Ayer, domingo 5º de cuaresma, el arzobispo de Granada no leyó en la misa de la catedral el evangelio que tocaba, el relato de la mujer adúltera (Jn 8, 1-11). Ignoro las razones que tuvo el prelado para excluir de la eucaristía dominical ese episodio de la vida de Jesús. En lugar de la adúltera, habló de la resurrección de Lázaro. Para deducir, de ese hecho prodigioso, una conclusión que ahora mismo, cuando estoy escribiendo esta entrada en el blog, las emisoras de radio están repitiendo y comentando: los abusos sexuales con niños, que cometen algunos clérigos, tienen su explicación en «el desorden de los afectos y de la sexualidad» que vive la sociedad actual.
O sea – si yo me he enterado bien – la responsabilidad de los pecados y delitos del clero, en materia de sexo, recae sobre la sociedad. Un argumento que, por lo visto, exime al arzobispo de Granada de reconocer la responsabilidad que obviamente recae sobre la institución eclesiástica y sus dirigentes.
Por su parte, el papa (también ayer domingo y haciendo mención del evangelio de la adúltera) afirmó que es necesario, por supuesto, rechazar el pecado, pero hay que tener comprensión con el pecador. Por eso, indicaba el papa, Jesús le dijo a la adúltera: «Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más». Con este razonamiento, el papa estaba insinuando- creo yo – que es necesario rechar la pederastia de los curas, pero hay que ser comprenmsivos con los pederastas.
A ver si nos aclaramos. Una cosa es un «pecado» y otra cosa es un «delito». El pecado es una afensa a Dios, que quien lo comete (según sus creencias), se las tiene que arreglar para que Dios lo perdone. El delito es la violación de una ley humana, que es castigado por las autoridades civiles, según las leyes penales de cada país. Pues bien, en el relato de la adúltera, lo que allí se planteó, no fue sólo un pecado, sino igualmente un delito.
Porque, en la sociedad judía del tiempo de Jesús, religión y política estaban de tal manera unidas y fundidas la una a la otra, que, con frecuencia, quien cometía determinados pecados, era castigado, no sólo por Dios, sino también por los poderes públicos. En el caso del adulterio, el castigo era la pena de muerte que se ejecutaba mediante un linchamiento popular, es decir el «pecador-delincuente» era apedreado en público.
Esto supuesto, lo que Jesús hizo, según el relato de la adúltera, fue «despenalizar» el adulterio. Jesús le dijo a la mujer: «Yo tampoco te condeno». Y añadió: «Vete y no peques más». Jesús mantuvo que el adulterio es un pecado. Pero actuó de forma que evitó la ejecución mortal de aquella pecadora. Despenalizar el adulterio no equivale a permitir el adulterio. Jesús mantuvo que el adulterio está mal y es una afensa a Dios y al prójimo. Pero eso no quiere decir que los pecados tengan que ser castigados como si fueran delitos. Esto, que está tan claro, por lo visto no está así de claro en ciertos ambientes eclesiásticos.
Lo que ayer dijo el papa, me parece a mí, da pie a que haya quienes piensen que el papa está pidiendo comprensión y tolerancia con los curas pederastas. Si hablamos de los pecados de esos curas, por supuesto, que Dios los perdone. Pero las autoridades civiles no pueden proceder según ese criterio. Los poderes públicos tienen la obligación de castigar a todos los pederastas, no sólo a los curas, sino igualmente a los padres que abusan de sus hijos o hijas pequeñas y, en general, a todos los ciudadanos que usan a los pequeños como objetos de placer.
Por lo demás, todo esto me viene a decir que tampoco entiendo cómo el papa y los obispos piden tanta severidad contra los abortistas y, al mismo tiempo, tanta comprensión con los pederatas, sobre todo si son curas. No le falta razón a Eduardo Galeano cuando asegura que si fueran los hombres los que abortan, hace siglos que el aborto estaría permitido en todo el mundo