«A la gente inocente de Gaza: nuestra guerra no es contra vosotros pero si contra Hamas, si no paran de lanzar cohetes vosotros os encontraréis en peligro.» Es la trascripción de una grabación que es posible escuchar al contestar el teléfono estas horas a Gaza.
El ejército israelí está difundiéndola ilusionándose de que los palestinos no tengan ojos y oídos. Ojos para ver que las bombas golpean casi exclusivamente objetivos civiles como mezquitas, 15, la último la de Omar Bin Abd A’l Azeez de Beit Hanoun, escuelas, universidad, mercados y hospitales. Oídos para no oír los gritos de dolor y terror de los niños, víctimas inocentes y sin embargo predestinadas de cada bombardeo. Según fuentes hospitalarias, en el momento en que estoy escribiendo son 120 los menores muertos bajo las bombas, sobre un total de 548 muertos, más de 2700 heridos, decenas y decenas de desaparecidos.
Desde hace dos días en el hospital de la Media Luna Roja en el campo de refugiados de Jabaliya, la noche no ha acabado nunca. Desde el cielo los helicópteros Apaches han lanzado proyectiles de iluminación continuamente, tantos como para no darse cuenta de la diferencia entre el día y la noche. Los cañonazos repetidos de un tanque situado a menos que un kilómetro del hospital han destruido seriamente las paredes del edificio, pero hemos resistido hasta por la mañana.
Hacia las 10, cayeron bombas sobre el campo sin cultivar adyacente al edificio, fuego de ametralladora en todo alrededor: para los médicos de la Media Luna Roja aquel fue un mensaje del ejército dirigido a nosotros – evacuación inmediata o peligra la vida. Hemos trasladado los heridos a otras estructuras del hospital y ahora la base operativa de las ambulancias está en la calle de A’l Nady, el personal médico está sentado sobre las aceras en espera de las llamadas, que se suceden febrilmente.
Por la primera vez desde el principio del ataque israelí he visto en los hospitales los cadáveres de los miembros de la resistencia palestina. Un número pequeño, frente a los centenares de víctimas civiles, que se han multiplicado exponencialmente después de la invasión terrestre. Después del ataque a la mezquita de Jabaliya, coincidente con la entrada de los tanques, que ha causado 11 muertos y unos cincuenta heridos, durante toda la noche del sábado acompañando las ambulancias nos hemos dado cuenta de la tremenda potencia destructiva de los proyectiles disparados por los israelíes.
En Bet Hanoun una familia que estaba calentándose en la casa junto a una estufa de leña ha sido alcanzada por uno de estos mortales disparos de cañón. Hemos recogido 15 heridos, 4 casos desesperados. Luego hacia las 3 de la madrugada hemos contestado a una llamada de emergencia: demasiado tarde, delante de la puerta de una vivienda tres mujeres llorando nos han dado en brazos una niña de cuatro años envuelta por una sábana blanca, su sudario, estaba ya helada.
Otra vez una familia alcanzada de lleno, esta vez de la aviación, en Jabaliya, dos adultos con el cuerpo lleno de esquirlas de los explosivos. Los dos hijos tenían heridas leves, pero por como gritaban era evidente el trauma psicológico que estaban viviendo, algo que los marcará para toda la vida más de una cicatriz en una mejilla. Aunque nadie se acuerda de citarlos, son millares los niños que sufren graves problemas mentales causadas por el terror de los continuos bombardeos, o por ver a sus padres y hermanos destrozados por las explosiones.
Los crímenes de que está manchando Israel en estas horas van más allá de los límites de lo imaginable. Los soldados no nos permiten ir a socorrer a los supervivientes de esta inmensa catástrofe no natural. Cuando los heridos se encuentran en proximidad de los medios acorazados israelíes que los han atacado, a nosotros sobre las ambulancias de la Media Luna Roja no nos dejan acercarnos, los soldados nos acribillan a disparos.
Necesitaríamos la escolta de al menos una ambulancia de la cruz roja, en coordinación con los mandos militares israelíes, para poder correr a tratar de salvar vidas, podéis imaginar cuánto tiempo se llevaría un procedimiento del género, una condena a muerte cierta para los heridos en espera de transfusiones o de ayuda de emergencia. Cuanto más que la Cruz Roja tiene los suyos de heridos en que pensar, no podría de ningún modo estar disponibles para nuestra llamada. Nos toca entonces aparcar en una zona «protegida», eufemismo aquí a Gaza, y esperar a que los parientes nos lleven a sus familiares moribundos, a menudo a hombro.
Así ha ido hacia los 5.30 de esta mañana, hemos parado con el motor encendido la ambulancia al centro de un cruce e indicado por teléfono nuestra posición a uno de los parientes de los heridos. Después de una decena de minutos de tensa espera, cuando ya hemos decidió iniciar la marcha y evacuar el área para ir a contestar otra llamada, hemos visto girar la esquina y dirigirse hacia nosotros, lentamente, un carrito cargado de personas empujado por un mulo. Una pareja con sus dos hijitos. La mejor representación posible de esta no-guerra.
Esto no es una guerra porque no hay dos ejércitos que dan la batalla sobre un frente; es un asedio unilateral conducido por fuerzas armadas (aviación, marina, y ejército), entre las más potentes del mundo, indudablemente las más avanzadas en hecho de equipo militar tecnológico, que han atacado una pobre franja de tierra de 360 km cuadrados, dónde la población todavía se mueve sobre mulos y dónde hay una mal resistencia armada cuya única fuerza es estar lista para el martirio.
Cuando el carrito se ha hecho bastante evidente hemos ido encuentro, y con horror hemos descubierto su macabra carga. Un crío estuvo tumbado con el cráneo roto, los ojos literalmente saltados fuera de sus órbitas, lo han recogido cuando todavía respiraba. En cambio su hermanito presentaba el tórax destripado, se podían distinguir las costillas blancas más allá de los trozos de carne desgarrada. La madre pudo apoyar sus manos sobre aquel pecho destapado, como si tratara de arreglar algo.
Un ulterior crimen y nuestro enésimo luto personal.
El ejército israelí sigue tomando como objetivos las ambulancias. Después de un médico y un enfermero muertos en Jabaliya hace 4 días, ayer les ha tocado a un amigo nuestro, Arafa Abed A’l Dayem, 35 años, que deja 4 hijos. Hacia las ocho y media de la mañana hemos recibido una llamada de la ciudad de Gaza, dos civiles muertos por la ametralladora de un tanque; una de nuestras ambulancias de la Media Luna Roja ha acudido al lugar.
Arafa y un enfermero han cargado los dos heridos sobre la ambulancia, han cerrado las puertas listos paracorrer hacia el hospital, cuando han sido alcanzados de lleno por un proyectil disparado por un tanque. El golpe ha decapitado a uno de los heridos y también ha matado a nuestro amigo; el enfermero ha sobrevivido pero ahora es hospitalizado en el mismo hospital donde trabaja. Arafa, maestro elemental, se ofreció como voluntario paramédico cuando hacia falta de personal. Estamos bajo una lluvia de bombas, nadie les hubiera llamado ante una situación así de alto riesgo. Arafa se presentó solo, y trabajó consciente de los peligros, convencido que más allá de su familia también había otros seres humanos que defender, que socorrer.
Nos faltan sus bromas, su irresistible y contagioso sentido de humor que también alegraba todo el hospital A’Auda de Jabaliya en sus horas más oscuras y dramáticas, cuando son más los muertos y los heridos que llegan, y nos hace sentir casi culpables, inútiles por no haber podido hacer algo para salvarlos, aplastado como somos por una fuerza mortal inexorable, la máquina de matar del ejército israelí. Alguien tiene que parar esta matanza, he visto cosas en estos días, oído estruendos, olido desechos pestilentes, que si tuviera algún día alguna descendencia, no tendría nunca el ánimo de transmitir. ¿Hay fuera alguien? La desolación de sentirse aislados en el abandono es igual a la vista de un barrio de Gaza después de los abundantes ataques aéreos.
El sábado por la tarde me han conectado por teléfono con la calle de Milán durante una manifestación, he pasado a mi vez al móvil a los heroicos médicos y enfermeros con que estamos trabajando, los he visto animarse por un breve instante. Las manifestaciones en todo el mundo demuestran que todavía alguien existe con opinión, pero las manifestaciones no son todavía bastante grandes para ejercer la presión necesaria para que los gobiernos occidentales obliguen a arrinconar a Israel, a asumir sus responsabilidades por los crímenes de guerra y contra la humanidad. Muchísimas son las mujeres embarazadas aterrorizadas que en estas horas están dando a la luz fruto de partos prematuros. He acompañado personalmente a tres a parir.
Uno de estas, Samira, en el séptimo mes, ha dado a la luz a un espléndido crío llamado Ahmed. Corriendo con ella hacia el hospital de Auda y dejándonos detrás de los espejos retrovisores el escenario de muerte y destrucción dónde poco antes estábamos recogiendo cadáveres, he pensado por un instante que esta vida a punto de florecer pudiera ser el buen augurio para un futuro de paz y esperanza. La ilusión se ha disuelto con el primer cohete que ha caído a lado de nuestra ambulancia, volviendo de Auda al centro de Jabaliya.
Estas madres coraje traen tristemente al mundo a criaturas que observan la primera luz en sus ojos, más allá el verde de los tanques, los jeep y los relámpagos intermitentes que preceden los estallidos. ¿Qué perspectivas de vida les esperan a estos críos que desde el primero instante de su nacimiento advierten sufrimiento y gritos de desgracia?
Seguimos siendo humanos.