Desde el «Habla, pueblo, habla» a la «mayoría silencionsa»

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Resulta difícil disociar  en estos días los dos acontecimientos mayores que se están desplegando simultáneamente en Madrid: Las Marchas de la Dignidad y la muerte de Adolfo Suárez. Los dos fenómenos están afectando, aun físicamente, al mismo sujeto, al pueblo, aunque de forma matizadamente distinta.

La muerte de Suárez, principal referente de la Transición, nos trae a la memoria un tiempo pasado en el que una gran mayoría del pueblo luchó, hasta con la vida, para rescatar de la dictadura la libertad y la palabra. ?Habla, pueblo, habla??, del grupo Jarcha, fue,  quizás,  la mejor expresión pública de la conversión a la democracia de un presidente que estaba saliendo de las garras de la dictadura franquista. Había entonces energía y coraje suficiente para invitar al pueblo a romper el silencio y el temor y a recuperar desde el secuestro la palabra y el poder de decisión.

Por su parte, las Marchas de la Dignidad, surgidas desde la profundidad de una crisis provocada y gestionada contra los intereses del pueblo, están reivindicando hoy, a casi cuarenta años del comienzo de la Transición, lo que ya se consideraba adquirido para toda la sociedad, es decir, ?el pan, el trabajo y el techo??. Más al fondo, vienen a defender ?la dignidad?? de la que nadie  puede ni debe desprenderse porque la tiene por el mero hecho de haber nacido, de existir.

El alzhéimer que, por desgracia, ha padecido durante los últimos 11 años el presidente Suárez, está siendo un triste símbolo de lo que nos está pasando en la sociedad de nuestros días. Nos hemos venido convirtiendo, con el regocijo de los gestores políticos (de quienes decimos que ?no nos representan??),  en una ?mayoría silenciosa??.  Hemos venido perdiendo la memoria de quienes murieron defendiendo la libertad, hoy olvidados en las cunetas de nuestras carreteras; hemos ignorado a quienes aviesamente han venido privatizando y apropiándose de los bienes colectivos; hemos permitido que la farsa se haya instalado en la administración de justicia; y hemos dejado impunemente que el engaño y la corrupción imperen desde las más altas instituciones económicas y políticas.

Mirando también a la Iglesia de la Transición, tampoco podemos presentarla, salvo en sus sectores más populares y de base, como un camino a seguir. Lejos de haber pedido perdón por su complicidad con los alzados en armas contra la República, ha firmado unos Acuerdos con el Estado que, además de ser preconstitucionales, son actualmente la mayor fuente de privilegios y agravios comparativos con el resto de instituciones religiosas y civiles. Tampoco su asistencialismo, tan necesario en estos días, suele ir siempre acompañado  de la denuncia contra las políticas económicas que tanto daño están causando en el pueblo.    

Testigos y militantes de las Mareas que llenan nuestras calles ?contra el desproporcionado descontrol policial?, celebramos la recuperación de esta memoria reivindicativa de pueblo que hace honor a los mejores momentos de nuestra historia y camina hacia la recuperación de la dignidad y la justicia para toda la sociedad.