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En los 70 años del fallecimiento de Pierre Teilhard de Chardin (10 de abril)
En Andalucía solemos utilizar una expresión que encierra un gran significado simbólico e identitario: “esa persona tiene mucho poderío”.
Esta expresión tiene mucha fuerza y se aplica a aquellas personas de una gran capacidad de seducción por fuerte personalidad, simpatía y empatía, liderazgo, gracia, “arte”, carisma. Lo que hoy se suele definir como “influencer”, que marca un estilo, que se convierte en referente para determinadas generaciones o grupos sociales.
Esta expresión, – desde mi punto de vista – se podría también aplicar a otras situaciones o realidades, como es la materia. Y en el caso de Pierre Teilhard de Chardin, la Materia o lo Material.
Y para Teilhard, lo Material contiene en su interior un enorme poderío espiritual.
En francés, la expresión tiene ecos aristotélicos: el acto y la potencia. Lo que es y lo que puede llegar a ser. En castellano, los traductores de Teilhard, lo describen como “la potencia”.
Pero creo que es algo más.
El ensayo teilhardiano escrito en unos días de retiro en el viejo caserón de Jersey, con tantos recuerdos para Teilhard, el 8 de agosto de 1919, una vez licenciado del ejército, tras el “bautismo de lo Real” en el frente de batalla de la Primera Guerra Mundial, muestra – para Teilhard – reflexiona sobre la “fascinación” de lo Material en la construcción de la espiritualidad teilhardiana.
Seleccionamos algunos textos:
(…) Lo mismo que el mar, algunas noches, se ilumina en torno al nadador, y destella tanto más cuanto con más vigor lo bracean los miembros robustos, de ese modo la potencia oscura que combatía al hombre se irradiaba con mil fuegos en torno a su esfuerzo.
En virtud del mutuo despertar de sus potencias opuestas, él exaltaba su fuerza para dominarla, y ella revelaba sus tesoros para entregárselos.
« ¡Empápate de la Materia, Hijo de la Tierra; báñate en sus olas ardientes, porque ella es la fuente y la juventud de tu vida!
¡Ah! ¡Tú creías poder prescindir de ella porque se ha encendido en ti el pensamiento! Esperabas estar tanto más próximo al Espíritu cuanto más cuidadosamente rechazases lo que se palpa; más divino si vivieses en la idea pura; más evangélico, al menos, si huyeses de los cuerpos.
(….) No digas nunca, como hacen algunos: «¡La Materia está gastada, la Materia está muerta!» Hasta el último instante de los Siglos, la Materia será joven y exuberante, resplandeciente y nueva para quien quiera.
No repitas tampoco: «¡La Materia está condenada, la Materia está muerta!» Vino alguien que dijo: «Beberéis veneno y no os causará daño.» Y también: «La vida saldrá de la muerte», y finalmente, pronunciando la palabra definitiva de mi liberación: «Este es mi Cuerpo». (….)
¡Qué hermoso es el Espíritu cuando se eleva adornado con las riquezas de la Tierra!
¡Báñate en la Materia, hijo del Hombre! ¡Sumérgete en ella, allí donde es más impetuosa y más profunda! ¡Lucha en su corriente y bebe sus olas! ¡Ella es quien ha mecido en otro tiempo tu inconsciencia; ella te llevará hasta Dios!»
(…) Entonces la fiebre de la lucha sustituyó en su corazón a una irresistible pasión de sufrir y descubrió, en un destello siempre presente en torno a él, al Único Necesario.
… Comprendió para siempre, que el Hombre, lo mismo que el átomo, no tiene valor más que en la parte de sí mismo que pasa al Universo.
(….) Por todas partes se dibujaba un Ser, seductor como un alma, palpable como un cuerpo, vasto como el cielo; un Ser entremezclado con las Cosas, aun cuando distinto de ellas, superior a la sustancia de las Cosas, con la que estaba revestido, y sin embargo, adoptando una figura en ellas.
El Oriente nacía en el corazón del Mundo.
Dios irradiaba en la cúspide de la Materia, cuyas oleadas le traían el Espíritu.
El Hombre cayó de rodillas en el carro de fuego que le arrebataba y dijo esto:
HIMNO A LA MATERIA
«Bendita seas tú, áspera Materia, gleba estéril, dura roca; tú que no cedes más que a la violencia y nos obligas a trabajar si queremos comer.
Bendita seas, peligrosa Materia, mar violenta, indomable pasión, tú que nos devoras si no te encadenamos.
Bendita seas, poderosa Materia, Evolución irresistible, Realidad siempre naciente, tú, que haces estallar en cada momento nuestras imagenes y nos obligas a buscar cada vez más lejos la Verdad.
Bendita seas, universal Materia, Duración sin límites, Eter sin orillas, Triple abismo de las estrellas, de los átomos y las generaciones, tú que desbordas y disuelves nuestras estrechas medidas y nos revelas las dimensiones de Dios.
Bendita seas, Materia mortal, tú que, disociándote un día en nosotros, nos introducirás, por fuerza, en el corazón mismo de lo que es.
Sin ti, Materia, sin tus ataques, sin tus arranques, viviríamos inertes, estancados, pueriles, ignorantes de nosotros mismos y de Dios. Tú que castigas y que curas, tú que resistes y que cedes, tú que trastruecas y que construyes, tú que encadenas y que liberas, Savia de nuestras almas, Mano de Dios, Carne de Cristo, Materia, yo te bendigo.
Yo te bendigo, Materia, y te saludo, no reducida o desfigurada, como te describen los pontífices de la ciencia y los predicadores de la virtud, un amasijo, dicen, de fuerzas brutales o de bajos apetitos, sino como te me apareces hoy, en tu totalidad y tu verdad.
Te saludo, inagotable capacidad de ser y de Transformación, en donde germina y crece la Sustancia elegida.
Te saludo, potencia universal de acercamiento y de unión, mediante la cual se entrelaza la muchedumbre de las mónadas y en la que todas convergen en el camino del Espíritu.
Te saludo, suma armoniosa de las almas, cristal limpio de donde ha surgido la nueva Jerusalén.
Te saludo, Medio divino, cargado de Poder Creador, Océano agitado por el Espíritu, Arcilla amasada y animada por el Verbo encarnado.
Creyendo obedecer a tu irresistible llamada, los hombres se precipitan con frecuencia, por amor hacia ti, en el abismo exterior de los goces egoístas.
Les engaña un reflejo o un eco.
Lo veo ahora.
Para llegar a ti, Materia, es necesario que, partiendo de un contacto universal con todo lo que se mueve aquí abajo, sintamos poco a poco cómo se desvanecen entre nuestras manos las formas particulares de todo lo que cae a nuestro alcance, hasta que nos encontremos frente a la única esencia de todas las consistencias y de todas las uniones.
Si queremos conservarte, hemos de sublimarte en el dolor, después de haberte estrechado voluptuosamente entre nuestros brazos.
Tú, Materia, reinas en las serenas alturas en las que los Santos se imaginan haberte dejado a un lado; Carne tan transparente y tan móvil que ya no te distinguimos de un espíritu.
¡Arrebátanos, oh Materia, allá arriba, mediante el esfuerzo, la separación y la muerte; arrebátame allí en donde al fin, sea posible abrazar castamente al Universo! »
Abajo, en el desierto que ha vuelto a conocer la calma, alguien lloraba: «¡Padre mío, Padre mío! ¡Un viento alocado se lo ha llevado! » Y en el suelo yacía un manto.Jersey, 8 de agosto de 1919