utilizaron en la última tregua han sido recuperados ahora -y ampliados- para tender puentes y hacer ‘cocina’ en todos los frentes. Desde su implicación y conocimiento del proceso, sostiene, categórico, que el anuncio del alto el fuego permanente «no fue un suceso más en la larga historia de ETA, sino el final de la violencia en el País Vasco». Y remacha con contundencia que «la violencia organizada que hemos conocido durante casi 40 años se ha terminado».
La biografía de Joseba Segura está unida a su compromiso con la objeción de conciencia y con el antimilitarismo. Ha publicado numerosos trabajos sobre la violencia y la guerra en la tradición cristiana que han sido de lectura obligada en foros sobre la paz y en institutos de mediación en conflictos. Ahora, con los deberes hechos, ha cumplido una promesa a la que se comprometió hace tiempo. Marchar a Ecuador a trabajar, al menos durante tres años, para las Misiones Diocesanas Vascas. En Quito atiende la llamada de EL CORREO.y responde a las preguntas de Pedro Ontoso.
-En el proceso que ha desembocado en el alto el fuego permanente de ETA han participado distintos agentes e instituciones. ¿Cuál ha sido el papel de la Iglesia vasca y hasta dónde ha llegado?Los obispos vascos reprochaban en una pastoral que el proceso de pacificación había sido «poco trabajado por el diálogo de los partidos». ¿Su trabajo ha sido de ‘cocina’ previa, para tender puentes y restablecer un clima de confianza?
-Efectivamente, ha habido varios años de poca o nula comunicación entre partidos. Años dominados por una estrategia de confrontación frustrante. Sin embargo, la puesta en marcha de algunas líneas claves de comunicación ha sido, por sí sola, capaz de generar la confianza suficiente para llegar a la situación actual. Ahora bien, no sería bueno creer que ya se dan las condiciones suficientes para un diálogo capaz de normalizar la política en el País Vasco. Falta mucho trabajo por hacer porque la nueva situación crea incomodidad en algunos grupos y sensibilidades. Y esa incomodidad merece ser escuchada con respeto. No se trata de forzar a nadie a sentarse a una mesa, sino de generar las condiciones en las que todas las partes puedan encontrarse mínimamente cómodas. Poner en comunicación sensibilidades políticas diversas: en eso se ha venido trabajando durante años, un trabajo que va a seguir siendo necesario también en el próximo futuro.
-¿Cuál ha sido la génesis de este planteamiento: en qué momento la Iglesia decide participar y en qué formato?
-Los obispos vascos vienen articulando la apuesta de la Iglesia por la paz desde los años 70. El mensaje ha sido claro: respeto a la dignidad de la persona, rechazo tajante del recurso a la violencia y petición reiterada de que cualquier conflicto se encauce por medios exclusivamente políticos. En el contexto de la tregua anterior, miembros de la Iglesia recibieron de distintas partes la solicitud de facilitar determinados contactos. Permítame que omita los detalles porque, en las circunstancias actuales, esas informaciones todavía pueden ser objeto de controversias políticas innecesarias. En todo caso, aquello supuso el inicio de comunicaciones y relaciones personales que, de manera natural, se han mantenido a lo largo del tiempo y poco a poco se fueron abriendo a otras nuevas. Aquí no ha habido ni una decisión dramática de que había que intervenir, ni una sesuda programación de estrategia. Las cosas han sido mucho más sencillas. Circunstancias inesperadas nos confrontaron en su momento con la necesidad de mantener y concretar una palabra públicamente dada: nuestra disposición a contribuir a la pacificación de este país, siempre que se entiendan y se respeten los límites de esa contribución. Lo decía gráficamente Ricardo Blázquez pocos días antes de la declaración del alto el fuego: el obispo de Bilbao está dispuesto a hacer lo que pueda por la paz pero en su calidad de obispo, y no como político.
Sintonía con Roma
-En algunos medios se ha relacionado al Vaticano, y más en concreto al cardenal Roger Etchegaray, con el proceso. ¿Esta labor contaba con el aval de Roma y de la Conferencia Episcopal?
-La Secretaría de Estado y, más en concreto, el secretario para las Relaciones con los Estados, monseñor Giovanni Laiolo, sigue con mucho interés la evolución de la cuestión vasca, aunque sólo sea porque se trata del último conflicto de este tipo en el territorio de la UE. Lo mismo puede decirse del cardenal Roger Etchegaray, hombre que, por ser de origen vasco y por su experiencia como mediador en numerosos conflictos, tiene un interés particular en nuestra situación. Sin embargo, son falsas las informaciones que implican al cardenal en procesos de intermediación, llevando esta carta, comunicando aquel mensaje El Vaticano no actúa así. En estos temas, deja la iniciativa a las Iglesias locales. Es la Iglesia vasca, presidida por sus obispos, la que discierne lo que cabe hacer y lo que no. En todo caso, creo poder asegurar que lo que aquí se ha hecho está en plena sintonía con lo que la Iglesia Católica promueve a nivel mundial como filosofía general de intervención en situaciones de conflicto.
-Usted ha sido testigo cualificado del proceso. ¿Qué van encontrando, dónde perciben los mayores obstáculos?
-Curiosamente, los obstáculos más importantes no están, a mi juicio, en la relación entre los partidos, sino en el interior de los propios partidos y organizaciones. Es esencial que todos hagan su contribución a la búsqueda de soluciones. Sin embargo, no va a ser fácil mantener esa coherencia interna y ese espíritu de colaboración durante un período largo de tiempo. Para explicarme mejor: supongamos que los líderes de un partido u organización se dan cuenta de que ha llegado el momento de situarse definitivamente en un nuevo escenario. Sin embargo, no siempre les resulta fácil comunicar a su gente las razones de esa convicción y la inevitabilidad del movimiento. Esa dificultad es mayor en la medida en que en el grupo en cuestión haya más personas cómodas en la situación anterior o, sencillamente, que viven el cambio a la nueva como un tránsito forzado lleno de amenazas potenciales. Estos días se han podido percibir importantes tensiones dentro del PP que pueden interpretarse desde esta clave. Pero la adaptación a un escenario radicalmente diferente ha sido, es y va a ser difícil para todos. En Batasuna, la conciencia de que el camino de la política es el único camino se ha ido abriendo despacio, paso a paso. En el PSOE, las divergencias han desaparecido con el anuncio de ETA, pero han estado ahí y pueden resurgir en un contexto menos favorable para Zapatero. En el PNV, ciertos mensajes y actuaciones durante los últimos años reflejan la complejidad de su relación con Batasuna y el pluralismo de sensibilidades dentro del partido. No hace falta tener información privilegiada para suponer con motivo que también en el seno de ETA ha existido un debate complejo que ha necesitado tiempo para no cerrar en falso esta vez. En este proceso, alguno de sus líderes habrá tenido que emplearse a fondo. Estas tensiones se agudizan a medida que la clave electoral domina la agenda política. La unidad de acción bajo el liderazgo del presidente Zapatero es esencial y espero que las buenas sensaciones actuales y la capacidad de distinguir intereses legítimos de partido y colaboración necesaria en este tema puedan mantenerse, a pesar de las dificultades que van a surgir.
Presidente conciliador
-¿En qué momento usted percibió que la postura de ETA estaba madura, que la decisión de ‘cerrar la persiana’ estaba tomada?
-Lo he ido percibiendo progresivamente. La decisión de volver a la violencia tras la última tregua fue tomada por pocas personas y no fue entendida por muchos votantes de Batasuna. Los dramáticos atentados de Nueva York y Madrid remacharon el clavo y convencieron a mucha gente de que hoy, en Europa, el recurso a la violencia sólo consigue una cosa: debilitar la posición de quien la practica. La declaración de Anoeta fue un paso público muy importante. Pero el momento clave para mí fue la respuesta conciliadora del presidente Zapatero en el Kursaal a una carta pública de Arnaldo Otegi en enero de 2005. Nosotros en esa fecha sabíamos que ETA había tomado la decisión de ‘cerrar la persiana’ y dejar las cuestiones políticas en manos de los políticos. Pero hacía falta un presidente de Gobierno español decidido a no poner obstáculos innecesarios en el camino. Ese día, al escuchar a Zapatero, me di cuenta de que en La Moncloa había un presidente así. Entonces supe que una nueva declaración de alto el fuego no sólo era posible, sino que estaba relativamente cercana. El resto son detalles sin interés y que no deberían preocupar ni ocupar a la opinión pública, aunque sé que esos temas generan mucho morbo. Por si vale de algo, manifestaré una convicción personal: este alto el fuego no es resultado de ninguna concesión política a ETA. Eso es suficiente para mí y creo que también puede serlo para la mayoría de la opinión pública española.
-Como conocedor de este proceso, ¿considera que el anuncio de ETA ofrece las garantías suficientes para alimentar la esperanza?
-Estoy convencido de que es así. Esta vez la decisión se ha adoptado con la preparación adecuada, dando al proceso el tiempo necesario y bajo un liderazgo que promovía una decisión sostenible y eventualmente irreversible. Nadie puede excluir que en Francia existan todavía personas escépticas, dispuestas a volver al camino de la violencia. Lo importante es que esas personas no van a poder levantar de nuevo la bandera de ETA y arrastrar tras ellos a lo que Batasuna representa hoy. La violencia es percibida prácticamente por toda la población nacionalista como una estrategia desesperada que sólo produce marginación política. Lo digo con total convicción: lo del día 22 no fue otro suceso más en la larga historia de ETA, sino el final de la violencia en el País Vasco. No se pueden descartar todavía, aquí o allí, episodios aislados, pero la violencia organizada que hemos conocido durante casi 40 años se ha terminado. Y el tiempo sólo va a confirmar este hecho. Continúa en la siguiente página