Desafíos de la esperanza frente al caos y muerte que vivimos -- Fernando Bermúdez

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

No hay palabras para describir el sufrimiento del pueblo palestino, sobre todo en Gaza. Tanta injusticia y tanta hipocresía ante la barbarie de Israel, apoyada por Estados Unidos.
Condenamos en su día el atentado de Hamás, pero la respuesta de Israel no fue la justicia y la paz sino la venganza, la destrucción y el genocidio de millares de inocentes, sobre todo de mujeres, niños y niñas.

Nunca en la historia de la humanidad ha habido una matanza tan cruel de niños como la que hoy está perpetrando Israel. Más de 70.000 personas asesinadas, entre ellas 22.000 niños y niñas, unos muertos por los bombardeos y otros por hambre, mientras que en la frontera de Gaza hay 6.000 camiones cargados de alimentos de organizaciones humanitarias a la espera de que el gobierno israelí permita su entrada. ¿Dónde está la humanidad? ¿Dónde está la Europa defensora de los derechos humanos? El silencio de Europa la hace cómplice del genocidio.

Murió la ética, murió el respeto a la dignidad humana, murió el derecho internacional, murió el sentido de humanidad, murieron los derechos humanos. Duele el alma al escuchar a políticos “españoles”, como a la señora Díaz Ayuso, a Martínez Almeida, a Santiago Abascal y otros, que niegan el genocidio y justifican los crímenes de Israel. No se conmuevan al ver niños despedazados por las bombas o muertos por hambre.

Estos políticos tienen el alma manchada de sangre y el corazón vacío. A Netanyahu y a su gobierno, a Trump, a Rubio y a Putin no les importa la vida humana, solo el poder y la ambición geopolítica y económico-financiera. Son gente embriagada por la ideología neofascista, heredera de la muerte.

Israel ha bombardeado Líbano, Siria, Irán, Yemen y Qatar. Y Rusia continúa agrediendo a Ucrania y también a Polonia. Estados Unidos amenazando intervenir en Venezuela y apoyando el genocidio de Israel. ¿No existe autoridad en el mundo que ponga orden? Hemos entrado en un tiempo de caos, desolación y muerte. Ya no existe la conciencia ética. Ya no existen leyes que velen por la seguridad y la paz mundial.

Las grandes potencias, como Estados Unidos, la OTAN, Unión Europea, Rusia, China, India… han entrado en una desbordante y peligrosa carrera armamentista. Hoy la industria de las armas mueve la economía del planeta. En el mundo se gasta 2.800 billones de dólares, mientras aumenta la desigualdad y el hambre. ¿A dónde nos lleva el incremento del gasto militar? ¿No nos estaremos aproximando al final de la historia?

Ha desaparecido la verdad y se ha impuesto la mentira. Vivimos en un mundo al revés. A lo blanco se le llama negro y a lo negro, blanco. A las tinieblas se le llama luz y a la luz, tinieblas. A la democracia se le llama dictadura y a la dictadura se le llama seguridad nacional. A la paz se le llama violencia y a la violencia, paz. A la vida se le llama muerte y a la muerte, vida. ¿Cuál es el final?

Hace años, Pedro Casaldáliga decía: “Nos sentimos como soldados derrotados de una causa invencible”. Somos hombres y mujeres de esperanza. Pero tenemos que reconocer que vivimos una situación muy grave y oscura. Hay que cerrar los ojos para ver más allá de lo visible. Hay que hacer silencio, profundo silencio, y revivir la palabra de Cristo Jesús: Yo soy la vida. Yo soy la luz. Yo he vencido al mundo. Y de esta manera fortalecer la esperanza de que Dios no puede fracasar. Algo tendrá que acontecer para que la Humanidad vuelva a renacer, como escribí hace unos años:

“Desde la interioridad del silencio he llegado a presentir que la última palabra sobre la historia no la tiene los poderes de la muerte. La historia de la humanidad no puede terminar mal. Dios no puede fracasar. Es por eso que intuyo que para llegar a ese nuevo mundo soñado por tanta gente buena, tal vez tendrá que acontecer una crisis mundial muy profunda, un cataclismo ecológico o astronómico, un estallido social global o una guerra nuclear, que exigirá y hará posible que de sus cenizas renazca la nueva Humanidad con una conciencia planetaria y de fraternidad universal” (F. Bermúdez, El Grito del silencio, Pg.153, PPC 2020 Madrid). Como creyente, creo en la esperanza.