El combate contra los ídolos continúa -- Javier Vitoria

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Cristianismo y justicia

Casi por inercia profesional había comenzado a leer un libro (El Dios falsificado, Ed. Sígueme) de Thomas Ruster, un teólogo católico, laico, padre de dos hijos y profesor de Teología sistemática en la Universidad católica de Dortmund. Nada más abrirlo: ¡sorpresón!

En el prólogo el autor comienza por declarar sus intenciones:

«Desearía que este libro perteneciese al género literario de la apologética. Pero hace mucho que la apologética desapareció como disciplina teológica, y también quedan lejos los tiempos en que ?como en el siglo II, la época clásica de la apología- se acusaba a los cristianos de ateísmo, conducta subversiva y peligrosa para el Estado e inmoralidad. Hoy no existe motivo alguno para tales inculpaciones, así que no es necesario defenderse de ellas. Lo cual es quizás de lamentar, pues si hay algo que se pueda reprochar al cristianismo actual es precisamente su irrelevancia.

Desde la posición de una irrelevancia conformista resulta difícil suscitar el orden combativo y polémico que en los días de Justino, Taciano o Tertuliano culminó con el desenmascaramiento de las religiones paganas como productos de las pasiones contrarias a la razón y del engaño diabólico. Pero ¿se quiere ahora eso? El cristianismo ha encontrado un lugar confortable en el ámbito de las religiones, a la Iglesia se le ha encomendado que imparta la enseñanza de la ?religión?? y la fe cristiana disfruta de la tolerancia religiosa que distingue a nuestro tiempo. El pensamiento integrador, no apologético ni polémico, está a la orden del día teológico. Así es difícil evitar el reproche de irrelevancia. Quizá por eso haya que aprender aún algo de la apologética antigua.»

Ni que decir tiene que, según iba leyendo la introducción, pensaba que más pronto que tarde el teólogo alemán iba a desplegar una batería de cuestiones como el relativismo moral, el secularismo, el ateísmo, etc. frente a la que se iba a mostrar beligerante y combativo a lo largo de todo su libro. Hubiera sido lo cultural y eclesiásticamente correcto. Pero no. Para mi grata sorpresa, a renglón seguido escribe:

«Han regresado los dioses y los demonios antiguos; tal es la tesis de presente trabajo. Han implantado hoy de nuevo su soberanía bajo la figura de unas presiones económicas insoslayables. En este sentido, el cristianismo no debería sumarse tan fácilmente a las religiones. Un deslinde entre cristianismo y religión tiene que ser posible también teológicamente, puesto que eso sucedió ya hace siglos. Los cristianos, que creen en Dios como Señor del mundo, necesitan defender su fe si no quieren ofrecer al emperador, sin resistencia y bajo nuevos ropajes, el sacrificio prescrito. Por eso vuelve e tiempo para la apologética ?contra los paganos??, a los que pertenecemos también nosotros, cristianos, sometidos desde hace mucho ya al poder del dinero.»

Thomas Ruster hablará sin rodeos del capitalismo como religión y del dinero como ?la realidad absoluta??, como ?el falso dios??, como el ídolo que actualmente lo determina todo. Su incompatibilidad con el Dios cristiano convierte la apologética en un combate contra él a través de una nítida distinción entre el Dios consabido de las religiones y el Dios extraño de la fe judeo-cristiana.

No haré ahora valoraciones sobre su ofrecimiento de «un nueva teología desde la ruptura entre cristianismo y religión». No es este el lugar. Me interesa reaccionar a su provocadora propuesta que, en la última página del libro, remata de esta manera:

«?La fe es confianza en lo que esperamos, convicción de cosas que no se ven??, explica la Carta a los hebreos (11,1). Hay que leer entero Heb 11 con su versículo inicial, tan citado, para comprender que lo invisible, tema del discurso, no es lo trascendente y el más allá, ni tampoco lo interior, sino la palabra y promesa de Dios, que invita al hombre a enfrentarse a lo dado fácticamente, a lo siempre obvio y que lo determina todo. No fueron metafísicos especulativos o esotéricos los que obtuvieron ?la aprobación de Dios por su fe??, sino los ?antepasados??, los hombres de la Biblia desde Abel, acerca de los cuales la Carta a los hebreos cuenta y no acaba.

Son aquellos ?que por fe sometieron reinos, administraron justicia alcanzaron las promesas, cerraron la boca a los leones, apagaron la violencia del fuego, escaparon al filo de la espada, superaron la enfermedad, fueron valientes en la guerra, pusieron en fuga a los ejércitos enemigos, y hasta hubo mujeres que recobraron resucitados a sus difuntos. Unos perecieron bajo las torturas, rechazando la liberación con la esperanza de una resurrección mejor; otros soportaron burlas y azotes, cadenas y prisiones; fueron apedreados, torturados, aserrados, pasados a cuchillo; llevaron una vida errante, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras; desprovistos de todo, perseguidos, maltratados. Aquellos hombres, de los que el mundo no era digno, andaban errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y oquedades del suelo?? (Heb 11, 33-38). Son las personas que están convencidas de cosas que no se ven: los seguidores del Dios extraño.»

Sigue habiendo personas que están convencidas de cosas que no se ven. Hombres y mujeres contemporáneos que, como nuevos davides, se plantan con una débil herramienta ante el todopoderoso goliat del Capital. Todos ellos, los sepan o no, son servidores del Dios extraño enfrentados a los servidores del dios consabido del siglo XXI. Estos días los hemos visto en los informativos de televisión. En diversas ciudades españolas grupos de ciudadanos impedían el desahucio de personas victimadas por la crisis económica y cuyo piso había sido embargado por orden de un juez a petición de una entidad financiera. Compatriotas nuestros que están convencidos de cosas que no se ven.

Verbigracia: de la hipoteca social que gravita sobre la propiedad privada y de la posibilidad de otro mercado financiero que termine con la desmesura del actual. Los sacerdotes y escribas del dios capital vociferan sin parar ante semejante espectáculo. Los amigos del Dios extraño, a pesar de sus culpables sometimientos parciales al ídolo, lo celebran como una excelente noticia: ¡todavía hay fe en ?Israel??!

Se puede tildar de ingenuos a este tipo de grupos y movimientos, pero existen y algunos de ellos no se contentan con indignarse y protestar. Hacen propuestas y construyen herramientas de transformación. Pequeñas, pero con ellas le plantan cara al ?todopoderoso??. Vulnerables, pero evocadoras permanentes de ?que el hombre solo cabe en la utopía?? (E. Sabato). Endebles como la honda de David, pero insertan en la realidad histórica la ?potencia de lo débil?? como incansable aguijón escatológico que moviliza ante ?el escándalo de la diferencia cualitativa?? (H. Marcuse) existente entre las víctimas del ídolo/dinero y sus victimarios. Merecen mucho la atención y el compromiso de las iglesias, las organizaciones cristianas y los cristianos. Es una manera de escuchar la advertencia de Jesús de Nazaret acerca de la imposibilidad de servir a Dios y al dinero (Mt 6, 24)

En el contexto de la crisis económica actual me atrevo a recomendar FIARE (www.proyectofiare.com), una herramienta alternativa de intermediación financiera, al tejido social de las Iglesia católica española. Obviamente me invitación no busca bendiciones y parabienes eclesiales para FIARE, sino compromisos económicos. Nuestros bellos discursos sobre la civilización del amor (Juan Pablo II), de la pobreza (I. Ellacuría) o de la sobriedad compartida (J. I. González Faus) o nuestras buenas intenciones en uso cristiano del dinero necesitan concretarse en realizaciones históricas. En caso contrario se perderán en el limbo de las buenas ideas.

Para que nuestras buenas intenciones se conviertan en compromisos efectivos, muy posiblemente los cristianos necesitamos compartir un diagnóstico teológico como el de T. Ruster. Y no siempre es así. Recientemente los obispos vasconavarros han escrito una pastoral sobre la crisis económica (Una economía al servicio de las personas), en la que invitan a la conversión y a la solidaridad. Sus propuestas de acción me han resultado decepcionantes. Y no encuentro otra explicación que su diagnóstico de la crisis. En él no hay ninguna alusión a la idolatría del dinero, ni a la religión del Capital y se pasa de puntillas por el pecado estructural (n. 13).

Consecuentemente se hacen recomendaciones que no son recogidas en las diversas llamadas, pistas y sugerencias concretas para impulsar el compromiso personal, comunitario y social, ante la crisis. Y así los obispos reconocen que «se hacen necesarias nuevas formas de gestionar responsablemente las inversiones, tales como ?fondos éticos?? o ?banca ética??, que, a pesar de su escasa importancia relativa y de necesitar una mejor definición y evaluación, señalan un nuevo camino a seguir» (n. 27). Pero no anuncian ninguna propuesta institucional que proféticamente invite a los católicos a correr el riesgo de andar con otros el nuevo camino en la gestión de sus ahorros e inversiones, que señalan como necesario.

Una propuesta de este tipo hubiera fortalecido a FIARE. Pero sobre todo hubiera redundado en bien de la propia comunidad católica sometida, como denuncia T. Ruster, desde hace mucho tiempo ya al poder del dinero y necesitada de convertirse al Dios extraño de Jesús de Nazaret.