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Introducción.
Mientras la izquierda no asuma que el PSOE es el poli bueno del sistema, no habrá superación del este régimen del 78, el de los desahucios, las SICAVS, la corrupción, la jefatura del Estado no electa, vitalicia y hereditaria; la nula separación de poderes, la imposibilidad de elegir al presidente en elecciones directas, o las altas tasas
de pobreza (la infantil, según la UNICEF, ha superado el 29%).
Frente al PSOE, sostener que es el mal menor ante el PP o VOX, aun siendo
cierto, es renunciar a crear una izquierda que, mediante un proceso constituyente, diseñe un modelo democrático en lo político y social en lo económico (es decir, una revolución). La izquierda (y aquí excluyo al PSOE, luego explicaré por qué) debe ser más lúcida al respecto y, tirando de hemeroteca y de pensamiento crítico, llegar a la necesaria conclusión de que el PSOE es el poli bueno que trabaja junto a los polis malos
(PP y Vox) para el mismo comisario de policía (la élite del poder empresarial y del financiero), con una misión muy clara: desactivar a las izquierdas aparentado serlo.
Hay que asumir la realidad con valentía tal cual es: el PSOE tiene la función de desactivar a las izquierdas, como hizo con el PCE, con IU, con Podemos y con Sumar; bien por competencia bien por absorción. Si el PP son los huevos con patatas, el PSOE son las patatas con huevos y con alguna ensaladillita adicional para justificar su supuesto izquierdismo.
Así, Podemos fue desactivado cuando Pablo Iglesias accedió al gobierno con el PSOE, y Sumar cuando Yolanda Díaz hizo lo propio. Ahora que Pedro Sánchez está en la picota por presuntos casos de corrupción, Díaz es terriblemente ingenua al pedirle un giro social, o Rufián cuando ayuda a sostener al presidente, tal vez por miedo a la derecha o a la ultraderecha.
Ese es el juego del comisario: lograr que el caco acepte un pacto con el poli bueno por miedo al poli malo. Sin embargo, ¿tan difícil es ver que ambos polis trabajan para el mismo comisario? Porque quien lo ha querido ver lo ha visto. No es el caso de Iglesias, de Díaz, de Monedero ni de Rufián.
El PSOE: un poco de historia.
Fundado por Pablo Iglesias en 1879, fue el partido obrero y marxista por
antonomasia, si bien no obtuvo su primer diputado hasta 1910, gracias a la integración del PSOE en la Conjunción Republicano-Socialista. Tuvo a lo largo de su historia credenciales de partido revolucionario: su participación en la huelga general revolucionaria de 1917, lo que le costó sendas condenas a cadena perpetua a Besteiro y a Largo Caballero; las leyes sociales de este último durante la presidencia de Azaña,
moderadas y pragmáticas pero tendentes a la necesaria redistribución de la riqueza (reforma agraria, creación de miles de escuelas, legislación laboral a favor de los trabajadores…), que la derecha eliminó cuando accedió al poder en 1933; o la participación de la revolución de Asturias en 1934.
Sin embargo, en su contra presenta numerosos episodios que revelan que fue, de modo progresivo, un agente del sistema fingiendo luchar contra el mismo. He aquí numerosos episodios:
-La colaboración con la dictadura de Primo de Rivera, mientras el anarquismo era reprimido. Cierto que el dictador, corrupto y represor por lo demás, creó una legislación social avanzada pero, en todo caso, prueba de la función de poli bueno (Largo Caballero llegó a ser Consejero de Estado) fue la intención de Primo de Rivera de crear un bipartidismo entre la Unión Patriótica y el PSOE.
-Durante el franquismo, mientras la oposición interna real la protagonizaron comunistas y anarquistas (con la consecuente represión), el PSOE se mantuvo en el exilio, sin correr riesgos, pero perdiendo su vínculo real con las luchas antifranquistas del interior.
-Según sostiene el historiador Ricardo de la Cierva, poco sospechoso de
veleidades izquierdistas, en los años 50, el Departamento de Estado de EEUU apostó por utilizar al PSOE para presentarlo, previa domesticación, como la gran alternativa de izquierda, para desgastar al PCE (que era la izquierda real) en la suposición de que tras una dictadura de derechas, los españoles optarían por un gobierno de izquierdas.
-Afirma Luis Capilla en su obra La Comisión Trilateral: el gobierno del mundo en la sombra que la Trilateral apostó, ya en los años 70, por un PSOE domesticado frente a un PCE rebelde.
-En ese contexto, en 1974 Felipe González se hace con el aparato del partido en Suresnes, para en 1979, en el Congreso Extraordinario del PSOE, ya de modo explícito renunciar al marxismo, todo ello dirigido por los servicios secretos creados por Carrero Blanco, según sostiene Carlos Menéndez de Alba en su libro El secuestro del Partido Socialista por el felipismo.
-Durante el gobierno de Felipe González, si bien es cierto que se tomaron
excelentes medidas sociales (como la universalización de la Seguridad Social), se llevó a cabo toda una batería de políticas económicas tendentes a la derecha y al neoliberalismo, así como otras de naturaleza represiva: la creación de las SICAVS (argucia legal para que las grandes fortunas no tributen), la Ley Corcuera, el GAL, la Operación Mengele (secuestro y tortura de mendigos para experimentar con ellos
drogas a aplicar a etarras), las privatizaciones (Gas Natural, Telefónica, Endesa…), los contratos basura, los conciertos con la escuela privada, o la entrada definitiva en la OTAN tras proponer lo contrario. Y un largo etcétera.
-El gobierno de Zapatero, junto con algunas políticas sociales positivas (bodas de homosexuales, regularización de cerca de un millón de inmigrantes irregulares, ley de dependencia…), protagonizó en 2011 una reforma constitucional en la Parlamento casi sin debate, a la prisa, con la opinión pública desactivada por las vacaciones de verano, y en plena crisis económica y social; reforma constitucional con la que pasaba a
anteponer el pago de la deuda externa contraída con Europa en detrimento de la cobertura social de una ciudadanía precarizada (demostrando gobernar para unos mercados que no le votaron). Asimismo, no hizo prácticamente nada frente al drama de
los desahucios: 600 desahucios diarios durante un lustro, lo que pudo provocar unos 3.000 suicidios, demostrando de nuevo gobernar para el sector financiero e inmobiliario, y no para la gente de la calle.
-El gobierno de Sánchez, junto con buenas medidas sociales (subida del Salario Mínimo Interprofesional, creación del Ingreso Mínimo Vital, legalización de la eutanasia, ley de Memoria Histórica…), no ha afrontado el problema de los desahucios, o la estafa legal de los SICAVS, ni el problema de la vivienda. Y su política internacional es de vergüenza (traición al pueblo saharaui, seguidismo visceral anti-ruso
junto a Biden y a la UE, tibieza ante el genocidio de Palestina, apoyo al golpismo venezolano de González y Machado…).
¿De verdad que al PSOE se le puede calificar de izquierda? Este artículo
pretende invitar a sus votantes a aplicar el pensamiento crítico para, llegado el caso, dejar de votarlo a favor de una opción de izquierdas.
La estrategia del PSOE como poli bueno.
Es muy sencilla: poner cara de izquierdista para desactivar a las izquierdas por absorción. Como el profesor que se gana al rebelde de la clase, desactivándolo como el elemento disruptivo que fastidia dicha clase, a cambio de darle dos palmaditas, alabarlo
en público y brindarle alguna concesión (abrir y cerrar la puerta, reírle alguna gracia…) para evitar que transforme dicha clase.
Así desactivó primero al Podemos de Pablo Iglesias y luego al Sumar de
Yolanda Díaz. Podemos fue la concreción organizativa de la energía de las plazas del 15-M (que, recuérdese, era tan anti-PP como anti-PSOE, y en buena medida pretendía un proceso constituyente –única salida de este régimen-). El primer Podemos logró la campanada de obtener 5 eurodiputados, llegando puntualmente a ser el primero en la
intención de voto para las generales.
Ahora bien, el sistema hizo su trabajo: el linchamiento mediático y el lawfare (reconocido por el propio Luis María Anson, que no es precisamente de Podemos) lograron erosionar esta opción. Frente a esta erosión, Podemos tomó la opción (letal) de ocupar un gobierno de coalición junto con el PSOE. Así, a cambio de pequeñas
concesiones (en materia de feminismo, identidad sexual, salario mínimo, prestaciones sociales, eutanasia…) el sistema logró que no se tocaran los elementos medulares del poder oligárquico (las SICAVS, los desahucios, la monarquía, la nula separación de poderes, la lucha frontal contra la desigualdad, la pobreza y la precariedad). Y quien lo quiso ver, lo vio.
En su momento, se habló de darle el sorpasso al PSOE. Hoy el PSOE está en el gobierno, el bipartidismo ha vuelto, Podemos es una anécdota parlamentaria y Sumar es un apéndice marginal del PSOE.
A estas alturas, es más serio creer en Santa Claus que
en la posibilidad de forzar a realizar pactos de políticas de izquierda a un aparato de la potencia del PSOE, solo porque una organización de izquierdas, sin gran poder electoral, político y mediático crea –terrible ingenuidad- que puede forzarle a ello.
La tesis del PSOE como el mal menor.
“Peor sería un gobierno del PP”. Esa es la consigna argumentativa, falaz por lo demás. Si el PSOE no es tan malo porque universalizó la Seguridad Social y amplió algunos derechos sociales, también es cierto que el PP acabó con el servicio militar obligatorio, o que sus medidas macroeconómicas permitieron la prosperidad y modernización que beneficiaron a la ciudadanía, y que se aplicaron algunas medidas
sociales como el mantenimiento de las pensiones y de la inversión social.
No obstante, también el franquismo erradicó la miseria como fenómeno masivo, amplió ostensiblemente la Seguridad Social y creó el Plan Nacional de Vivienda. Y no por ello Franco dejó de ser un mal mayor para pasar a ser un mal menor.
Ahora bien, ¿no es cierto que el PSOE es un mal menor con respecto al PP?
Cierto que sí, pero la diferencia entre uno y otro es mínima, mientras que la diferencia entre ellos y unas políticas reales de izquierdas es muy grande. Y en última instancia, el debate (aún inédito) es: ¿debemos transitar el gran trecho que nos lleva hacia unas políticas reales de izquierdas (esto es, tendente a eliminar la desigualdad y la pobreza)?
O, ¿debemos resignarnos a los estrechos márgenes de un sistema que todo lo más ofrece son algunas concesiones mediante el PSOE, a la vez que disuelve a las izquierdas bien por competencia (PCE, IU) bien por absorción (Podemos, Sumar)? Esta es la clave, la pregunta que la izquierda se debiera hacer y no se hace.
Por tanto, si basamos nuestra lucha en mantenernos dentro de los márgenes
estrechos del sistema jugando a obtener concesiones, renunciaremos a elementos necesarios tales como eliminar la figura de los SICAVS (lo que desbloquearía unos recursos ingentes de cara a la inversión social), el drama de los desahucios, la separación efectiva de poderes, la elección directa del presidente y del jefe del Estado,
el aumento de las prestaciones sociales y el de políticas de empleo.
Otro factor es el auge de las extremas derechas. Ante ello, la pregunta legítima es: ¿romper con el PSOE no daría alas a la ultraderecha? Esta pregunta queda reforzada por el precedente histórico: el anarquismo no se sumó en 1931 a unas fuerzas republicanas desunidas que, tarde y mal, sí se unieron en 1936, ya con la presencia anarquista, frente a un fascismo al que no se pudo o no se supo prevenir con anterioridad.
Lo cierto es que, si se analiza con rigurosidad, la ultraderecha no cometerá ningún desmán que el tándem PP-PSOE no haya cometido: terrorismo de Estado (el GAL), masacres (matanza de Vitoria, el Tarajal), torturas (Intxaurrondo), apoyo a golpistas (Corina Machado) y a guerras imperialistas (Afganistán e Irak), asesinato de mendigos (caso Mengele)… Por gritar que viene el lobo no nos damos cuenta de que ya
dentro tenemos algunos lobos.
Pero aun así, ¿no es la ultraderecha un peligro a combatir? Cierto, y estas ultraderechas (Milei, Meloni, Trump, Bolsonaro…) son temibles. Ahora, según apunta Viçens Navarro en su obra El subdesarrollo social de España, el auge de las derechas se debe precisamente al abandono de los programas de izquierdas reales por parte de organizaciones consideradas de izquierdas, y el autor se refiere explícitamente a las
terceras vías europeas.
Por ello, se deduce que el auge de las ultraderechas en España se debe a que el PSOE ha abandonado a la clase trabajadora (volvemos a mencionar los desahucios o la gran precariedad, a cambio de concesiones insuficientes), a la vez que ha desactivado las opciones de izquierda.
Y en el ejemplo de la república, el problema no fue la desafección del
anarquismo y la división de las izquierdas, sino la excesiva moderación de las políticas sociales (la reforma agraria fue lenta e insuficiente, por aplicarse mediante justiprecio; de haber sido confiscatoria y eficaz, la clase trabajadora tal vez no hubiese votado derecha en 1933). Por ello el gobierno perdió a una masa campesina y obrera que,
decepcionada, se radicalizó, aumentando una desestabilización que culminó en la guerra civil.
Por tanto, hoy día, el mejor modo de prevenir a la extrema derecha es crear organizaciones de izquierda para tejer una alternativa que no se deje domesticar o desactivar por el PSOE, que es el agente sistémico al respecto, y no provocar un desencanto de la clase trabajadora de la que se aproveche la ultraderecha.
¿Qué alternativa hay para las fuerzas de izquierda?
Sencillamente, tejer una confluencia de izquierda (y digo de izquierda, la exclusión del PSOE es una obviedad por lo mismo que lo es la del PP), acumular fuerzas y esperar de modo activo e inteligente el próximo estallido social (la volatilidad de la economía mundial, así como el ambiente bélico y el cambio climático sugieren
que tal estallido no está lejano), el cual deseamos que sea pacífico.
Para ello, la presencia en las instituciones debe utilizarse no para gestionar ni gobernar, sino para debelar el carácter falaz del sistema (nula separación de poderes, imposibilidad de elegir ni al presidente ni al Jefe del Estado, los desahucios, las SICAVS…), y mostrarnos de algún modo como la conciencia crítica contra el sistema
(para lo cual se debe ser éticamente ejemplares, como ciertamente lo ha venido siendo Podemos, salvo episodios marginales).
Será necesario toda una escuadra mediática interdimensional (periodistas,
medios alternativos, youtubers…), por una parte para visibilizar nuestra lucha, y por otra para la defensa frente al linchamiento mediático y al lawfare (a día de hoy elementos básicos para desactivar propuestas revolucionarias). Podemos, que lo ha sufrido en sus carnes, sabe lo importante que es esto.
¿Que es improbable que esto llegue a buen puerto? Cierto. Pero pretender llegar a buen puerto pretendiendo contar con el PSOE es imposible. Cuatro precedentes históricos avalan esta afirmación (el PCE con la Platajunta, IU con el anguitiano “programa, programa, programa”, Podemos con Pablo Iglesias de vicepresidente del gobierno del PSOE, y Yolanda Díaz igualmente como vicepresidenta segunda del mismo gobierno de coalición).
De este modo, si cuando llegue el próximo movimiento social, y este ve que nuestra confluencia es útil de cara al cambio, no habrá que dudarlo: con la calle a favor, propondremos la apertura de un proceso constituyente. Para ello, hay buenos expertos
que conocen el tecnicismo jurídico para que el poder constituido se transforme en poder constituyente de facto (Viciano, Rodríguez Dalmau, Pissarello…) de cara a crear una hoja de ruta hacia una nueva constitución que, elaborada de modo participativo, dé
poder real a la ciudadanía, y someta a la élite empresarial al imperio de la ley, mediante una real progresividad fiscal que, a partir del principio de la función social de la propiedad, pague impuestos proporcionalmente según su capacidad.
Solo esto liberaría una ingente cantidad de recursos para políticas sociales, de vivienda o de empleo, que
permitirá minimizar la desigualdad, la pobreza y la precariedad; lo cual no se ha hecho, no por falta de medios sino de voluntad política.
Conclusión.
Debe quedar claro, la historia así lo avala, que el PSOE es parte del problema.
Pretender pactar con él para redistribuir la riqueza sería como si Gandhi pactara con Hitler para imponer la no violencia. Un somero repaso a la historia, y un poquillo de reflexión crítica nos llevará necesariamente a asumir lo que ha sido el gran error de la izquierda: pensar que se podía contar con el PSOE. Aunque solo sea porque es físicamente imposible que un ratoncillo se pueda comer a un elefante.
Ahora, bien, lo que sí es posible es que ese elefante sea neutralizado por todo un enjambre de abejas. Abejas que deben estar coordinadas, convencidas, activadas y entusiasmadas. Se dice que Nietzsche dijo que “a quien tiene un qué la vida le enviará un cómo”. Y Thoreau que “si uno avanza con confianza en la dirección de sus sueños,
y se esfuerza por vivir la vida que ha imaginado, se encontrará con un éxito inesperado en horas comunes”. Esas mismas de las que Silvio Rodríguez decía que “debes amar la hora que nunca brilla […], y si no, no pretendas tocar lo cierto”, porque con Facundo
Cabral sabemos que “ayer soñé que podía, y hoy puedo”.