Estamos ante otro 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, esto es, Día de la Mujer, porque ¿hay alguna mujer no trabajadora? Increíble, pero lamentablemente cierto: en el siglo XXI seguimos necesitando que nos señalen un día para la mujer. No somos igual que el hombre. Aunque humanamente iguales y demográficamente mayoría, todavía estamos en los grupos de minorías; se nos considera un colectivo marginado.
Para quien no siente la marginalidad en sus propias carnes no hace falta que le declaren un día de fiesta; no existe un Día del Físico Nuclear, por ejemplo. Está bien que en este día se nos regalen rosas, pero el camino que nos queda a las mujeres del siglo XXI no es otro que el de continuar exigiendo nuestra igualdad. Por más lamentable que sea, necesitamos que se sigan impulsando iniciativas por la equidad y legislando y promulgando leyes de igualdad. Esto es, obligando a que se nos considere iguales. El Consejo de Ministros del viernes pasado fue monográfico sobre la Ley de Igualdad de la Mujer.
Ha habido que establecer cuotas para poder acceder a cargos en estamentos públicos y a puestos de responsabilidad en las empresas de más de 250 trabajadores. Se crean organismos que se dedican a proteger y observatorios que como su propio nombre indican tienen como objetivo observar si se cumplen las leyes que hacen los legisladores.
Bravo por todo ello, pero ¿cuándo llegará el momento en que no necesitemos cuidados especiales, como de un ?estado de promoción??, y sí podamos ser ciudadanas de primera categoría sin necesidad de que la sociedad nos proteja… de ella misma?
En la sociedad civil se va avanzando, lentamente, es cierto, pero se va avanzando. A pesar de la cruel realidad: 62 mujeres muertas en 2005 y 10 en lo que va de año lo que va de año por violencia doméstica, un delito que todavía no llamamos por su nombre: terrorismo. También a pesar del último dato que hemos conocido y que nos produce escalofrío: las diferencias de salarios entre hombres y mujeres. A igual trabajo, el trabajador hombre puede llegar a ganar hasta un 40% más que la trabajadora mujer.
¿Y en el campo cristiano, nuestro ?pequeño-mundo-tan-feliz??, qué pasa? ¿Será posible que no seamos conscientes de nuestra desigualdad como mujeres? ¿No será acaso que topamos con un tema que no se toca porque no conviene a los despachos eclesiásticos? Es verdad que para Dios somos todos iguales; nadie lo discute. Nadie cuestiona… la teoría, porque en la práctica, nuestros hermanos, los que conviven con nosotros, ¿lo asumen?, ¿actúan en consecuencia con la aseveración de que ?No hay varón ni mujer???
Hasta las piedras del camino saben que no. Todos sabemos que no, y aunque hay honrosas diferencias entre unas denominaciones y otras, las mujeres seguimos sufriendo una fuerte desigualdad a la hora de asumir responsabilidades en todos los niveles, desde la iglesia local a las cúpulas denominacionales.
¿Será que el Espíritu Santo se habrá olvidado de nosotras a la hora de repartirnos sus dones? Seguro que no; somos nosotros, los hombres… y lo que es más lamentable, las propias mujeres las que no creemos en nuestra igualdad. Pero duela a quien duela somos iguales.
Ojalá que llegue el día en que no necesitemos Institutos de la Mujer, Observatorios, Leyes de Igualdad, cuotas para participar en el poder… En ese momento habremos llegado a alcanzar nuestro estatus de ciudadanas de pleno derecho. Ese día, el Reino de Dios estará más cerca de nosotros los mortales. Hombres y mujeres por igual.
Majadahonda (Madrid), 7 de marzo de 2006