Las oportunas distinciones
[Entrevista a Mons. . J. M. Setién Alberro, realizada en San Sebastián, junio 2006 por Francesco Strazzari y publicada en Il Regno, Junio 2006, nº 14, pp. 443-446]
La Iglesia y el país
Monseñor José M. Setién Alberro, obispo emérito de San Sebastián, acaba de regresar de Madrid donde tomó parte en la Asamblea extraordinaria de la Conferencia episcopal española (CEE; 21-22.6.2006), que vio una gran presencia de los medios de comunicación, dado el momento especial que la España del gobierno Zapatero vive en sus relaciones con la jerarquía católica.
Acababa de aprobarse el nuevo estatuto de autonomía para Cataluña: un fracaso a causa de la reducida participación popular (49,4%). Y la visita del Papa a Valencia está a las puertas: ?No son pocos ?dicen los obispos? los aspectos de la situación actual que provocan preocupación en muchos y también en nosotros?. También en el interior de la misma CEE hay tensiones. Un grupo del estudio presidido por el arzobispo de Pamplona y Tudela, monseñor Fernando Sebastián Aguilar, ha sido encargado de redactar un esquema de discusión sobre la presente situación religiosa, social, cultural y política, que se estudiará en próximas reuniones.
La Nota final de la Asamblea asegura que los obispos han tratado la situación de fondo, en un clima de ?fraternidad y serenidad??, poniendo el acento sobre todo en algunas ?prioridades pastorales??, en el cuadro del Plan pastoral 2006-2010: la iniciación cristiana, la celebración del domingo, el matrimonio y la familia, la promoción de laicos bien formados para la vida pública.
Se programa la elaboración de una instrucción pastoral, que servirá de guía en la atormentada vida de la Iglesia en España, enfrentada con una situación cultural que pone sobre el tapete grandes cuestiones, que suscitan ?dice el comunicado? una ?especial preocupación??.
Un especial interés
? Excelencia, ¿por qué hoy España atrae la atención no sólo de Europa sino de toda la comunidad internacional? Hay quien aplaude su curso, hay a quien le suscita una gran perplejidad y hay quien no esconde una profunda alarma.
? El hecho de que en este momento España atraiga especialmente la atención, no sólo en Europa sino también en la comunidad internacional, no puede hacer olvidar otro dato, que ella misma está inserta en un contexto cultural y socio-político común a una parte considerable de la Europa que está naciendo. Vista desde una perspectiva internacional, no puede ignorarse a Europa para entender lo que está sucediendo, desde el punto de vista cultural o político, en el mundo entero. En esta Europa es donde se coloca España. Probablemente la toma de conciencia de esta realidad ?comunitaria?? europea y, si se quiere, occidental, debe ser tenida en cuanta para definir y juzgar la peculiaridad propia de España y el interés que ella suscita.
En otras palabras, no se puede comprender la España de hoy sólo desde una perspectiva interior. Si se hiciera así, caeríamos en error tanto por lo que se refiera a nuestra consideración sobre el país, cuanto ?y esto sería aún más grave? por lo que se refiere a la reflexiones sobre la actuación de la Iglesia y de los obispos, que desean e intentan sólo ser fieles a su ministerio al servicio de la evangelización. Yo no quiero ignorar la ?peculiaridad?? de España; busco sólo de colocarla en lo que a mi juicio considero que es la verdadera realidad socio-cultural y socio-política española y las causas que ?producen?? esta realidad. España no está hecha sólo de españoles y mucho menos la Iglesia de este país está formada sólo por obispos. Todo esto no impide sin embargo afirmar que en España las tendencias socio-culturales y políticas europeas se traducen en formulaciones y actuaciones especialmente radicales, que pueden despertar un interés singular fuera de las fronteras nacionales.
? La jerarquía eclesiástica está muy preocupada por algunos puntos del programa del gobierno: matrimonio y familia, atentados contra la vida del concebido no nacido, casos de eutanasia, etcétera. Los obispos se quejan de ?? tendencias laicistas en la organización de la sociedad?? (cf. la intrucción pastoral Teología y secularización en España). ¿Qué significa hoy en España la palabra laicidad?
? La jerarquía eclesiástica se preocupa mucho por estos y otros puntos del programa del gobierno, a los Usted alude A mi parecer, tienen razón. Pero creo que es tan importante que esta misma jerarquía sea consciente del hecho que en el origen de las decisiones políticas o legislativas adoptadas no hay sólo una intencionalidad política, expresada en términos de ?laicismo??. Existe también una motivación de carácter cultural que la Iglesia tiene que saber discernir si quiere evitar que las opiniones y valoraciones éticas expresadas vengan interpretadas como toma de posiciones políticas o causadas por un interés exclusivo o predominante por un partido.
Las corrientes culturales contrarias a la visión de la Iglesia por lo que atañe a lo que es el hombre y al sentido de su existencia no podrán ser cambiadas sólo por la mera adopción de disposiciones legislativas, adoptadas eventualmente como resultado de presiones ejercidas en las instituciones políticas en causa.
No es mi intención aquí infravalorar los efectos positivos de una presencia activa de la jerarquía con una exposición valiente y razonada de la doctrina de la Iglesia o de una presencia estrictamente política del laicado cristiano en los lugares de la decisión política.
La intencionalidad ?laicista?? de los programas del gobierno, hasta llegar al extremo de pensar que el objetivo último de su política es la eliminación de Dios de la vida social, puede ser verdadera. En ese caso, es un deber reaccionar contra las decisiones que pudieran resultar objetivamente antidemocráticas. Incluso en ese posible caso, el recurso a la ?justificación?? política de que esta es la voluntad del pueblo podría llegar a ser un arma fácilmente utilizable contra la Iglesia, aunque no fuera verdadera.
En esta línea la sociedad española y, en ella, también la Iglesia debería realizar un esfuerzo de ?educación?? política, dirigido a superar la proposición, de origen francés, de la contraposición entre el estado y la Iglesia en límites de ?estado laico?? versus ?Iglesia Católica??. Se debería mostrar la verdadera función de un estado inspirado en los principios de la laicidad, al servicio de los derechos humanos individuales y colectivos, incluidos los de libertad religiosa. La sociedad pude ser, manteniendo un pluralismo democrático, tan laica como confesional, y el estado ?laicamente? debe ponerse a su servicio.
En vez de un estado confesional o laicista, debe establecerse un estado laico, cuya funciona debe ser la tutela de los derechos humanos; también en materia religiosa un estado laicista debe ser considerado una perversión de un estado laico. La opción religiosa o antirreligiosa no debe plantearse en el estado sino en la comunidad política, a la que se deben reconocer los auténticos derechos democráticos.
Las diferentes percepciones de los obispos
? Vista desde el exterior la jerarquía católica española da la impresión de haberse atrincherado y de no ser capaz de hacer una reflexión ?moderada?? sobre el momento actual. El Plan pastoral 2006-2010 confirma la impresión cuando insiste en el hecho de que se debe prestar la máxima atención a la secularización interna de la Iglesia.
Correcto, pero insuficiente. Es un problema de cultura y no sólo eclesial. ¿Qué piensa Usted de ello?
?La reunión, reservada, realizada por la Asamblea de la Conferencia episcopal española (21 y 22-6-2006) tenía como finalidad precisamente el reflexionar seriamente sobre el momento socio-político y cultural en que vive hoy la Iglesia en España. Con el fin, naturalmente, de buscar la manera más evangélica y eclesial de situarse en este contexto, para realizar la misión evangelizadora de. Una reflexión que debía hacerse en un clima de libertad y de sinceridad.
La impresión generalizada de los participantes ha sido positiva y satisfactoria por lo que se refiere a la libertad de palabra de los obispos y también al respeto por las opiniones de cuantos no compartían el mismo punto de vista. La libertad y la sinceridad adquieren naturalmente un significado mayor cuando se presentan opiniones doctrinales y operativas diferentes.
Lo cual significa que pueden existir también posiciones pastorales diferentes. Hacer un análisis acerca de la observación y la evaluación de la realidad que vive la sociedad española ha permitido constatar las diferentes percepciones de los obispos y también las diferencias en los intentos de concretar las actividades pastorales que se deberían realizar.
Creo que se puede afirmar que el diálogo ha permitido ?purificar?? mucho la verdad de las diversas posiciones, sin que esto signifique que se han alcanzado convergencias objetivas generalizadas en los puntos más conflictivos sobre la interpretación y a la evaluación de la realidad en la que viven los cristianos y la misma Iglesia.
Esta diversidad impide afirmar la existencia de una Iglesia homogénea tal como es presentada de manera parcial la prensa, sometida ella misma a intereses ligados a las diversas opciones políticas. También se ha hecho evidente la esterilidad del intento hecho por los medios de comunicación de hacer coincidir el posición político-eclesial de la Iglesia en su conjunto con las convicciones de algunos de sus exponentes más o menos representativos, cercanos algunos a áreas políticas de ?derecha??, otros a las de la oposición. A mi parecer, entra aquí en juego la cuestión relativa a la misma ?identidad?? de la Iglesia, a la que tiene permanecer fiel tanto en la doctrina cuánto para su actuación, en una sociedad inspirada por la cultura secularizada.
No debe sorprender que la Iglesia, que vive en una sociedad culturalmente secularizada, experimente también ella esta influencia. ¿Cómo reaccionar frente a tal evidencia? La Iglesia debe actuar a partir de su ?identidad?? evangélica, evitando encerrarse en actitudes tradicionalistas que impidan el diálogo y el amor, porque lla sabe que es para este mundo, al cual debe transmitir la ?salvación?? del Evangelio de Jesús. ¿Pero cómo lo puede hacer? Esto es el verdadero desafío. Creo que la reunión y el diálogo que el Señor ha hecho posible es el método para profundizar en ello de manera cada vez más fiel.
En la cultura, contra la cultura
? ¿Qué formas toma hoy el diálogo entre Iglesia y cultura en España?
? La Iglesia no es extraña a la cultura de la sociedad en la que vive. No lo es porque ella y, en concreto, los cristianos experimenta su influencia, en el modo de entender la propia existencia y de trabajar en conformidad con ella. Pero tampoco lo es porque esta misma Iglesia tiene la pretensión de influir en tal cultura, contribuyendo positivamente a su elaboración histórica con los valores que a su juicio conducen a una humanización más plena de los individuos y de las relaciones sociales que configuran la convivencia civil, socio-económica y socio-política.
En la base de la cultura existe la concepción de qué es el hombre, aunque se quiera afirmar que la misma pregunta por su significado no es relevante. La Iglesia trasmite y anuncia un sentido de la existencia individual y social del hombre: nunca podrá estar de acuerdo con quienes afirman que el ser humano no tiene otro significado que el que cada uno se atribuye a sí mismo. Por otra parte, a la afirmación o la negación del sentido de la vida personal no pueden dejar de corresponder formas diferentes e incluso contradictorias de conducta. Estas son consideraciones elementales.
La cuestión se complica especialmente cuando la Iglesia considera tener razones suficientes para afirmar que la acción del estado no se limita, de hecho, a procurar un bien común que asegure a cada ciudadano el ejercicio de su derecho a la libertad de conciencia, para hacer la propia lección del sentido o no sentido de su vida. A decir de algunos el estado español pretendería transmitir e imbuir en los ciudadanos una opción de sentido puramente individualista y subjetivo que, en realidad, no aceptara nada más que el uso de la propia libertad para optar por una orientación, en ausencia de sentido de la vida.
Los choques que tiene la Iglesia, por motivos éticos, con las posiciones del estado acerca de la defensa de la vida, la ingeniería genética, la institución del matrimonio o la eutanasia presuponen un desacuerdo ideológico previo sobre el modo de entender lo que es la persona humana y, en consecuencia, el uso humanamente razonable de su libertad individual. Colocar el debate entre la Iglesia y estado en un nivel puramente ético, sin encuadrar antes la manera de entender al hombre y su significado, es insuficiente para comunicar a la sociedad la manera como la Iglesia concibe la vida humana y los comportamientos realmente humanos. Y esto, de hecho, hace políticamente insostenibles sus posiciones éticas.
La afirmación de que la fe viene antes de la plena comprensión de la praxis cristiana, o sea de la moral, debería enseñarnos mucho en este momento socio-cultural, especialmente cuando se trata de enfrentarse a las posiciones éticas propias de un estado y de una sociedad que prescinden de Dios, entendido como destino último del ser humano, o ignoran una ley natural que se asume como expresión de la ?razón divina??, puesta al servicio de la realización de una vida plenamente humana.
Estado y nación: que la Iglesia no tome partido
? ¿Se está disgregando el tejido nacional con el estatuto catalán, que abre el camino a otros estatutos centrados en el concepto de la nación? ¿Cuál es su pensamiento de estudioso y de obispo?
? A mi parecer existe una grave confusión en esta materia, derivada del uso mismo de la palabra ?nación??. Y esta confusión está presente en la misma Constitución: en ella se afirma que la ?soberanía?? es inherente a la nación española, pero a no se explica en modo exhaustivo si España es una nación en cuanto en el territorio ?nacional?? una única soberanía sobre toda la población española, que consecuentemente viene configurada como nación, o por el contrario la existencia misma de una nación española es lo que legitima la soberanía impuesta a todos los ciudadanos, incluidas las minorías que a su vez se consideran a sí mismas ?nacionales??.
No se trata de un juego de palabras: los estatutos se pueden interpretar como el resultado de una mera descentralización del ejercicio de la soberanía estatal. Pero ante esta consideración, las minorías que se consideran ?nacionales?? por el hecho de constituir una nación verdadera no dejarán de reclamar para sí mismas el ejercicio de una propia soberanía, más o menos limitada ?como del resto es la de los otros estados del siglo XXI?, pero sin embargo soberanía.
Hasta que no se resuelva esta premisa, no parece viable otra solución si no es la que de recurrir a fórmulas de compromiso, más o menos artificiales, que no satisfacen a nadie. Es necesario además considerar que las mismas minorías ?nacionales?? son sociológicamente plurales, si se consideran en la perspectiva de las adhesiones nacionales, que se deben juzgar como el resultado de la adhesiones ?libres??, y no como imposiciones forzadas por parte de los estados que, en última instancia, pueden recurrir también al uso de la fuerza (pero esto difícilmente ayuda a superar las situaciones de conflicto).
Personalmente yo no creo que los riesgos de la desintegración de la nación española puedan ser evitados por el hecho de introducir o no en los estatutos la palabra ?nacionalidad??. El derecho de las identidades nacionales y el respeto debido a las solidaridades históricas deberán buscar formas jurídico-políticas que superen los dogmatismos propios de las unidades soberanas e indisolubles y los derechos inalienables de una autodeterminación absoluta. Será necesario preguntarse de nuevo sobre la razón y el sentido de la existencia de la soberanía, para que se ponga al servicio de la función que debe prestar a las comunidades políticas.
– Con las diversas naciones (catalana, vasca, andaluza, etcétera) ¿cómo será la España del mañana?
? Este tema no debería constituir a mi juicio una preocupación especial para la Iglesia, responsable del anuncio del Evangelio de Jesús. ?Moralizar?? un tema que asume, de hecho, connotaciones partidistas sobredimensionadas a causa de los intereses particulares que están en juego, equivaldría a una inoportuna prolongación de lo que tiene que ser la presencia de la Iglesia en tal materia, que sería interpretada como una ?clericalización?? indebida del problema.
Será la población, en sus diferentes niveles y formas de decisión política propias de estas materias, quien decida sobre los cambios que se deben introducir en los estatutos ya existentes, tanto en el contenido cuanto en su misma naturaleza. Fomentar el alarmismo usando términos como ?desintegración?? de la unidad del país o semejantes no aporta ventaja alguna para nadie. La afirmación de que la Iglesia debe respetar las diversas expresiones en que se configuran los estados y sus formas del gobierno, siempre que se conserve el bien común, que consiste en la tutela efectiva de los derechos humanos individuales y colectivos, debe prevalecer sobre cualquier tentación de convertir las simpatías o preferencias personales de la jerarquía eclesiástica en normas o juicios éticos para el comportamiento de la población.
A ella le corresponden las decisiones pertinentes, con el respeto debido a los requisitos de la justicia y de la solidaridad, en la pluralidad de formas en que estas se puedan materializar.
[traducción de Antonio Duato para www.atrio.org.]