El infantilismo de las religiones (III) -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Comienzo por tres afirmaciones que no podemos olvidar: 1ª), el Cristianismo NO es una Religión. 2ª), la Biblia es un conjunto de libros, es decir, de escritos, de relatos. 3ª) no es lo mismo relato que acontecimiento. O dicho de otra manera, una cosa es el qué, y otra el cómo. Hay que creer el qué, no el cómo; son los acontecimientos, físicos u ontológicos, los que son objeto del obsequio de nuestra fe, no el modo de contarlos, no los relatos. Y éstos nos llegan en una hermosa y sustanciosa variedad de géneros literarios, que es preciso conocer para desviarse de las intenciones del autor. Y a veces el desvío es tan grave que los que caen en él acaban desbarrando.

Algo de eso le pasó el otro día, en la reunión de arciprestazgo que conté en otra entrada, a un compañero. Cuando le dije que la anunciación del ángel a María era un midrás me respondió ofendido: «Entonces, ¿la encarnación es un midrás? Ahí el ofendido fui yo. ¿Cómo voy a considerar el asunto primordial de nuestra fe un midrás, un mero género literario? Eso sucede por no haber estudiado bien la Biblia, y confundir los relatos con la realidad, como si los escritos bíblicos pretendiesen configurar una crónica histórica o periodística exacta. Un cosa es lo que nos quieren decir, y nos dicen, y otra cómo lo describen los relatos religiosos, en los que, para congraciarse con los dioses, y para reconocer toda su fuerza y todo su dominio sobre la naturaleza, les achacan todo tipo de prodigios y sucesos fantásticos.

Eso sucede en el Antiguo (AT), porque la Historia de los hebreos comienza en un contexto de religión, y sigue en el Nuevo Testamento (NT), donde poco a poco, sobre todo en las cartas y en los Hechos se supera esa connotación religioso-fantástica. Con esto quiero decir que la necesidad de seguridad y protección que demanda el sentimiento típica y puramente religioso ha perdurado prácticamente hasta nuestros días, no oficialmente en la Iglesia, que lo tiene superado teóricamente, pero que en la práctica anida en muchos corazones y mentes de los fieles.

Esa necesidad que mis colegas sienten de entender al pie de la letra esos relatos fantásticos y prodigiosos que aparecen en los evangelios se debe, especialmente, al hecho de que viven la Revelación judeocristiana como un fenómeno religioso. Y ese es también el motivo por el que les gusta tanto llamarse «sacerdotes», cuando esta denominación es una vuelta atrás clara hacia actitudes y sentimientos paganos, teóricamente superados hace tiempo. La carta a los Hebreos deja bien clara la doctrina cristiana sobre el sacerdocio: no haya otro sacerdocio que el de Jesucristo, que es único y eterno, y cualquier otro lo es por participación en el mismo. En todos los cristianos, por el Bautismo. Lo del sacerdocio ministerial es un añadido que nos hace emparentar con los sacerdotes paganos. Llama la atención de que en el NT ni un solo cristiano es denominado sacerdote. Esta palabra queda totalmente restringida para los sacerdotes del templo de Jerusalén, y para los de los templos paganos.

Y una pequeña explicación sobre la palabra «midrás», mejor «midrash»: se entiende así un relato corto, con características pedagógicas para recordarlo fácilmente, una especie de cuento, en la forma literaria, de fácil retención y recuerdo, sobre todo para lo niños. Es como un cuento sólo en el género literario, no en el contenido.