El día anterior he presentado a la Iglesia como una comunidad de objetores de conciencia Ahora quiero poner de relieve la importancia del buen aprendizaje (eu-paideia), en la línea de Is 2, 4-5: “no se educarán para la guerra”. En el momento actual (2009), la pedagogía para la paz se encuentra en una situación esquizofrénica: afirmamos que se debe educar en la paz a los que nacen, pero el conjunto de la sociedad les prepara más bien para la guerra, es decir, para un tipo de violencia. Teniendo eso en cuenta, quiero volver a la escuela de Jesús, para retomar y aplicar en la actualidad algunos principios de educación para la no-violencia, recuperando la mejor tradición israelita.
1. ¿Dos trenes de paz?
Ciertamente, hablamos de paz, como sabe Benedicto XVI y como ponen de relieve muchos discursos de la ONU. Pero una mayoría de gente sigue hundiéndose y muriendo a babor y estribor de la nave del progreso en que muchos nos hemos montado para navegar por este mar tempestuoso. Pues bien, en ese contexto es evidente que Jesús habría dejado la Gran Nave y se habría ocupado de abrir una ruta alternativa (¡la única buena!) con aquellos que corrían el riesgo de hundirse. Ciertamente, Benedicto XVI (Caritas in Veritate, 2009) se ha preocupado, y mucho, de los pobres que mueren a los lados del barco. Pocos han hablado como él de los derechos de los pobres y de la necesidad de superar el problema del hambre y del subdesarrollo. Pero tengo la impresión de que su respuesta y solución va en la línea del del sistema, de manera que debe realizarse desde arriba. Ciertamente, Benedicto XVI no olvida las barquitas de aquellos que corren el riesgo de ahogarse en la tormenta (¡las barcas donde viajaba Jesús: cf. Mc 4, 35-41; 6, 45-52), pero él parece montado en la Gran Sala del trasatlántico de lujo, para dar buenas lecciones a sus dirigentes; por eso dialoga con dignatarios de esta ONU y de esta Fondo Monetario Internacional, afirmando que una buena reforma de la Naciones Unidas y del Mercado (es decir, del sistema) podía resolver los grandes retos de la humanidad actual, con la ayuda de la ciencia.
Esta actitud plantea dos dificultades o problemas: (1) Que el Sistema en cuanto tal quiera (o pueda) cambiar. (2) Los problemas principales de la vida (riesgo de odio, responsabilidad personal, amor, enfermedades mentales…), que son los que más importaban a Jesús, se sitúan en otro nivel. En ese contexto, retomando la imagen del gran transatlántico de lujo (el sistema) y de los barquitos de aquellos que se ahogan a su vera preguntamos: ¿Qué puede hacerse? ¿Cambiar el sistema o, mejor, abandonarlo, empezando la nueva travesía desde los barquitos amenazados del gran mar de las tormentas?
Tren de Primera: mejorar el sistema. Éste sería el tres del sistema (el gran trasatlántico) de la ONU, con los representantes de los grandes estados y del mercado. Ciertamente, podemos desear la buena marcha de ese tren (o transatlántico de lujo) donde van los dignatarios de la tierra discutiendo sobre aquello que sería mejor para el sistema y redactando hermosos discursos sobre La Paz Posible. Les deseamos, sin duda, buena marcha y queremos influir en ellos (convertirles). Pero tenemos la sospecha de que el trabajo en ese tren no se dirige de verdad en una línea de la paz, sino que tiende al fortalecimiento del sistema como tal. Así lo indica el Apocalipsis de Juan cuando habla de las Dos Bestias (poder militar e ideológico) y de la Prostituta (imposición económica). Ciertamente, las cosas pueden haber cambiado desde el tiempo del Apocalipsis, pero muchos pensamos que el Sistema como tal no puede convertirse, sino que debe morir, pues el lugar y escuela verdadera de la paz está en el otro tren.
Tren de Segunda, con las barcas sobre el mar airado. Éste es el tren de la “gente” que quiere iniciar una alternativa de paz desde fuera de las redes del sistema, volviendo así a las bases de la humanidad. Sin duda, entre esa “gente de paz” hay personas de muy diverso tipo, incluso algunos que se suman por pura conveniencia, siendo de hecho enemigos de la paz. Pero hay también muchísimos buscadores sinceros, en la línea de aquellos que escuchaban y seguían a Jesús, con los insumisos del Apocalipsis y con todos los que aportan su perdón y creatividad transformadora. Evidentemente, no son enemigos de aquellos que han “logrado” montarse sobre el primer tren, pues, en el fondo, quieren también el surgimiento de instituciones de concordia (en la línea de Benedicto XVI), pero no éstas que existen actualmente, sino otras, que deberán surgir desde los pobres. Pero, mientras llegue ese gran cambio, ellos quieren empezar haciendo nuevas cosas desde abajo, pues piensan que sólo así, partiendo la base, podrá surgir un tipo de comunión humana auténtica.
2. Con Jesús y los niños, en el tren del pueblo.
Muchas cosas han cambiado desde que Jesús inició su movimiento mesiánico de paz, retomando el camino de los profetas de Israel, de manera que su representante Benedicto XVI puede dirigirse, y se dirige bien, a los representantes de la ONU/Mercado, con gran autoridad, pues también ellos, los poderes del Sistema podrían “convertirse” personalmente, como pudieron haberse convertido en tiempo de Jesús los representantes del Imperio y del Templo (aunque de hecho no lo hicieron). Pero el lugar de Jesús ha sido “el tren del pueblo” con las barquitas del lago, llenas de marginados del sistema y de insumisos. Precisamente allí plantó su “escuela alternativa”, abierta de un modo especial a los niños.
No tenía hijos propios, pero el amor y cuidado por los niños de todos (sobre todo por los marginados) constituye un elementos esencial de su evangelio. En el judaísmo de aquel tiempo, los niños (descendencia) eran un signo de Dios, acogidos con gozo y educados con respeto en las buenas familias, donde alcanzaban gran autoridad al convertirse en mayores, capaces de cumplir los santos ritos de Israel y de ser buenos padres de familia (como supone el Código esenio de Damasco: CD 10, 6), para así transmitir la esperanza del pueblo. Pues bien, Jesús quiso abrir su experiencia de Reino (de Paz) a los niños como tales, a quienes toma como representantes de su mensaje y de su mismo Reino, testigos y herederos de la paz de Dios, tuvieran o no “buena familia” en este mundo:
Llegó a Cafarnaúm y cuando estuvo en casa, Jesús preguntó (a su discípulos): ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? Pero ellos callaron, porque lo habían disputado unos con otros sobre quién era el más importante. Entonces se sentó, llamó a los doce y les dijo: Quien quiera ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos. Luego tomó a un niño, le puso en medio de ellos y, abrazándole, les dijo: pues quien reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y quien me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado (Mc 9, 35-37).
Los discípulos habían empezado a repartirse poderes, en ejercicio normal de autoridad y previsión política, según normas de este mundo, queriendo ocupar los primeros asientos en el Tren 1ª (que es hoy el de la ONU/Mercado), que, evidentemente, debía reformarse y necesitaba buenos dirigentes. Por eso quieren formar una escuela de líderes, para crear e imponer la paz desde arriba, desde la cúpula del Sistema, que ellos van a regir sin duda, cuando llegue el Reino. Pues bien, Jesús les contestó diciendo que su tarea no es formar dirigentes de sistema, sino acoger en la paz a los niños, en solidaridad (toma en brazos a uno), en cercanía afectiva (le abraza) y en servicio (pide a los suyos que acojan a los niños).
Ellos habían entendido el proyecto de Jesús en clave de dominio (querían transformar la realidad desde el sistema) y por eso habían comenzado a buscar los primeros puestos, a fin de cambiar las instituciones desde arriba. Jesús, en cambio, presentó su mensaje como proyecto y camino de pacificación, desde los niños (los menos poderosos), sentándose con ellos, en el Tren 2º. Los discípulos no eran ignorantes ni perversos, sino simplemente humanos, realistas, y sabían que todo proyecto, en línea de Sistema necesita liderazgo y por eso aspiraban a ejercerlo (para mandar bien), iniciando así una guerra por los primeros puestos que, de alguna forma, se mantiene hasta la actualidad.
Allí donde lo que importa es poder conseguido por la fuerza (a través de los Estados/ONU y del Gran Mercado), los inútiles e impuros quedan marginados, pues lo que importa es el todo del sistema. Pues bien, Jesús ha invertido el modelo de la “toma de poder”; por eso, llama a un niño y, en señal de autoridad, lo pone en pie, en medio del grupo, y le abraza con amor. El verdadero camino de la paz no se abre ni recorre aprendiendo a mandar (disputando los primeros puestos del poder ¡evidentemente para ejercerlo bien!), sino acogiendo a los niños, para ofrecerles un espacio de crecimiento en humanidad. La mayor autoridad consiste en recibir (abrazar, dar casa) a los niños; la verdadera paz se logra, por tanto, desde abajo, recibiendo en amor y educando así a los niños.
Y le llevaban niños para que los tocara, pero los discípulos se lo impedían. Jesús, al verlo, se indignó y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí; no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro: quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y, abrazándolos, los bendecía, imponiéndoles las manos (Mc 10, 13-16).
Se trata de niños pequeños, que no pueden llegar a Jesús por sí mismos y así se los traen, para que él les toque, es decir, se ocupe de ellos, en línea de Reino, de forma que suban con él y sus discípulos en el Tren/Escuela de la paz. Lógicamente, los discípulos se sienten molestos, pues entienden el Reino de Dios como experiencia de poder, como fuente de paz que se instaura desde arriba (en eso que hemos llamado el Primer Tren). Así piensan que para lograr (e imponer) la paz hay que tomar el poder y así quieren avanzar ¡por la Vía de la ONU/Mercado. Jesús, en cambio, cree que la verdadera paz surge y se extiende desde abajo, creando hombres nuevos, y así abraza a los niños y les bendice, ofreciéndoles la autoridad de Dios, imponiéndoles las manos, por la Vía del Pueblo de Dios.
3. Educar para la paz, desde la calle.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, la Iglesia no debe educar para la paz desde arriba, formando buenos dirigentes de sistema (que son necesarios en un plano), sino que ha de ofrecer el testimonio de su paz, de un modo gratuito, desde abajo (desde los niños) invitando a todos a que vengan al tren/escuela de la paz, con su proyecto y camino de alianza universal. Según eso, ella ha de ser ante todo una maestra de paz, no por lo que dice (que es bueno que lo diga), sino por lo que hace, como supone Mt 5, 14, que la presenta como ciudad elevada sobre un monte (cf. Is 2, 2-4; 60, 1-9).
En otro tiempo, muchos israelitas habían pedido a Dios que les ayudará a ganar la Guerra Santa y así luchaban, confiando en la victoria. Pero los grandes profetas habían descubierto que sólo Dios (gratuidad amorosa) puede salvar a los hombres, de manera que las guerras acaban siendo inútiles, contraproducentes y dañinas (pues siguen dejando a los hombres en manos de su violencia). Por eso, en vez de crear buenas escuelas de guerra (academias militares, campos de entrenamiento de marines, legionarios o soldados de élite), Isaías 2, 4-5 afirma que Dios creará en Jerusalén una escuela universal de paz, para instruirnos según sus caminos, de manera que los hombres y mujeres no se adiestrarán para la guerra, sino que cambiarán las academias militares en escuela de abundancia y paz: de las espadas forjarán arados…).
En su línea negativa (no se adiestrarán para la guerra) y positiva (de las espadas forjarán arados), esa nueva enseñanza no podrá ser resultado de un pacto del sistema (pues los pactos de sistema necesitan armas y han de ser sancionados por la fuerza), sino que ha entenderse como alianza de humanidad . La ley del Sinaí (cf. Ex 19-24), centrada en el decálogo y dirigida a los israelitas, seguía manteniendo su paz con medios de violencia y así justificaba la guerra y la pena de muerte. En contra de eso, el camino y mensaje de paz de Jesús no tiene que fundarse ya en ningún poder más alto, sino en la línea Is 2, 4-5, como escuela/tren de paz, abierto para todos, empezando por los niños.
Por eso, la Iglesia está comprometida a ofrecer y enseñar ese camino de paz de Jesús, desde los pobres y excluidos (los niños), no con pactos de Estado (con la ONU/Mercado), sino con el testimonio de su propia vida. Ella no ha de presentarse como educadora de paz para príncipes y reyes, en una línea platónica (asumiendo la función de los sabios del sistema), como hicieron algunos mentores religiosos del absolutismo (¡el gran Fenelon, en la corte de Luis XIV!), sino más bien como educadora desde abajo, como Jesús, que invitó a su tren/escuela de paz a los niños, marginados y excluidos de su tiempo, en Galilea.
Fenelon escribió, sin duda, cosas bellas, de gran fondo cristiano, para educación de príncipes , lo mismo que Benedicto XVI (Caritas in Veritate). Pero eso no basta, ni es lo más importante, porque la Iglesia debe educar como Jesús, desde la calle, creando comunidades de paz (como quiso hacer también Fenelon, ya “desterrado”). Por eso debe introducir su palabra (introducirse) en el proceso educativo y en la vida social, en la familia y en el mundo y en los medios de comunicación, de manera que la alternativa de Jesús vaya encarnada en sus instituciones eclesiales. No se trata de enseñar contenidos para otros, ni de una crear una asignatura escolar para niños, titulada quizá, Educación para la Paz, cosa que sería buena, sino de lograr que los cristianos unidos constituyan un tren/escuela de paz, abierto a todos.
No habrá paz sin un cambio familiar, social y económico, superando las instituciones de violencia del Estado y de otros grupos sociales, una paz que no se logra venciendo una guerra, sino abriendo una alianza (diálogo) entre todos los grupos sociales que creen en Dios o en Realidad suprema, como Paz.
No se puede hacer la paz sin un cambio cultural y político, sin un fuerte desarrollo afectivo y personal, sin un intenso compromiso a favor de los niños… Por eso, la educación para la paz no puede ser una asignatura más (aunque puede darse tal asignatura), sino un proyecto y programa integral de vida, de niños y mayores, a favor del ser humano, un proyecto que puede y debe expresarse desde ahora como huelga activa, universal no-violenta, pero muy intensa, en contra de las instituciones y sistemas dominantes.
Aquí no podemos ser “realistas” en el sentido normal de la palabra, buscando un pacto con los poderes fácticos (capital, ejército, medios de comunicación…), como se ha venido haciendo, con resultados siempre negativos (en eso que hemos llamado el Tren de Primera), sino que hay que pasar de la política de pactos de interés a la alianza total. No se trata de aceptar lo que hay y decir que, por encima, existe Dios y que él nos dará su paz, cuando lo quiera, sino que debemos introducir el plan de Dios en lo que hay (en este mundo de pactos de violencia), para que surja la alianza de amor, sin pactos militares.
La propuesta es muy sencilla, pues deriva del Sermón de la Montaña (Mt 5-7; Lc 6, 21-48), con las bienaventuranzas, donde se incluye la exigencia del perdón y el amor a los enemigos, pero exige una ruptura intensa respecto del orden existente. En ese contexto he venido hablando de una gran huelga económica, contra las instituciones capitalistas. También he hablado de una huelga militar, contra las instituciones de violencia armada, defendiendo la insumisión total de la Iglesia, que en este tiempo (año 2009) es ya posible. Ahora quiero hablar de una huelga total, en línea de gozo (eso significa huelga, de holgar, gozar), en línea de humanidad, es decir, de Reino.
Éste es el lema del tren de la paz, vinculado a una insumisión provocadora, como la de Jesús, cuando subió a la Jerusalén armada de sacerdotes y soldados montado en un asno de paz hasta el mismo templo, defendido por la guardia militar del templo (cf. Mc 11, 1-11). Sólo si la Iglesia opta así, como Jesús, por una “insumisión provocadora y amorosa”, al servicio de los pobres, en gesto de paz, podrá decirse que ella cree de verdad en su evangelio.