Hombres con sotana. Hombres con traje sastre. Hombres en mangas de camisa. Gritan a voz en cuello que un embarazo debe llegar a término cueste lo que cueste. ¿Cuánto les cuesta a ellos? ¿Cuánto saben de un embarazo?, ¿cuánto de un parto?, ¿cuándo han padecido un parto?, ¿cuánto han amamantado?, ¿cuántos pañales han cambiado?, ¿cuánta caca, vómitos y regurgitaciones han limpiado?, ¿cuántas noches se han desvelado?, ¿cuántos sueños han postergado?, ¿cuántos planes han pospuesto?
Yo soy una madre. Una feliz madre, he de agregar. Y lo soy, entre otras razones, porque mi hija y mi hijo son fruto del amor y, por sobre todo, de la elección. Decidí ser madre. Así que sé bien de los sacrificios que implica ser madre. Sé bien del esfuerzo que entraña. Sé bien del compromiso que representa.
Mi hija y mi hijo me cambiaron la vida. Y cualquier madre sabe bien que una hija o un hijo nos cambian la vida. Para bien o para mal.
Entonces, ¿por qué hombres en sotana, en traje o en mangas de camisa deben decidir? ¿Por qué deciden lo que debe suceder en el cuerpo de una mujer? ¿Por qué deciden lo que debe suceder en la vida de una mujer? Defendemos el derecho del no nacido, dicen. Defendemos el derecho a la vida, proclaman.
Curiosa manera de defender la vida cuando una vez nacido vivo se desentienden por completo del asunto. Cuidarlo, mantenerlo, procurarlo es un asunto que no es de su competencia, es competencia de su madre.
Y ahí tenemos calles repletas de niñas y niños de los que nadie se ocupa. Y ahí tenemos niñas y niños padeciendo violencia. Y ahí tenemos niñas y niños abandonados. Y ahí tenemos niñas y niños de quienes los hombres de sotana, los de traje y los de mangas de camisa no se ocupan más.
Su labor, su ministerio, su consigna, su dogma termina justo en el minuto en que nacieron. Lo demás corre por cuenta de otros. Más propiamente, de otras.
Y yo me pregunto, ¿dónde está aquí el amor?, ¿dónde la responsabilidad? No veo ningún acto de amor en defender una vida si no se va a asumir la responsabilidad de esa vida.
Opinar con vehemencia. Gritar con pasión. Lanzar excomuniones con decisión respecto a un asunto que nos les cuesta nada, en el que no toman parte en nada, por el que no sacrifican nada, me parece muchas cosas menos un acto de amor.
Al final del día, la sociedad, el gobierno, el clero, deja en manos de las mujeres la responsabilidad de mantener, proteger, educar, procurar y amar a sus hijas o hijos, los hayan deseado o no, estén preparadas para la maternidad o no.
Entonces, una mujer debe decidir si desea tener un hijo o no. Debe decidir si está dispuesta a cubrir la cuota de sacrificio que eso implica, la cuota de esfuerzo y de responsabilidad y de compromiso que eso conlleva.
Por eso, en un Estado democrático, el gobierno debe proveer las mejores condiciones para que una mujer sea madre, si así lo desea, o no lo sea si esa es su decisión.
Me parece terrible que una mujer que desea ser madre aborte porque su economía no le permite serlo. Me parece una fatalidad que una mujer que desea ser madre aborte porque no desea ser expulsada de la escuela. Me parece una pena que una mujer que desea ser madre aborte porque eso significaría que la corran de la empresa para la que trabaja.
Pero igualmente me parece terrible, fatal y grave que una mujer que no desea ser madre sea obligada a serlo, sea orillada a cambiar su vida, sea forzada a cuidar, proteger y educar.
Obligar a las mujeres a ser madres cuando no lo desean es tan terrible como generar las condiciones para que no lo sean cuando sí lo desean.
Por lo demás, en México cientos de miles ejercen cada año su derecho a decidir con la venia o sin la venia del gobierno, del clero y de la sociedad. Pero sólo quienes no pueden pagar un aborto en una clínica privada dentro o fuera del país son quienes ponen en riesgo su integridad física y su vida.
(*) Cecilia Lavalle periodista mexicana en Quintana Roo, integrante de la Red Internacional de Periodistas con Perspectiva de Género.