En el Cincuenta aniversario de la revolución cubana -- Jacques Gaillot, obispo de Partenia

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Partenia

Siento mucha admiración por lo que pasó en 1959. El pueblo cubano vivió horas grandes, recobró su orgullo y su dignidad junto con la adquisición de sus derechos tantas veces pisoteados en el pasado. Esta revolución fue un tiempo de bonanza. Luego llegaron las dificultades y también el embargo americano.
El cincuenta aniversario de la revolución se celebró en la embajada de Cuba en la UNESCO (organización de las Naciones Unidas para el desarrollo de la educación, de la ciencia y de la cultura). El gran salón de recepción está repleto de gente.

De pronto, me encuentro cara a cara con el Nuncio apostólico, que es el representante diplomático del Papa en Francia y le digo:
« Estoy muy enfadado con la Iglesia de Roma. Acumula las meteduras de pata. ¡Qué descrédito para la Iglesia católica! ». Me responde el Nuncio: « No se ha entendido bien lo que quería decir el Papa »
Lo interrumpo. « ¡No me venga con ese discurso! Como Nuncio que es, llámele la atención al Papa y a sus consejeros. Hacen unas declaraciones que son un desastre. ¡Qué estropicio! Siento vergüenza.» El Nuncio guarda silencio. Se le ve disgustado.
Todo esto me da sed. Me voy a beber una copa al bufé.

La revolución de 1959 permanece como el acontecimiento fundador para Cuba. El embajador se inspira en los grandes ideales de esa revolución para iluminar el futuro del pueblo cubano. Me pongo a pensar en los ideales de la revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad. ¿Qué queda de ellos hoy?
Los cubanos aman a su país. Están orgullosos de su historia. El futuro les pertenece.