Domingo 24 de febrero de 2008, 3º de Cuaresma -- Franz Wieser (Perú)

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Estimad@s amig@s,

Hay en el Nuevo Testamento escenas de especial belleza y significado. A veces es difícil decir, si se trata de parábolas o de acontecimientos reales. Cierto es que los autores pretendían reproducir, hacer brillar lo que a Jesús realmente importaba: vencer el mal con el amor. Eso se ve en las parábolas del buen pastor, del hijo pródigo, en el encuentro con Magdalena, con Zaqueo, con la adúltera y muchos otros.

Una de las escenas más bellos y orientadoras es esta que nos presenta la Iglesia el próximo domingo 24. (Ver anexo). Este día me encontraré en Buenos Aires en un Congreso de la «Federación Latinoamericana por un Ministerio Eclesial Renovado». A Iglesia, a todo el Pueblo de Dios, le toca renovarse continuamente, como se reconoció en el Vaticano II. Renovar quiere decir re-formarse desde el espíritu de sus inicios, pero para gente y culturas del tiempo presente.

La parábola de la samaritano nos da valiosas pautas: Otras opiniones o credos no deben ser barreras para el amigable y generoso encuentro. Templos y estructuras, dogmas y jerarquías no son revelantes para acercarse a Dios, principalmente si más contribuyen para desunir que para hermanar. Dios es un Dios inmediato, es AMOR y el amor efectivo, el querer bien, que no solamente se abstiene de hacer daño, sino que haga aflorar bienestar, felicidad y paz es suficiente para cumplir con todos los mandamientos, para ser realmente «católicos practicantes».

Lo que también hay que destacar en esa escena de la Samaritana: Ella ha sido según el Evangelio, la primera mujer misionera que llevó al pueblo de su aldea a Jesús el Nazareno, al Enviado por Dios, al Mesías. Su pasado de mujer liviana quedó con este gesto totalmente borrado. «Mucho se le perdona, a quien mucho ama» (Lc 7,41) Franz Wieser