El PRE ? JUICIO EN POLÍTICA . Benjamín Forcano

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La vida política es un campo privilegiado para descifrar la condición y pasiones del ser humano. Yo hace tiempo que, cuando me asomo a un programa de televisión , me interesa primero de todo los nombres de los que intervienen. De muchos, sabemos algo de su biografía. Y he llegado a la decisión de cerrar o desconectar sin son nombres que intervienen en nombre de los partidos.

Prescindo de ellos porque ya sé lo que me van a decir ?llevan consignas y estrategia preparadas- y porque me resulta insoportable su irracionalidad. Irracionalidad que proviene de no hablar por sí mismos, de no valorar los razonamientos del contrario, de no proyectar análisis de la realidad, de no preocuparse por los derechos de la mayoría, de intentar ante todo contradecir y desacreditar al opositor. Un ejercicio éste pre-racional, pre-humano (porque lo racional es lo específicamente humano) dictado por la adhesión al propio partido o bandera y con el único objetivo de que el propio partido sobresalga invicto.
Guían esta irracionalidad intereses individuales o de partido, no del pueblo.

Porque los intereses del pueblo, -él único que delega el poder y tiene derecho a que se le represente con honestidad, obediencia y eficacia-, son siempre los mismos, se trate del partido que sea. No es consecuente, por tanto, que los políticos se ataquen obstinadamente como si de intereses distintos se tratara. En unos o en otros, o en ambos a la vez, reside la voluntad enceguecida de hacer de la política un coto de intereses privados, intentando eso sí recabar la legitimación del pueblo.

Esta postura es hoy común, inalterable y pestilente en ciertos debates políticos. El televidente capta rápido: ¡Ya hieden! No van a informar, a reconocer lo bueno o lo malo, a dialogar, sino a denigrar y triturar, contra toda evidencia. Y, encima, los hay que, tachonados de oportunismo, no tienen pudor en acudir una y otra vez como si de modelos a seguir se tratara.

En el ámbito de la convivencia, la perduración de esta dialéctica partidista produce confusión y malestar y subrepticiamente va inoculando fobias de exclusión y menosprecio.
El fenómeno no por ser cotidiano deja de ser preocupante. Un clima democrático no debiera ofrecer en sus instituciones cancha a estos falsos maestros de la política y de la convivencia. La misma ciudadanía debiera retirarles audiencia y demostrarles que la boca por la que ellos hablan no es altavoz del alma del pueblo.

Desgraciadamente, muchos ciudadanos piensan por lo que algunas de estas personas dicen en estos programas. Es hasta cierto punto lógico cuando el canal informativo es siempre el mismo. Pero es que la cosa va hasta el extremo de que, aún siendo evidente la falsedad, se les presta incondicional y regocijado asentimiento. Algo pasa ahí, que hace posible ese pacto, sellado sin razones, comportamiento típico del que procede con pre-juicio, es decir, sin criba de la razón.

Sería buen, no obstante, no confundir el cinismo de los que proceden a sabiendas de ocultar y mentir, con la acrítica receptividad de muchos televidentes. Es inevitable que, en nuestro interior personal, aniden las ideas, pautas y sentimientos que desde diversas instancias se nos fueron introyectando. No todos han dispuesto luego de medios y circunstancias adecuadas que les permitieran valorar ese contorno, despojándolo de elementos exagerados, unilaterales e incluso falsos.

Dicho esto, considero escandaloso y un atentado contra la salud pública esa mediocraciapolítica, en la que se mueven ciertos periodistas, como investidos para pontificar sobre todo. Distorsionan la realidad y no tienen como deber primario informar lealmente, es decir, sin pre-juicios, y alimentan el tanque de visiones obsesivamente partidistas y rencorosas. Esta mediocraciapolítica ha olvidado que su misión no es halagar ni dar alas a un poder político desnaturalizado, sino acompañarlo críticamente, con apertura de reales alternativas posibles.

La insolencia, además de estúpida, es antidemocrática, y arranca de profesar que tan solo tal o cual partido es vehículo de verdad y de soluciones. Insolencia que trastueca hechos básicos como son los de pensar que sólo la derecha define bien la realidad de España, sólo la derecha asume y respeta la religión, sólo la derecha garantiza los valores morales, sólo la derecha gobierna y legisla de acuerdo a la herencia cultural de la católica España; o, por el contario, que sólo la izquierda es sospechosa de todos los males.

Vamos a ser sinceros, en este pre-juicio se agita el fantasma de las dos Españas: la de que por ser español hay que ser de derechas (neoliberal), la de que por ser de derechas hay que ser católico y la de que por ser católico hay que rechazar toda izquierda (socialismo). Esta división dual pura, apriorística , es la que está en la base del pre-juicio. Por las venas de muchos españoles corren todavía los miedos de enfrentamientos seculares, vividos casi siempre entre tradición y avance, imperialismo políticoreligioso y proyecto social revolucionario, entre sociedad premoderna y sociedad abierta pluralista.

Los tiempos no está ya para guerras fratricidas. Hemos avanzado, pero renacen los fantasmas, porque hay quien los agita..
Los católicos estamos aprendiendo a sentir y demostrar que, no por ser españoles, debemos ser católicos y que no por no ser católico se deja de ser verdadero español. Confesamos que hemos coaccionado muchas veces hasta imponer la fe y hemos prostituido el Evangelio legitimando intereses de los más ricos y poderosos, callando ante la injusticia e induciendo a resignación al pueblo. Eso no es la Buena Nueva del Evangelio. Han pasado décadas donde ha quedado claro que la libertad religiosa es un derecho de toda persona: cada uno es libre de ser creyente o ateo. Una buena o mala convivencia no depende de ser creyente o ateo sino de ser un mal creyente o un mal ateo.

Los no católicos y, entre ellos los que sean ateos, deben admitir que la religión católica en sí, tal como brota del Evangelio, no es alienante, ni es opresora, ni cómplice del precapitalismo, del capitalismo o de ninguna otra suerte de neoliberalismo, sino defensa y lugar nato de los más pobres: los preferidos y auténticos vicarios del Dios de Jesús. Eso explica precisamente que los mismos católicos podamos denunciar y combatir todo desvío eclesiástico en contra.

Creyentes y no creyentes podemos encontrarnos en una fe común: la fe en el hombre, en su dignidad y derechos, en la lucha por lo que sea emancipación de toda esclavitud y discriminación y por la implantación de la justicia, de la igualdad, de la libertad y de la paz. Fe cristiana, que no reivindica e integra todo esto, es falsa. Una fe, sin las obras de la justicia y del amor, es muerta. Y ateos que siguen pensando que la religión es opio del pueblo y que no merece un lugar en la sociedad, que laicidad y religiosidad son incompatibles, y que no se puede esperar de la fe un compromiso serio a favor de la justicia y liberación, es demorarse en planteamientos trasnochados.

Estamos en una sociedad abierta y pluralista, con Estado aconfesional, en la que son innegables la autonomía humana, el quehacer de las instituciones humanas y el derecho a ejercer la libertad religiosa. No tiene sentido la antítesis militante de Dios contra el hombre, ni del hombre contra Dios; ni de la Iglesia contra la sociedad ni de la sociedad contra las Iglesia. Si nos diferencia la particularidad de la fe religiosa, nos identifica y cohesiona la fe común en el hombre.

Estamos en una nueva época. Por eso, critico la postura de quienes injusta e inmerecidamente se dedican a contraponer y dividir encizañando la convivencia.
Hay que esclarecer pre-juicios, que fueron y ya no son, pero que actúan todavía en muchas mentes: si eres del PP todo lo que haga el PP te parecerá maravilloso y encomiable, y no habrá aspecto malo que no comprendas o disculpes, y todo lo que vaya en contra de él lo verás como falsedad, fruto de la malquerencia. Y te enquistarás cada vez más en la trinchera del que busca la eliminación ?ideológica y física- del contrario: planteamientos excluyentes: o con nosotros o contra nosotros, con razón o sin razón. Pre-juicio.

Hay que emprende nuevo rumbo. La realidad es otra. Ni la verdad está toda en un partido ni el error en otro. Pero hay quienes hacen de la política una profesión al servicio de los propios negocios, a costa de quebrar lo más sagrado de esa convivencia. Son políticos corruptos, que se desconectan del pueblo y se apropian del poder en beneficio propio. Ni se les ocurre pensar que están donde están por voluntad y delegación del pueblo, para ser sus representantes y cumplir como servidores del pueblo.

A esto es a lo que hay que mirar cuando escuchamos un debate: ¿A quiénes sirven sus propuestas? ¿Cuáles son sus obras cuando tanto hablan y prometen? ¿Cómo viven? ¿Prometen lo de aquellos concejales de un ayuntamiento: ?Juro ser el primero en el sacrificio y el último en el beneficio?

No hipotequemos, por tanto, nuestra libertad con ningún partido, aun cuando se haga ineludible elegir entre uno u otro estableciendo prioridades y graduaciones. No todos son iguales, hay un más y un menos. El partido es un mediación poderosa, políticamente legítima e imprescindible para asegurar los derechos de la mayoría. El poder es real y necesario, pero es del pueblo, y quien lo recibe debe ejercerlo atendiendo a las legítimas exigencias del pueblo. Sin poder no hay política posible, ni democracia posible, pero un poder que sea popular, nunca traicionado, coherentemente representado. Es en el ejercicio del poder donde se manifiesta la vocación del político ?servidor del pueblo- o del burócrata que lo utiliza en beneficio propio ?funcionario corrupto-.

En el pre-juicio no opera la razón, prevalece siempre la opción tomada, alimentada casi siempre por ideas desajustadas y viejos temores y reivindicaciones del pasado.