Jesús de Nazaret fue un disidente con la religión y con el poder establecido: cuestionó una religión sin corazón, sin humanidad; puso por delante a las personas, especialmente a las más marginadas, desobedeciendo si era preciso leyes y normas; denunció la hipocresía de los dirigentes legalistas y se acercó a las personas excluidas y malditas; rompió moldes machistas aceptando a las mujeres en su grupo y haciéndolas las primeras testigos del mundo nuevo inaugurado con su resurrección.
En el nuevo testamento vemos disidencias entre Pedro y Pablo, entre las comunidades del ambiente judío y las del mundo helénico, entre los carismas y las teologías de Juan, de Santiago o de Pablo. Los antiguos Santos Padres ya decían «conviene que haya herejes»; y hubo sus discusiones teológicas entre diferentes concepciones. Toda la historia de la Iglesia es un vaivén de reformas y contrarreformas.
Lo lamentable es cuando la Iglesia, para evitar disidencias, establece una ortodoxia tan rígida e intransigente, que acaba siendo contraproducente: ni evita que surjan nuevas disidencias, ni su pretendida ortodoxia acerca más a la verdad del Evangelio.
Entendemos la disidencia no como un simple ir en contra de lo establecido, sino revisarlo críticamente, y, a la luz del Evangelio, buscar lo que sea más coherente. La. disidencia es, pues, una cuestión de coherencia personal y grupal, y una cuestión de fidelidad a lo más profundo de la tradición recibida. Y es también, por qué no decirlo, una forma de amor a la propia Iglesia: porque la queremos nos duelen sus defectos y la queremos mejor de lo que la vemos, y estamos dispuestos a transformarla. Si no, sería más cómodo aceptarla resignadamente como está o darla por imposible y abandonarla.
La fe no es simplemente una doctrina a seguir fielmente; sino una fidelidad al camino indicado por Jesús. El cristianismo. no es una religión con unos dogmas absolutos, unas creencias incuestionables, unas leyes inevitables, una institución divinizada. La Iglesia es una institución que se ha ido conformando durante siglos, con tradiciones recibidas y con aportaciones nuevas. Pero es más que una Institución: es un misterio, es la comunidad de las personas creyentes en Jesús, animada por su Espíritu. Creemos que la fidelidad a la tradición no es conservarla congelada ni anquilosada, sino viva. El respeto a la tradición recibida comporta seguir enriqueciéndola con nuevas aportaciones para transmitirla a quienes vengan detrás, actualizada, que responda a los signos de los tiempos de cada momento histórico.
Tomado de la -editorial del último número de la revista MOCEOP.(Manolo González)