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Actualmente hay varios modelos éticos que tratan de abordar las cuestiones planteadas por la complejidad de la vida contemporánea en proceso de unificación planetaria, no obstante el desmantelamiento del proceso de globalización económica perpetrado por Donald Trump, interesado en un mundo unipolar dirigido por USA.
Algunos modelos vienen del pasado, de la tradición aristotélico-tomista, asumida como referencia teórica por una institución tan importante como la Iglesia Católica, fundada principalmente en torno al tema de la justicia, de la subsidiariedad y de la equidad. Otros han sido elaborados dentro de la modernidad como la ética kantiana del deber. O a partir de la tradición revolucionaria de cuño marxista-socialista, enfatizando la igualdad y la solidaridad.
Algunos son elaboraciones recientes, como el ecosocialismo democrático, propias de las sociedades complejas, considerando las prácticas sociales, científico-técnicas y ecológicas, que realzan el tema de la responsabilidad personal y colectiva, el respeto al principio de precaución, el reconocimiento de los derechos de la naturaleza y de la Tierra.
Todos estos sistemas están de alguna forma presentes en nuestro espacio cultural, intervienen en la creación de una pre-comprensión ética y constituyen un fondo de reserva histórica para ulteriores discusiones y elaboraciones éticas.
Teniendo en cuenta toda esta diligencia histórica sobre el tema de la ética, existe todavía una corriente que marca el discurso ético de punta a punta y de la cual hemos tomado conciencia por el movimiento feminista mundial. Las feministas nos dicen que existen dos puertas de entrada al discurso ético: la puerta del hombre bajo la figura del padre y la puerta de la mujer bajo la figura de la madre.
Es evidente que vivimos todavía, desde el neolítico, bajo la era del padre y del patriarca. La ética prevaleciente ha sido formulada en el lenguaje del hombre que ocupa el espacio público y detenta el poder. Él se expresa por principios, imperativos, normas, reglas y principalmente por el Estado de derecho con sus instituciones y culmina con el tema de la justicia. Usa como instrumento de construcción el logos, la razón en sus distintas formas.
La puerta de la mujer fue prácticamente silenciada o ni siquiera ha sido abierta totalmente. Ella se expresa por el afecto, la receptividad, la relación, la estética y la espiritualidad y culmina con el tema del cuidado. Su instrumento de construcción es el pathos o Eros, es decir, la razón sensible y cordial.
Efectivamente hay una experiencia de vida propia de la mujer y otra propia del hombre. Si bien hombre y mujer son recíprocos, no son reducibles entre sí, pues muestran singularidades que aparecen en todos los campos también en los discursos éticos.
Hoy ya es tiempo de que tengamos una experiencia ética más integradora que supere la particularización de la ética del hombre y que valorice las contribuciones que vienen de la ética de la mujer. Hombre y mujer juntos (ánimus/ánima) permiten tener una experiencia más rica y total de lo humano.
Por tanto, junto a la voz de la justicia hay que escuchar la voz del cuidado. Algunas filósofas norteamericanas han trabajado con profundidad esta cuestión: Carol Gilligan (1982), Nel Noddings (2000), Annette C. Baier (1995) y M. Mayeroff (1971). Entre nosotros en Brasil se destaca toda la obra de Vera Regina Waldow (1993,1998,2006). Nosotros mismos en Saber cuidar (1994) abordamos las dimensiones de lo masculino (trabajo) y de lo femenino (cuidado) como fundadoras de modos de existir y de vivir éticamente.
Para empezar conviene aclarar que los temas de la justicia y el cuidado no se concretan exclusivamente en el hombre o en la mujer. Hombre y mujer son solamente puertas de entrada. Ambos componen el ser humano, masculino y femenino. Por ello, lo masculino no puede ser identificado con el hombre y reducirse solo a él. De la misma forma lo femenino con la mujer. Ambos son portadores de la dimensión del ánimus y de la dimensión del ánima, en otras palabras, de lo femenino y de lo masculino simultáneamente, pero cada cual de forma diferente y singular (Boff-Muraro 2002).
Por eso, el cuidado (femenino) afecta al hombre así como la justicia (masculino) lo hace a la mujer. Ambos realizan la justicia y el cuidado, a su modo, aunque la justicia gana más visibilidad en el hombre, de ahí que sea su principal elaborador, y el cuidado adquiere más densidad en la mujer, siendo ella por tanto su principal portadora (Gilligan,1982,2).
Debido a esta inclusión, las teólogas feministas insisten en decir que el tema del cuidado y respectivamente de la justicia no son temas de género sino de la totalidad de lo humano (Noddings 1984).
Hoy, dado el clamor ecológico general, justicia y cuidado, masculino y femenino deben, como nunca antes en la historia, darse las manos y caminar juntos, cada cual contribuyendo con su aporte ante las amenazas que pesan sobre la vida en el planeta Tierra. Necesitamos justicia social ante el inmenso número de pobres y miserables y justicia ecológica frente a la agresión sistemática que nuestro modo de producción industrialista/consumista practica contra la naturaleza y los ecosistemas.
Al mismo tiempo necesitamos proporcionar cuidado a los millones de afligidos y arrojados a las periferias en términos de relación respetuosa, salud, inclusión social. Igualmente se hace urgente el cuidado a la Tierra herida y la preservación de los bienes y servicios naturales que aseguran nuestra supervivencia en este planeta.
Corresponde a nuestra generación y a las venideras tomar conciencia de la importancia de la cooperación tanto del hombre (ánimus) como de la mujer (ánima) para juntos no ser los últimos en salvar la vida en el planeta Tierra. Justicia y cuidado podrán garantizarnos que todavía tenemos futuro.
*Leonardo Boff ha escrito Saber cuidar: ética de lo humano-compasión por la Tierra, Vozes 2000.
Traducción de MªJosé Gavito Milano