Se me hace muy difícil escribir este post, que quiere ser breve y conciso. Las acusaciones lanzadas contra el actual Papa, Benedicto XVI, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, por The New York Times, son muy graves. No hay que tomar el asunto a la ligera. Por eso, se agradece la inmediata respuesta de Federico Lombardi, asumiendo que se conocieron los hechos en 1996, bastantes años después de los abusos (¡a 200 niños sordos!), y dos antes de la muerte del religioso acusado, y que la decisión de no actuar canónicamente contra él se debió a la mala salud del presunto pederasta y la ausencia de acusaciones recientes. Una respuesta que, por otro lado, no puede satisfacer plenamente a nadie.
El revisionismo es bueno y necesario, pero dejando claro que el objetivo es el de salvar la memoria y la dignidad de las víctimas y contribuir a limpiar la Iglesia de estos lamentables casos, no comenzar una caza de brujas contra todo lo que se mueva. La víctima no es la Iglesia, son los que sufrieron abusos, que quede claro. El peso de la ley ya no puede caer sobre el abusador, fallecido en 1998, pero sí cabe preguntarse por qué Roma no supo hasta 1996 de estos casos. Y tomar medidas para que jamás vuelvan a ocurrir este tipo de escándalos.
Dudo mucho que se pueda hacer al Papa responsable de este caso. Pero no estaría de más luz y taquígrafos para este caso. Y, en todo caso, que nadie olvide la relevancia de la Carta a los católicos irlandeses, la primera que un Pontífice escribe en la era moderna sobre esta lacra. Y una «hoja de ruta» para que jamás vuelvan a darse estas atrocidades.
baronrampante@hotmail.es