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Nos están animando, a bombo y platillo, a prestar atención, y dar importancia, -en mi opinión más que la debida-, a la presentación del «nuevo Misal», como si se tratase de un descubrimiento parecido al del Deuteronomio, en los trabajos de restauración del templo de Jerusalén a la vuelta del Exilio. Yo tengo mis dudas, y me resisto a dar tanta importancia a un libro que sirve para que todos los presidentes de comunidades celebrantes usemos las mismas oraciones, con las aplicaciones permitidas a diferentes lugares, contextos, y personas, huyendo como de la peste, ¡no vaya a ser que se cuelen algunas herejías!, de la creatividad y de la inspiración del celebrante. Los primeros cristianos no tenían tanto miedo a fomentar la libertad, y la creatividad, y la improvisación de los presbíteros. ¡Bueno!, empezaban no teniendo tanto libro, solo la Biblia, y las copias de las cartas de los apóstoles, y de los evangelios que se iban escribiendo, que iban siendo, muy poco a poco, conocidas y usadas por las comunidades. Pero la Plegaria Eucarística sabemos que la cantaban, improvisando sobre una base, o guión, conocidos por todos.
Pero no hables a los especialistas de la «Congregación para la Disciplina de los Sacramentos» de algo que los saque de la literalidad de los textos litúrgicos, porque les entra un tembleque, y una inseguridad casi histérica. Recuerdo una anécdota sobre este tema que nos sucedió en Río de Janeiro con el arzobispo Eugênio de Araújo Sales. Teníamos un compañero de los Sagrados Corazones, padre Jesús Pérez, que tenía muchísima inspiración para componer plegarias eucarísticas, del estilo de las nuevas que surgieron por aquel tiempo. Presentó dos o tres que había elaborado, preciosas, y con total seguridad teológico-litúrgica, pero el cardenal, y la curia cariocas, casi se escandalizan de que un presbítero de provincias, es decir, no adscrito a la Curia Vaticana, se atreviera a enfrentar una aventura tan ardua, espinosa, y peligrosa, hasta la temeridad. Por eso resulta tan extraño que el propio cardenal Sarah, prefecto de la susodicha Congregación, tan importante y decisiva en la Iglesia, esté amenazando, poniendo trabas a la acción de Francisco, con una reforma de la Reforma del Vaticano II, como si ese tipo de documentos y eventos tan decisivos en la Iglesia sólo obligara a los pobres curas de aldea, o a los pardillos, estando exentos de ella los próceres de las alturas Vaticanas. Habrá que recordar que la inspiración y la sensibilidad litúrgicas no se consiguen ni con títulos ni con nombramientos. Como se ve, hay en la propia Congregación par la Disciplina de los Sacramentos, quien confunde la Liturgia con un trabajo de conservación y guarda de libros sagrados.
Y en el resumen que ha llegado hasta mis manos de la presentación del Misal en la Vicaría IV, destacaría estos puntos, para mí, por lo menos, dudosos, por no decir problemáticos:
1º) Testimonio de la tradición orante de la Iglesia, pero un testimonio bastante poco atrayente. Ya sé que ha habido más misales que el piano, pero es verdad que el que hemos usado hasta el pontificado de Pío XII, y, sobre todo, hasta la reforma del Vaticano II, no se puede ocultar que el Misal Romano, en el que durante siglos hemos estado usando, y sacado pecho de la unidad y la persistencia del «Canon», el que hoy es plegaria eucarística nº 1, es un cúmulo de imprecisiones y de exageraciones, en muchos casos peligrosas. Destacaría dos:
a) El sentido penitencial excesivo, pues en ese canon se encuentra, por lo menos, siete momentos penitenciales, rememorando la época en que el sentido del pecado era casi enfermizo, y pesaba como una losa de muchas toneladas sobre la conciencia de los fieles. Y que los llevaba, como en la novela de Umberto Eco a exclamar «penitenciágite». Algo que, gracias a Dios, ha superado la Teología moderna, y sobre todo, la conciencia de la mayoría de nuestros feligreses. Algo que, sin embargo, todavía arrastra como un lastre la Liturgia oficial de la Iglesia, pero que debería superar.
b) El sentido sacrificial tan alejado del «sacrificio según el rito de Melquisedec», del que tanto habla la carta a los Hebreos, y que se trata de un sacrificio incruento. Son pocos los teólogos modernos que recuerdan en este sentido sacrificial, que estaría fundamentado en la sangre de Jesús.
2) El caso es que en el nuevo misal parece que, en contra de esta corriente de Teología moderna, se insiste en este sentido sacrificial, por eso yo me hecho a temblar cuando oigo hablar a algunos con solemne unción del «Santo sacrificio de la Misa». Observad a los que así se expresan, y cotejar sus otros puntos de vista teológicos, litúrgicos, bíblicos, y hasta morales, y notaréis un común denominador preconciliar en casi todas sus opiniones sobre esos puntos. Recuerdo a este propósito mi artículo en este blog, del 7 de Noviembre del año pasado, 2016, titulado «Los nuevos textos litúrgicos», en el que comentaba un artículo un tanto fiero, de Jairo del Agua, titulado «¿Tiene la Jerarquía misericordia del Pueblo de Dios???, en el que hacía acopio de ejemplos, y criticaba las formas, y el contenido, de tantos textos litúrgicos, sobre todo del Antiguo Testamento, en los que, la Liturgia, sin tener muy en cuenta el concepto fundamental de la «Economía de la Revelación», contradecía, abiertamente, las enseñanzas de Jesús de poner la otra mejilla, de perdonar, de amar al enemigo, etc., que hacían al autor reconocer su perplejidad, » Porque yo me quedo bizco intentando ver al Abba que nos manda perdonar a los enemigos, poner la otra mejilla, que hace salir el sol sobre justos e injustos?? ¿Los católicos somos politeístas y tenemos varios ?dioses??? ¿Con cuál de ellos nos quedamos?, después de oír hablar del Dios vengador, que aniquila a los enemigos de Israel.
3) El tema de las oraciones, colectas y pos-comuniones. En primer lugar, es necesario recordar que la Eucaristía, en sentido estricto, NO es una oración, aunque en ella se encuentren oraciones, tanto impetratorias, como penitenciales, o de petición de favores. Se trata, sobre todo de una acción de gracias exultante del Pueblo de Dios, de un Ágape, de un Banquete de los hermanos sentados a la misma mesa. Y, sobre todo, no es posible unir tanta colección de oraciones de intercesión, pero no de Jesús, que es el único intercesor, y medianero, entre Dios y los hombres, sino de los santos, en contra de las enseñanzas explícitas y claras de un montón de textos del Nuevo Testamento, (NT), como, sobre todo, de la carta a los Hebreos y de las cartas de Pablo. No hay en todo el NT un solo texto que nos permita aceptar el protagonismo de los santos, de los que no se habló sino para recordar que todos los Bautizados lo somos por participación de la Santidad de Dios. Jairo se indignaba con estas desviaciones, y yo, muchas veces, me he preguntado, ¡¿qué haría Pablo si despertara en nuestros días y encontrara tantos santos intercesores?!
(Pero como este tema da para mucho más, prometo volver sobre él).