Enviado a la página web de Redes Cristianas
Lo que está ocurriendo tras las últimas ocurrencias de Trump me traen a la memoria un viejo chiste: un inválido en silla de ruedas acude a un santuario de la Virgen donde dicen que se producen muchas curaciones. El santuario está en una zona montañosa con fuertes pendientes en los caminos. El inválido va rogando ¡Virgencita, qué me cure! ¡Virgencita, qué me cure! En un momento dado al que llevaba la silla se le va de las manos y empieza a precipitarse por una pronunciada pendiente.
El inválido clama: ¡Virgencita, qué me quede como estoy! ¡Virgencita que me quede como estoy!
Las medidas anunciadas, o puestas ya en marcha por Trump, pueden anunciar un terremoto en la economía mundial que recuerde a la Gran Depresión de 1929. Ante esta perspectiva la aspiración de casi todo el mundo, a derecha e izquierda, es que todo siga como antes. Vamos, lo de ¡Virgencita qué me quede como estoy!
Pero el quedarse como estábamos antes de Trump tampoco vale. No podemos ver como aceptable un Neoliberalismo, creador de unas enormes desigualdades y destructor del planeta. Verlo como una alternativa tolerable facilita que vayamos más tranquilos hacia el desastre. Aunque a poca gente le guste hablar de ello, sigue en pie la advertencia de los científicos de que esta civilización nuestra no es sostenible.
No podemos aspirar simplemente a un “capitalismo bueno”. El capitalismo y la bondad están en las antípodas. Ese “capitalismo bueno”, donde una gran parte de la población disfruta de un cierto bienestar, sólo se da en unos pocos países, que muchas veces se benefician de la explotación de otros donde las grandes mayorías padecen una situación penosa.
En muchos países se da un sistema que podemos considerar democrático, pero donde el capitalismo campa a sus anchas, en otros considerados socialistas, el capitalismo está sometido a los intereses generales, pero la democracia brilla por su ausencia. La gran tarea de la humanidad sería conseguir un auténtico socialismo democrático.
Esto exige un gran cambio cultural, y para ello es imprescindible no dejarse mecer por cantos de sirena. Abrir los ojos y mirar bien la realidad del mundo: cómo estamos y a donde nos dirigimos si no cambiamos el rumbo.