El cristianismo de los hombres infames -- Jaime Richart

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El predicamento que tiene el catolicismo institucional, y en especial el español de los obispos sediciosos aunque no se les abra causa penal por el delito de sedición, tiene los años contados… si es que no ha dejado de tenerlo ya. El acto de ayer igual al convocado por los mismos el pasado año, reunió sólo a la mitad de fieles… si es que todos los presentes lo eran.

Estos obispos agitadores están contra el derecho de las minorías conseguido tras penosos avances en la conciencia de la clase política, y después de los 1600 años horribilis para esas minorías de los que se pavonea de perdurar la Iglesia católica.

El ataque contumaz de estos obispos españoles a esos derechos, es una infamia que tan odiosa Institución añade a las innumerables cometidas a lo largo de su oprobiosa historia. Y además no cejan. Lástima que no haya tribunales inquisitoriales que les juzguen por la contumacia, como ellos han juzgado a tantos desgraciados a los que condujeron al tormento y a la hoguera. Porque si se les encausase ahora por la sedición en que incurren una vez y otra, estos obispos deberían estar ya en las mazmorras con los capirotes de la vergüenza; como los presos de Guantánamo…

Veamos:
¿Acaso traer hijos al mundo, pudiendo evitarlo, es un adelanto? O ¿no es un colosal atraso de la inteligencia humana? Que la vida es un bien absoluto es tan discutible como todo, pero cada vez más improbable. En todo caso podríamos sostenerlo y predicarlo quienes dejamos en paz a los otros, a nuestra sociedad, a la humanidad en suma, con sus costumbres y sus presuntas debilidades a cuestas. El instinto es mil veces más fuerte que la razón, y la razón sólo puede reducirlo y reconducirlo cuando, curiosamente, no cuenta con amparo para las consecuencias del instinto o sí cuenta con él cuando es sincero y no falso, como el que ellos prometen.

Pero ¿qué clase de individuos son estos chamanes, curas, obispos y papas que inculcan a los demás el pecado, la culpa y el remordimiento para que contraigan neurosis y depresión? ¿qué género de consuelo dicen que dispensan reclamando urbi et orbe a hombres y mujeres la procreación que ellos no practican salvo a escondidas?

España ha dejado de ser católica, incluso antes de liquidarse parcialmente el franquismo. El catolicismo, hace mucho, se arrastra por senderos peligrosos abiertos por el Vaticano y por su mala cabeza. Y por el tramo en que lo sitúan ahora los obispos españoles es fácil que pronto el odio subrepticio de la ciudadanía en general se convierta en algo peor: el absoluto desprecio. De los obispos no es el deber de agitar conciencias en los templos, sino aquietarlas. De los obispos es en todo caso el deber de contribuir a la paz fuera de los templos ateniéndose al imperativo evangélico de dar al César lo que es del César. Imperativo que esta chusma purpurada contraviene una vez y otra sin darse ni dar a la sociedad civil respiro.

Y por su fuera poca su impostura, no tienen ni una sola brizna de razón suficiente. ¿Procrear, para qué? ¿procrear, para quién? Ni la vida es en sí misma un don, ni es deseable sobre todo en tiempos en que la demografía lleva camino de aplastar a la humanidad; ni los desvelos y la carga que es en sí la maternidad como la paternidad, pueden estimular a quienes pueden evitar alumbrar seres destinados al sufrimiento generado por estos predicadores y por sus cómplices para imponer entre ambos en la sociedad su voluntad.

La vida no es un don ni es bien. Pero si lo fuera, lo sería las vidas ya indubitadas, no los proyectos. Y es proyecto toda férula que tiene menos de 14 semanas. Es la vida de los que ya viven y viven desposeídos o perseguidos o torturados por la justicia humana pervertida de la que estos predicadores forman parte, lo que a estos incumbiría aliviar. Ayuden a los ya vivos y a los menesterosos. Respeten a los que repelemos su injerencia en la sociedad, y dejen en paz a los que todavía no han nacido enteramente desprendidos del claustro materno y a los que no desean, desde su libre arbitrio, colaborar al nacimiento de más desgraciados sobre la Tierra.

¿Qué diferencias pueden alegar estos escandalosos personajes con los émulos de otras culturas, con los talibanes afganos o los clérigos musulmanes que conminan, a los que aquellos consideran infieles? ¿Qué se ha propuesto el arzobispo que manda en la Conferencia Episcopal, con su emponzoñada y falsa espiritualidad? ¿Acaso sigue creyendo que la sociedad española es el rebaño que fue o el rebaño que no apacentaron él y los que son como él más que para hacer instrumento a la grey de su dominio? Puede vaticinarse que con los aspavientos y la afectación de la clerigalla al frente de la que se encuentra Rouco, la catolicidad en España retrocederá mucho más deprisa de lo que ha ido retrocediendo hasta ahora. Rouco Varela y su cohorte sumisa están cavando la tumba de la catolicidad en España.

El catolicismo y el vaticanismo han perdurado 1600 años no por la fuerza de su espiritualidad sino gracias a la fuerza de los absolutismos primero y de los fascismos después. Con ambos se sostenido y ha vivido en estrecha simbiosis. Es decir, la fuerza bruta y la manu militari son los que le han dado vida. En cuanto el poder civil le abandone, el vaticanismo y el catolicismo se derrumbarán con estrépito. Y ya está sucediendo. El único catolicismo institucional que todos los países estarán dispuestos a aceptar de mejor o peor grado será el catolicismo confinado en que se desenvuelven las demás iglesias cristianas. Acéptenlo así, resígnense Rouco, Benedicto y compañía, antes de ser borrado con ignominia el catolicismo de los ricos, del mapa espiritual de Europa.

Dijo ayer el caciquil prelado en su aparatosa y pública convocatoria de Madrid: ?Sin la familia cristiana, Europa se quedará sin hijos??. La majadería está servida. ¿Acaso Europa no tiene ni tendrá hijos si no son cristianos? Precisamente Europa sólo alcanzará la plena madurez como casa de todos los europeos con hijos y sin hijos, cuando el continente y sus poblaciones se libren de los católicos polacos, italianos y especialmente españoles que no se ciñen exclusivamente a su culto y creencia, como a ellos se atiene religiosamente el verdadero cristianismo, el catolicismo de la liberación y el catolicismo de las catacumbas o de base.